A
continuación extractos que reflejan en profundidad la situación
revolucionaria de colectivizaciones durante la España Libertaria. El
primero es un extracto de la obra de Gastón Leval “Colectividades
Libertarias en España”. El segundo es un extracto del trabajo “DURRUTI” de Julio C. Acerote publicado en gargantas-libertarias.blogspot.com. El tercero es un capítulo del trabajo “El colectivismo agrario en la Revolución Española” de Benjamín Cano Ruiz e Ismael Viadiu.
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“Colectividades
Libertarias en España”
Por
Gastón Leval
MATERIALES
PARA LA REVOLUCIÓN
En
una superficie de 505.000 kilómetros cuadrados, incluyendo las islas
mediterráneas y atlánticas (Baleares y Canarias), España contaba
-el 19 de julio de 1936, fecha en que se desencadenó el ataque
franquista- unos 24 millones de habitantes, o sea, 48 por kilómetro
cuadrado. Leve densidad para una nación europea, y que podía dejar
suponer que en ese país, donde la agricultura dominaba, que los
recursos económicos eran suficientes Dara asegurar a todos una vida
feliz. Pero, incluso si se le consideraba solamente desde el punto de
vista agrario, la riqueza de un país no depende sólo de su
extensión. Lucas González Mallada, el mejor geólogo español que
era al mismo tiempo excelente geógrafo, ha clasificado como sigue -y
sus conclusiones son siempre justas- el valor económico del suelo
hispano:
10%
de rocas peladas;
40%
de tierras francamente malas;
40%
de tierras mediocres;
10%
de tierras que nos dan la ilusión de vivir en un paraíso.
Estas
condiciones naturales están confirmadas por otras constataciones que
impiden hacerse la menor ilusión: sobre los 50 millones de
hectáreas, la superficie media cultivada y cultivable se elevaba
entonces a 20 millones de hectáreas; en lo demás sólo se podía
apacentar carneros y cabras. Añadamos que sobre esos 20 millones de
hectáreas cultivables, seis millones estaban permanentemente en
barbechos a fin de que el suelo pudiera «descansar», y en parte
renovarse, según el sistema llamado «año y vez». De modo que, en
realidad, la tierra realmente productora no comprendía sino un 28%
de la superficie del país.
Hoy
mismo, la estructura orográfica agrava las consecuencias de esas
primeras condiciones. La altitud media de España es de 660 metros,
«la más alta después de Suiza», nos dice el geógrafo Gonzalo de
Reparaz. En el centro, la meseta castellana, que con sus
prolongaciones abarca 300.000 kilómetros cuadrados, tiene una altura
media de 800 metros. Al Norte, la cadena de los Pirineos, más
importante en la vertiente española que en la vertiente francesa,
cubre 55.000 kilómetros cuadrados, más de la décima parte del
país. Se cuentan en España 292 picos de 1.000 a 2.000 metros, 92
picos de 2.000 a 3.000 metros, 26 de 3.000 a 3.500 metros. Este
relieve montañoso influye en forma decisiva sobre el clima, y a su
vez el clima ejerce una influencia determinante sobre la agricultura.
Por
otra parte, la dirección de las sierras internas, que corren en
sentidos diversos por la península, dirige a menudo en forma
inadecuada las lluvias bienhechoras. De modo que no es solamente el
invierno, con el frío propio de las zonas elevadas, que frena la
producción agrícola: es también el verano, con sus sequías; todas
esas condiciones reunidas justifican la afirmación tantas veces
repetida -y atribuida a personalidades distintas-: «África empieza
en los Pirineos»[23].
Tomen
el mapa de España: en el Norte, continuando la zona pirenaica, los
montes cantábricos se estiran paralelamente, a 50 kilómetros del
litoral, alcanzando más de 2.500 metros de altura, e impidiendo la
llegada, sobre el centro, especialmente en Castilla, de las nubes
oceánicas. Llueve mucho en Asturias, como en el país vasco, en la
provincia de Santander, hasta Galicia, al norte de Portugal, donde se
registran medias de 1.700 milímetros al año, es decir, más del
doble de lo necesario. Pero, del otro lado de las montañas
asturianas, las lluvias alcanzan por término medio 500 milímetros,
y en vastas regiones de la cuenca del Ebro se registran a veces 300
milímetros de precipitaciones pluviométricas. Y aun estas cifras
dan una idea incompleta de la realidad, pues a menudo la porosidad
del suelo montañoso y el ardor del sol causan, por evaporación o
por infiltración, la pérdida de hasta el 80% del agua caída.
Pero
es en lo que Gonzalo de Reparaz llamaba «el trágico sudeste» donde
se encuentran las peores condiciones. Sobre más de 500 kilómetros
de costas, desde Gibraltar hasta Murcia, pasan a veces años sin que
caiga la menor lluvia: los vientos soplan del Sur, del Sahara, y no
traen lluvia. Y el autor afirma que es España la única nación de
Europa donde se conoce este fenómeno en zona tan extensa.
La
aridez del suelo es también frecuente en la vasta cuenca del Ebro,
que cubre la décima parte del suelo hispano, o sea cinco millones de
hectáreas: «los desiertos alternan con los oasis, pero predominan;
la estepa ibérica que se extiende a lo largo de este río es la más
vasta de Europa».
Habría
que sumar las otras estepas, en primer lugar la de la Mancha, que se
extiende desde las puertas de Madrid hasta Cartagena. En total, el
40% de la superficie de España está cubierto de estepas.
La
huerta de Valencia, los jardines de Murcia y Granada cantados por los
poetas no son sino islotes privilegiados que engañan a los turistas
de alma romántica. Y se comprenderá que los rendimientos de la
agricultura se resienten de tales condiciones naturales. En 1936, la
producción media de trigo, la más importante de todas, era de nueve
quintales por hectárea, excepcionalmente de diez quintales, a veces
de ocho, mientras era en Francia de 16 a 18 quintales en tierra no
regada (promedio establecido en ambos casos sobre estadísticas de
diez años). Los promedios más elevados en tierra regada daban de 16
a 18 quintales, mientras se obtenía 22 quintales en tierra no regada
de Alemania e Inglaterra. Hoy mismo, sin regadío, el promedio
francés es de 30 a 35 quintales, según los años.
Hemos
tomado el ejemplo del trigo porque, como hemos dicho, este cereal era
-y es todavía- la producción agrícola más importante de España.
Lo demás, menos algunas excepciones como la producción naranjera,
ofrecía condiciones similares. España era un país
predominantemente agrícola, pero sus condiciones naturales lo
condenaban a ser un país pobre.[24]
La importancia del número de carneros criados (de 18 a 20 millones)
muestra esas dificultades: el carnero es animal de estepas y de
tierras pobres, que se cría en derredor del mar Mediterráneo, tanto
en Europa como en África, en las tierras desecadas por el sol; lo
mismo puede decirse del cultivo, tan abundante, y que cubre
provincias enteras, del olivo: el olivo es producción de tierras
infecundas, al que se acude porque es árbol cuyas raíces van a
buscar el agua a gran profundidad. Carneros y olivos son indicios de
malestar económico.
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Cuando,
hace mucho tiempo, el autor decidió estudiar seriamente la economía
española, empezó por creer, ante el balance desalentador de la
agricultura, que España no había seguido el camino correspondiente
a sus posibilidades naturales a causa de circunstancias históricas,
políticas y religiosas que, sobre todo después de la expulsión de
los árabes y los judaizantes, habían torcido su destino. «España
-escribían ciertos geógrafos y comentadores- es la bodega más rica
del mundo». Este optimismo, que no compartían otros especialistas
mejor informados, se fundamentaba en que el subsuelo del país
contenía carbón, hierro, cobre, estaño, plomo, cinc, mercurio,
plata y wolframio.[25]
En apariencia existían bases para fundar industrias cuyo importante
conjunto habría cambiado o permitiría cambiar la estructura
económica general. Pero quien estudiaba las estadísticas serias
suministradas por los geógrafos estudiosos, los economistas
informados, los geólogos, los ingenieros hidrólogos, e incluso las
secciones especializadas de ciertos organismos oficiales, constataba
que estos diferentes minerales no existían sino en pequeñas
cantidades y, aparte del mercurio -cuya importancia económica era
mínima con respecto a la economía nacional-, no podían abrir
perspectivas alentadoras.
Las
minas españolas han sido explotadas por los cartagineses, por los
romanos, los árabes, los ingleses, y hasta por los españoles. No
eran inagotables, y en conjunto, menos las que suministran mineral de
hierro -cuyas reservas no son realmente importantes con relación a
las necesidades nacionales- están hoy al final de su rendimiento.
Incluso cuando estaban en su auge, las comparaciones, sin las cuales
no hay apreciación valedera, prueban que una industria importante no
habría podido basarse en la producción nacional. En 1936, el
subsuelo suministraba de 0.40 a 0.50 del cobre mundial. Las minas de
Río Tinto estaban ya casi agotadas, y la Río Tinto Co. había
empezado a desplazar sus capitales hacia otras regiones del globo.
¿El plomo? Su valor en pesetas se elevaba, en el año 1933, a
21.754.000 pesetas, y sin duda las cifras de 1935-36 eran
aproximadamente las mismas. Empero, y para poder apreciar, recordemos
que la cosecha de trigo valía 10.000.000.000 de pesetas.
El
carbón y el hierro constituían la base de la industria. Empero
España producía de un año para otro siete millones de toneladas de
hulla menos. Francia, de 48 a 68 millones. Ahora mismo, cuando bajo
la presión y las disposiciones gubernamentales la producción ha
sido elevada a 12 millones de toneladas, se calcula que las reservas
«potenciales» aseguran carbón y lignito para ciento cuarenta años…
a condición de que el consumo no se intensifique. Pero, ¿qué hay
de la necesaria industrialización? Porque, según los promedios
necesarios para un desarrollo industrial, sería preciso reducir este
tiempo en un 65%.[26]
España
no está más favorecida en cuanto al hierro. Siempre basándonos en
las reservas «potenciales» -pero no probadas-, sus yacimientos, si
nos basamos en el consumo medio por habitante en Francia -que no es
un gran país siderúrgico- se agotarán en unos cuarenta años.
Refutemos
ciertas afirmaciones relativas a la agricultura. Mucha gente, que no
ha podido informarse seriamente, cree en los milagros del regadío.
Desgraciadamente, esta creencia no tiene base. El volumen acarreado
por los ríos no permite grandes realizaciones: aproximadamente
50.000 millones de metros cúbicos al año; esto, insistimos, para
todos
los ríos de España, cuando sólo el Ródano, en Francia, acarrea
cerca de su desembocadura, unos 60.000 millones. Teniendo en cuenta
que no se puede sangrar completamente todos esos ríos, que incluso
parte de ellos que bajan al Atlántico no pueden ser utilizados
porque ya llueve demasiado en las regiones que recorren,[27]
los cálculos más optimistas permiten prever el regadío de cinco
millones de hectáreas: la décima parte del país. Tales son las
posibilidades máximas. Empero, sobre esos cinco millones de
hectáreas, dos por lo menos están regadas.
Desde
la expulsión de los árabes, que habían multiplicado las acequias
en el Levante, han sido construidos más pantanos de lo que suponen
muchos comentaristas. Primo de Rivera y el mismo Franco han puesto en
práctica, según las posibilidades (el ejército pesa mucho en el
presupuesto), una política hidráulica que Joaquín Costa había
preconizado, y de la que el ingeniero Luis Adaro fue el apóstol.
Desgraciadamente, después de haber construido los pantanos, se ha
descubierto que no llovía bastante para llenarlos… Y ha sido
necesario, en muchos casos, acudir a la producción térmica de
electricidad, renunciándose a la producción hidráulica.
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Tales
eran las causas naturales de la miseria social del pueblo español en
el año 1936; tal es la causa fundamental de la emigración continua
a la que asistimos actualmente. Pero existe otra que, por ser obra de
los hombres, puede -y en esto se esforzó la Revolución española-
ser corregida por ellos.
El
problema de la propiedad agraria reviste en este país una
importancia fundamental. En 1936 ofrecía dos características
dominantes: el latifundio y el minifundio. España cuenta con
numerosos pequeños propietarios; las cifras del catastro publicado
al 31 de diciembre de 1959 declaraban 5.987.637. Proporción elevada
con relación al total de la actual población. Pero, en primer
lugar, la mayoría de las fincas (si así pueden llamarse) poseídas
eran de secano, y en segundo lugar, su improductividad movía en esa
misma época, y mueve ahora, a las masas campesinas hacia las urbes
donde se amontonan en las «ciudades miseria».
En
1936, sólo se había catastrado parte del suelo, pero las cifras
conocidas informaban en forma suficiente sobre la terrible realidad
social que veremos confirmada en los capítulos que siguen.
Sobre
un total de 1.023.000 propietarios, 845.000 no obtenían de su tierra
el valor de una peseta diaria. Entonces, el pan costaba de 0,60 a
0,70 peseta el kilo; un kilo de chuletas, cinco pesetas. Debían
trabajar como jornaleros, como pastores, en casa de los ricos, en los
campos de los terratenientes o como peones camineros, miserablemente
pagados. En ciertos casos, iban a «robar» leña en los montes altos
o bajos, procurando, sin conseguirlo siempre, no ser detenidos y
encarcelados por la Guardia Civil; recorriendo 5, 10, 15 kilómetros,
cuando no más, con el pobre burro al que hostigaban, para ir a
vender a otros -más afortunados- el producto de su «robo».
La
segunda categoría campesina se componía de 160.000 propietarios que
lograban vivir independientemente y con sobriedad.
La
tercera era la de los grandes propietarios y «terratenientes».
Componía el 2.04% del total catastrado, pero poseía el 67.15% de
las tierras cultivadas. Sus fincas cubrían de 100 a 5.000 hectáreas.
Se
comprenderá cuál era la miseria campesina. Empero, los campesinos
constituían más del 60% de la población española. Suponer que
esta masa soportaría indefinidamente su lamentable condición de
existencia implicaba una necedad inconcebible. Porque el pueblo
español no es de los que se resignan eternamente. Antaño,
andaluces, extremeños, gallegos, asturianos, vascos, castellanos,
emigraban a América Central o del Sur en busca de medios de
subsistencia; siguen emigrando ahora, especialmente en Europa. Pero,
a lo largo de su historia, fuera por una causa justa o injusta, el
pueblo español ha sido capaz de combatir y lanzarse adelante. Ha
soñado largamente después del trauma causado por la expulsión de
los árabes durante el predominio de la Iglesia católica y de la
Inquisición, así como por las consecuencias de la conquista de
América, pero ha acabado por despertar, con su alma y su carácter
valeroso, con ese fondo místico que le predispone a luchar por
causas superiores, para sí y para los demás, en un arrojo
espiritual casi cósmico; y con ese capital de dignidad humana que le
hace soportar por fuerza la presión autoritaria, y rebelarse contra
ella cuando le es posible; y no olvidemos un sentido de solidaridad e
igualdad que informa tanto la moralidad del obrero de Barcelona como
la del campesino andaluz.
Estos
factores: la miseria social y la dignidad, unidos a la solidaridad
colectiva, predisponían cumplidamente un amplio sector de la
población a aceptar las ideas libertarias.
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En
el año 1936, dos organizaciones revolucionarias encarnaban estas
ideas: la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y la Federación
Anarquista Ibérica (FAI). La primera se componía de federaciones
regionales que, a su vez, eran integradas por federaciones comarcales
y locales; estas últimas podrían semejarse a las Bolsas de Trabajo
de Francia, o a las Cámaras di Lavoro de Italia, pero con
estructuración más acabada, mayor solidaridad intersindical y más
completa independencia ante el Gobierno.
En
1936, la CNT agrupaba un millón de adherentes. Recuérdese -para
mejor comprender la importancia de esta cifra- que la población se
elevaba a 24 millones de individuos.
Según
su declaración de principios, esta organización sindical perseguía
la realización del comunismo libertario. Era obra exclusiva de los
anarquistas que luchaban en el plano sindical y en el ideológico,
siendo sus organizadores, sus propagandistas y sus teóricos.
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Tan
pronto se proclamó la segunda República del 14 de abril de 1931, la
marcha hacia acontecimientos graves pareció inevitable. La vida del
nuevo régimen político estaba amenazada. La monarquía sólo había
podido ser derrotada electoralmente gracias al aporte de los votos de
los miembros de la CNT y de los anarquistas que militaban fuera de
esta organización (pero era sobre todo la CNT, que constituía la
fuerza numérica y organizadora). Al lado de estas fuerzas que habían
votado contra la monarquía figuraban los socialistas y la Unión
General de Trabajadores (UGT), organización sindical reformista que
también contaba un millón de adherentes, los cuales en su mayoría
votaban a los socialistas. Venían después los comunistas, en número
escaso, los republicanos federalistas, enemigos de la República
jacobina y centralista, y fuerzas regionales separatistas que
dominaban en Cataluña y en las Vascongadas.
Enfrente,
las derechas contaban aún con fuerzas considerables. Monárquicos
conservadores de toda laya, reaccionarios bien asentados en las
provincias aún dormidas, fuerzas clericales tradicionales. Sobre el
total de votos emitidos, los que provenían de los republicanos
verdaderos debían sumar apenas el 24%. Lo que justifica la
observación sagaz del conde de Romanones, jefe de los monárquicos
liberales, que resumía humorísticamente la situación con las
palabras siguientes: «Bien veo una república pero no veo
republicanos».
En
tales condiciones, el nuevo régimen no podía arraigar en forma
duradera sino procediendo a reformas sociales que habrían debilitado
al ejército, a la iglesia y al caciquismo tradicional aún dueño de
las provincias. Pero las reformas ideales y las realizadas por los
socialistas y los republicanos de derecha que gobernaron durante los
dos primeros años (1931-33), sólo podían parecer importantes para
los juristas, los profesores, los abogados, los periodistas y los
políticos profesionales que componían la mayoría de los diputados
y del personal del Estado. Nada o casi nada significaban para el
conjunto de las masas. Si antes de la República para muchos
campesinos y obreros la comida se componía a lo largo del año de
garbanzos con aceite y patatas, durante la República siguió
componiéndose de garbanzos o patatas con aceite, y los que antes
calzaban alpargatas siguieron calzando alpargatas.
El
pueblo español seguía teniendo hambre, hambre de pan y tierra. Para
los que habían votado por los republicanos con alma y esperanzas
republicanas, la República era sinónimo de verdadera libertad, de
verdadera igualdad -no sólo política, sino social-, de verdadera
fraternidad. Implicaba, ante todo, la desaparición de la injusticia
social y de la miseria.[29]
Ante
la lentitud de la reforma agraria, los campesinos empezaron a
trabajar por su cuenta las tierras que los grandes terratenientes
dejaban a menudo incultas, y que, debemos reconocerlo, eran a menudo
improductivas. Entonces, cumpliendo las órdenes del ministro de
Gobernación -apoyado por todo el ministerio- la Guardia Civil, que
sostenía a la República como antes había sostenido a la monarquía,
intervenía con el mauser y las ametralladoras. La tragedia de Casas
Viejas, en Extremadura, donde familias miserables entre las
miserables pagaban a razón de un
real por mes
(cuarta parte de una peseta) la ropa comprada a crédito, donde
tantas campesinas guardaban la misma falda durante casi toda su vida,
limitándose a ponerla de vuelta los domingos -lo mismo ocurría en
Galicia- esta tragedia provocó la indignación de la población: 14
personas, hombres, mujeres y niños fueron masacrados por las fuerzas
armadas.[30]
Así terminó el primer bienio de la República izquierdista.
El
segundo bienio fue consecuencia del primero. Asqueada, indignada, la
mayoría del pueblo votó por los conservadores «republicanos», es
decir, por las derechas, que aprovecharon hábilmente las faltas de
sus adversarios y prometieron respetar todas las libertades. Pero, de
hecho, su triunfo implicaba un enorme paso atrás, y los mineros
asturianos se irguieron, en una insurrección formidable, contra la
llegada al poder de los que abrían legalmente el paso al fascismo.
Circunscripta regionalmente por ausencia de acuerdos anticipados con
las fuerzas similares de otras regiones, la insurrección fue
aplastada despiadadamente. Centenares de mineros cayeron.
Si
lo que se ha llamado el «bienio negro» no fue más desastroso que
el primer bienio fue por lo menos tan duro, y habiéndose producido
intentos insurreccionales especialmente en Cataluña, Aragón y
Andalucía -pero todo en forma inconexa-, la represión se tornó
práctica permanente de gobierno. Los dos años pasaron,
caracterizados por huelgas parciales y generales, represiones,
asesinatos de campesinos por las fuerzas armadas. Además, la crisis
económica nacida en 1929 en los Estados Unidos, que se extendió
también en España, había paralizado muchas empresas y el número
de desocupados se elevó a 700.000. Ningún socorro les era dado. Por
otra parte, el número de encarcelados -presos gubernativos,
es decir, administrativos- y procesados se elevaba a 30.000. La
inmensa mayoría pertenecía a la CNT y a la FAI. Además eran
numerosos los socialistas y ugetistas.
Ante
las promesas de los republicanos de izquierda condenados a la
oposición, muchos trabajadores despertaron nuevamente a la
esperanza. Y cuando las elecciones tuvieron lugar, en febrero de
1936, el Frente Popular triunfó.
Pero
no triunfó con facilidad. Los miembros de la CNT que, sin embargo,
no olvidaban sus principios, votaron para evitar la llegada legal del
fascismo al poder. No obstante, este refuerzo decisivo, las
izquierdas obtuvieron 4.500.000 votos, mientras las derechas obtenían
4.300.000. Hubiera bastado un desplazamiento de 200.000 votos para
que los admiradores de Hitler y Mussolini formaran gobierno. Dato
complementario; se habían presentado seis partidos de derecha, seis
del centro, más inclinados a la derecha que a la izquierda, y seis
de izquierda. Dieciocho en total. La estabilidad era más que
problemática.
Gracias
a los malos recursos de una ley electoral especialmente amañada, el
bloque de las derechas sólo obtuvo 181 escaños en el Parlamento; el
bloque izquierdista 281. Desde ese momento, los vencidos prepararon
activamente el golpe de Estado. Nadie lo ignoraba. Informaciones
precisas habían llegado y llegaban al Ministerio de Gobernación y
de Guerra. La prensa de izquierda, especialmente toda la prensa
libertaria, denunciaba los conciliábulos de la oficialidad de la
marina y del ejército, o por lo menos de parte de ella decidida a la
acción, que no había dimitido aunque el primer Gobierno republicano
hubiera invitado a acogerse a la jubilación a los oficiales en
desacuerdo con el nuevo régimen.
Nada
hizo el Gobierno de Madrid contra el peligro que iba aumentando
visiblemente. Habría podido armar al pueblo, detener y revocar a los
generales y coroneles conspiradores, disolver el ejército, cerrar
los cuarteles; sus componentes prefirieron limitarse a enérgicas
declaraciones. Y cuando los sublevados atacaron, buen número de
gobernadores republicanos pasaron al enemigo, contribuyendo muy
eficazmente a la detención y a la ejecución de los antifascistas
más decididos.
En
esta grave situación, fueron los anarquistas que, es preciso
decirlo, ayudados en Barcelona por los Guardias de Asalto[31],
hicieron retroceder a los regimientos de infantería que el
gobernador militar, general Goded, había lanzado a la conquista de
la ciudad. En otras regiones, socialistas madrileños de la base,
cenetistas, anarquistas, catalanistas, separatistas liberales vascos,
incluso catalanes, combatiendo muchas veces sin armas, obligaron a
Franco a luchar durante cerca de tres años antes de triunfar.
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Durante
ese período tuvo lugar la experiencia social relatada en este libro.
Esta experiencia fue obra exclusiva del movimiento libertario, sobre
todo de la CNT, cuyos militantes, avezados a las prácticas de la
organización sindical, supieron crear rápidamente, en colaboración
con las masas, las nuevas formas de organización económica y social
que vamos a describir. Incluso cuando hombres pertenecientes a otras
tendencias han llevado a cabo tareas semejantes, fue copiando el
ejemplo de nuestros compañeros. Fueron
los libertarios quienes aportaron las ideas fundamentales, los
principios, y propusieron los nuevos modos de organización basados
en el federalismo agubernamental practicado directamente.
La Revolución española fue obra del pueblo, realizada por el
pueblo, pero ante todo por los libertarios, hombres del pueblo, que
estaban en su seno, y en el seno de las organizaciones sindicales.
Por
otra parte, el éxito de nuestros compañeros hubiera sido imposible
si los conceptos libertarios no hubieran respondido a la psicología
profunda, si no de la totalidad, por lo menos de gran parte de los
trabajadores obreros y campesinos. Y si, sobre todo en Aragón, en
Castilla, en Andalucía, en Extremadura, el factor psicológico,
individual y colectivo no hubiera facilitado esas realizaciones
únicas en la historia del mundo.
El
autor de este libro, que había vivido y luchado largamente en
España, residía en América del Sur cuando estalló la guerra
civil. Obligado a viajar ilegalmente, no pudo embarcarse y
desembarcar en Gibraltar sino en el mes de noviembre. Pasó a Málaga,
la primera ciudad portuaria que estaba a su alcance, y pronto se
convenció, teniendo en cuenta el cariz que tomaban las operaciones
militares, que los antifascistas no podían, a pesar de la demagogia
vociferadora de los gobernantes republicanos, ganar la guerra. Pero
-y esto había sido el motivo mayor de su viaje- consideró un deber
sagrado registrar, para el porvenir, los resultados de la primera
experiencia, de la primera aplicación de las ideas que siempre había
defendido. Y se lanzó a estimular, ensanchar, profundizar esas
experiencias, informándose y tomando notas.
Ha
escrito su libro según se lo permitieron las circunstancias
-encarcelamiento, persecución, exilio, vida ilegal- de su vida de
luchador. Y presenta los resultados de su encuesta personal que fue
facilitada no sólo por sus investigaciones directas en los
sindicatos obreros, las fábricas, las colectividades agrarias y los
servicios públicos, sino también por el aporte espontáneo de
documentación que le hicieron los compañeros fraternales con los
cuales se relacionó durante su búsqueda de informes.
No
tiene la pretensión de aportar una historia general de la Revolución
española, siquiera desde el punto de vista constructivo: porque ésta
ha sido mucho más importante de lo que su escrito podría dejar
suponer. Especialmente en lo referente a las colectividades agrarias,
lamenta que, por una parte los que fueron sus enemigos más
implacables: los comunistas estalinianos, y por otra parte su
encarcelamiento en Francia en junio de 1938, le hayan impedido llevar
más a fondo su encuesta.
Lo
que presenta es, pues, un conjunto de materiales para una historia
general de la Revolución española, historia que no pierde la
esperanza de escribir si le es dable volver, un día, a una España
libre del franquismo.
A
no ser que, ocupado él también por hacer la historia, no tenga
-como sus compañeros de ayer- tiempo de escribirla.
UNA
SITUACIÓN REVOLUCIONARIA
Cuando,
el 19 de julio de 1936, se produce el ataque fascista, la réplica se
concentra inmediatamente contra el ejército insurrecto, que amenaza
no sólo al Gobierno legal, sino en su propia existencia a todas las
fuerzas de izquierda y del centro, así como a las libertades, tan
relativas pero, sin embargo, apreciables, representadas por la
República.
Desde
la víspera, la CNT ha ordenado la huelga general, y casi en todas
partes esta orden es obedecida. No se trata de una revolución
social, de la implantación del comunismo libertario a semejanza de
lo que se había intentado prematuramente en otras ocasiones. Ni de
una ofensiva contra la sociedad capitalista, el Estado, los partidos
políticos y los defensores de la vieja sociedad: se trata de impedir
el triunfo del fascismo. Como hemos visto, en Cataluña,
especialmente en Barcelona, son sobre todo las fuerzas de la CNT y de
la FAI, apoyadas por los guardias de asalto, quienes hacen retroceder
a sus cuarteles a los regimientos de infantería a los que sus
oficiales han ordenado el asalto.
Lo
primordial es impedir el triunfo del fascismo, porque, si triunfa,
desaparecerán los republicanos de distintas tendencias, los
socialistas prietistas o largocaballeristas, los catalanistas de
izquierdas (los más numerosos) e incluso los de derecha -por su
separatismo-, los liberales y autonomistas vascos, la Unión General
de los Trabajadores, la Confederación Nacional del Trabajo, y nada
digamos de la FAI. En consecuencia, la solidaridad se establece
espontáneamente, en grados distintos, según las ciudades, los
pueblos, las regiones. En Madrid, socialistas, ugetistas,
republicanos, grupos libertarios y sindicatos genetistas, aunando sus
esfuerzos, toman por asalto los cuarteles donde está concentrado el
peligro, detienen a los fascistas conocidos, envían fuerzas armadas
para reconquistar ciertas localidades caídas en manos del enemigo,
se atrincheran al Norte y cierran el paso a las tropas del general
Mola en la sierra de Guadarrama, cuya conquista tanto había costado
al ejército de Napoleón.
De
hecho, la resistencia oficial es inexistente, pues el Gobierno está
desconcertado. Los ministros pronuncian discursos enérgicos por la
radio, gesticulan y amenazan inútilmente, porque ya no tienen
fuerzas estructuradas, ni mecánica militar organizada, ni siquiera
un aparato burocrático de Estado. La mayoría de los oficiales, la
artillería, la aviación han pasado a la rebelión: lo que queda de
tropas carece de unidad, vacila; los suboficiales que no han seguido
a los fascistas no inspiran más confianza que los cuatro o cinco
generales que han permanecido adictos al Régimen[32]
y de los que se teme traicionen a su vez de uno a otro momento. Un
Gobierno, un Ministerio tienen por misión mandar a un conjunto
organizado que funciona en debida forma. Nada de esto existe.
Así,
la resistencia está en la calle, pues el Gobierno no gobierna. El
poder político está como borrado, y los hombres que acaban de
cerrar el paso al fascismo se preocupan poco de las órdenes
oficiales, porque los ministros que se han mostrado tan inferiores a
sus responsabilidades han perdido su crédito. Especialmente lo han
perdido completamente cerca de las masas libertarias, o simpatizantes
del ideal libertario, que reprochan al Gobierno su pasividad ante el
peligro que se avecina.
En
Cataluña, que goza de un estatuto autónomo, la situación reviste
un aspecto particular. Al día siguiente del triunfo sobre las
fuerzas militares, del asalto a los cuarteles que ha causado tantas
víctimas, Companys, presidente del Gobierno catalán, expresa su
deseo de recibir una delegación de la CNT y de la FAI para examinar
la situación. Y cuando tiene ante sí a los delegados aún negros de
pólvora y agotados por el combate, les declara:
«Sin
ustedes, los fascistas triunfaban. Son ustedes, los anarquistas, los
que han salvado a Cataluña, y les agradezco en nombre de nuestro
pueblo. Pero también han ganado el derecho de tomar en manos la
dirección de la vida pública. Estamos, pues, dispuestos a
retirarnos y a dejarles la responsabilidad del poder».
García
Oliver, uno de los militantes anarquistas más renombrados, que
relató esa entrevista, le contestó que no podía darse tal paso: la
hora era demasiado grave, había que mantener la unidad antifascista.
Companys debía permanecer en su puesto y asumir las
responsabilidades del momento.
Pero,
de hecho, el Gobierno era más nominal que real. La fuerza dominante
estaba en los sindicatos de la CNT y en la FAI (pero mucho menos en
esta última). Las milicias armadas de resistencia se improvisaban,
grupos de acción compuestos por hombres que ceñían brazaletes
rojos y negros se sustituían a la policía republicana, que se
desvanecía: el orden revolucionario se establecía no sólo en
Barcelona, sino en todas las ciudades de Cataluña. Incluso ocurría
que en numerosas localidades, como Igualada, Granollers, Gerona, los
partidos políticos locales, compuestos de catalanistas de izquierda,
republicanos federalistas, socialistas, cuando no por republicanos
izquierdistas o centralista del partido de Manuel Azaña, o por
libertarios cenetistas, se reunían en una sola fuerza en el seno de
las municipalidades, y que las nuevas autoridades comunales,
desligadas del Gobierno catalán, y más aún del Gobierno de Madrid
(que pronto pasó a Valencia), constituían un bloque de gestión
local. La organización municipal adquiría así un carácter casi
autónomo.
El
derrumbamiento del Estado republicano fue más patente en Aragón.
Vecina en el oeste de Castilla, donde dominaban y de donde amenazaban
las fuerzas franquistas, lindando al Norte con Francia por los
Pirineos que al mismo tiempo la separaban, teniendo al Este una
Cataluña que no ejercía el poder sobre ella, esta región sólo
mantenía el contacto con la parte que se esforzaba en gobernar aún
el Gobierno central por los límites comunes que quedaban al sur y al
sudeste de la provincia de Temel. Empero, esta provincia estaba
entregada a sí misma. Lo que facilitaba a Aragón una absoluta
independencia.[33]
La
guerra civil creaba una situación revolucionaria, porque incluso en
las provincias levantinas, a las que el fascismo no amenazaba aún,
la influencia de las fuerzas populares inspiradas por la CNT y la FAI
revolucionaban la organización pública.[34]
En muchos casos, los demás sectores políticos podían -aunando sus
fuerzas- ser numéricamente más importantes que el sector
libertario. Pero sus adherentes carecían de iniciativa. La ausencia
de directivas y de instituciones oficiales les paralizaba, mientras
que facilitaba la acción de los hombres que hacían de la lucha
revolucionaria el agente principal de su actividad histórica. Lo que
nos explica por qué, muy a menudo, cuando en los consejos
municipales de ciertas aldeas o de pequeñas ciudades la
representación de la CNT fue minoritaria, supo hacer triunfar su
tesis, porque nuestros militantes sabían lo que querían y aportaban
soluciones allí donde los republicanos y socialistas no hacían sino
plantear y plantearse problemas.
Problemas
nuevos, numerosos a menudo inmensos, siempre urgentes. En primer
lugar, el de la defensa local contra posibles ataques de aldeas
vecinas, de ciertas ciudades, de fuerzas agrupadas en las montañas.
En cada pueblo de Aragón fue necesario, sin perder tiempo, hacer
frente al ejército franquista, que después de haberse apoderado de
dos capitales provinciales -Zaragoza, Huesca-[35]
avanzaba hacia Cataluña. Detener a los invasores, rechazarlos tan
lejos como fuera posible: ciertas localidades fueron perdidas,
reconquistadas, vueltas a perder y a reconquistar. En otros casos, la
población, después de haber barrido al fascismo local, mandó las
fuerzas de que disponía -lo más a menudo gente armada con escopetas
de caza- a ayudar a los que mantenían la resistencia o preparaban la
ofensiva. Tantas iniciativas y actividades implicaban una
organización espontánea, pero real, a pesar de fallas inevitables.
Y luego llegaron las milicias -también improvisadas- enviadas desde
Cataluña, y cuyos efectivos más importantes estaban compuestos por
miembros de la CNT y de la FAI -entre cuyas pérdidas figuraron a
menudo los mejores militantes.
En
otros aspectos, y por otras razones, la necesidad de una organización
nueva se impuso, incluso desde el punto de vista del sostén a los
combatientes, y esto sin pérdida de tiempo. En Aragón, contados
fueron los alcaldes que permanecieron en su puesto y los concejales
que asumieron sus responsabilidades cívicas. Asustados, desbordados,
incapaces, o acordes con los fascistas, casi todos se desvanecieron.
En cambio, y en muchos casos, aparecían en primera fila los
militantes conetistas libertarios que a menudo asumían la dirección
de las actividades necesarias. Su experiencia de organizadores
sindicales les predisponía a ocupar los cargos de administración
pública. Habían adquirido la práctica de los comités
responsables, de las asambleas populares, de las tareas de
coordinación. No es de extrañar, pues, que en la mayoría de los
casos -sino en todos- en que las autoridades se habían esfumado,
ellos hayan convocado a una reunión general en la plaza pública o
en un local -el de la alcaldía, por ejemplo- al conjunto de los
habitantes (como ayer convocaban a los miembros de la organización
sindical a una asamblea obrera), a fin de examinar la situación y
decidir lo que convenía hacer. Y en todos esos pueblos de Aragón
abandonados por sus autoridades se nombró no un nuevo consejo
municipal basado sobre los partidos políticos, sino un «comité»
de administración encargado de asumir la responsabilidad de la vida
pública y social.
Este
nombramiento tuvo lugar por mayoría, o por unanimidad de los
presentes; y nada sorprendente es que en conjunto hayan sido
nombrados los hombres conocidos por un dinamismo que respondía a la
situación. A menudo lo fueron también, en menor número, a
insistencia de los mismos cenetistas, militantes de la UGT, cuando no
republicanos de izquierda que, en su comportamiento, no habían
observado siempre al dedillo las directivas de su partido,
manteniendo relaciones personales con nuestros compañeros y
atribuyendo al republicanismo un contenido social que rebasaba la
simple política al uso.
Pero
esta diversidad de pertenencias no implicaba la constitución de
autoridades según la forma tradicional. Sin presumir de juristas, e
inspirándose en las normas que nuestro movimiento había siempre
preconizado, nuestros compañeros propusieron una estructuración
nueva de la vida pública. Para ellos, que tanto habían esperado,
sufrido y combatido contra la desigualdad social y por la justicia
igualmente social, puesto que la república burguesa se había
desplomado, había llegado la ocasión de instaurar un régimen
nuevo, una vida nueva. Y en lugar de reconstruir al estilo pasado,
propusieron una estructuración natural y funcional acorde con la
situación y con sus ideas.
La
guerra se imponía ante todo. Pero también se imponían los
problemas de consumo general, la producción agraria, todas las
actividades necesarias a la vida colectiva. Cada asamblea nombró,
pues, un responsable, encargado de dirigir o coordinar los trabajos
agrícolas; seguía después el problema del ganado, por el cual se
nombró otro delegado, encargado de las actividades relativas al
cuidado del alimento y al aumento rápido de los animales productores
de carne. Seguían las pequeñas industrias locales, cuya continuidad
e incluso cuyo desarrollo debían asegurarse. Al mismo tiempo, la
enseñanza, obsesión permanente de nuestro movimiento ante las
proporciones inadmisibles del analfabetismo, era objeto de medidas
inmediatas. Los servicios de salubridad, urbanismo, vialidad, no eran
olvidados, ni la organización de los intercambios y del
abastecimiento. Cada sector tuvo su delegado, y los diferentes
delegados constituyeron el comité local. A veces, según la
importancia de las localidades, un mismo compañero asumía dos
cargos. Y lo más a menudo esos hombres trabajaban en el taller o en
el campo, quedando uno solo permanente para aconsejar o hacer frente
a los problemas urgentes.
Es
obvio que esa revolución iba acompañada por otra, tan importante
como la primera, relativa a la distribución de los bienes de
consumo, no sólo como consecuencia de las nuevas necesidades nacidas
de la guerra, sino también de la nueva ética social. En los pueblos
de Aragón -y muy pronto las cosas tomaron ese cariz en la región
levantina- la lucha contra el fascismo pareció incompatible con la
sociedad capitalista y sus desigualdades. Así fue como en las
asambleas sucesivas de los pueblos, muchas veces en la primera, se
estableció el salario familiar que igualaba las posibilidades de
existencia para todos los habitantes, hombres, mujeres y niños.[36]
Pronto
las finanzas locales se hallaron en manos del comité elegido, como
hemos visto, el cual secuestraba, lo más a menudo contra recibo
detallado, el dinero encontrado en las sucursales de los bancos
cuando las había, o en casa de los ricos que, por lo general, habían
desaparecido. Si no, se imprimía una moneda local, casi siempre a
base nominal de la peseta, o bonos de consumo sobre los que nos
extenderemos más adelante. En otros casos se suprimía radicalmente
toda clase de moneda y se establecía una tabla de racionamiento
única. Lo esencial es que la igualdad de los medios de existencia
aparecía, y que de un día para otro se realizaba, casi sin
sobresaltos, una revolución social.
Para
asegurar mejor el libre consumo, o para evitar ya sea el despilfarro,
ya sea ocultaciones muy posibles, el comité tomaba bajo su control
la organización de la distribución. En ciertos casos, los mismos
comerciantes estaban encargados de hacerlo, y lo hacían
correctamente. En otros, el comercio desaparecía como tal; entonces
se organizaba uno o varios depósitos de víveres, uno o varios
almacenes de distribución. A veces se toleró, por humanidad, a los
pequeños tenderos que, en el fondo, no causaban perjuicios a nadie,
y pudieron vender, según la tasa de precios establecida, las
mercancías que les quedaban. Al agotarse sus reservas, se
incorporaban a la colectividad.
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Recordemos
que la insurrección fascista había estallado el 19 de julio. En esa
fecha, los trigos estaban maduros, y la partida de los grandes
terratenientes (que en su mayoría habitaban en las grandes
ciudades), o de sus administradores -casi siempre tiranuelos locales
que dominaban parte del campesinado- iba a provocar el abandono y la
pérdida de la cosecha. Este problema se planteó inmediatamente al
mismo tiempo que la toma de posesión de la administración general.
Y
de acuerdo con los delegados en la agricultura, los responsables
campesinos convocaron a sus compañeros. Fueron requisadas las
máquinas halladas en las grandes explotaciones, los animales de
labor, los segadores y las segadoras que, tan a menudo, cortaban aún
las espigas con la hoz. El trigo fue segado, las gavillas atadas y
guardadas en almacenes comunales improvisados. Lo mismo se hizo con
las patatas, la remolacha de azúcar, los garbanzos y las judías,
las frutas, los pimientos morrones, la carne; todo se volvía
propiedad de la colectividad bajo la responsabilidad del comité
local.
Empero,
no se había alcanzado aún la colectivización en el sentido
completo de la palabra. No bastaba la toma de posesión de la gran
propiedad usurpadora. El colectivismo -denominación general y
espontáneamente adoptada- suponía la desaparición de todas las
propiedades individuales, pequeñas y medianas, y sobre todo
desaparición voluntaria para las primeras, obligatorias para las
otras, y su integración en un vasto sistema de propiedad pública y
de trabajo común. Lo cual no se hizo en todas partes de modo
uniforme.
Si
en Aragón el 80% de las tierras cultivadas pertenecían a los
latifundistas, en otras regiones, especialmente en ciertas partes de
Levante -pero sobre todo en Cataluña- la pequeña propiedad dominaba
con frecuencia u ocupaba un lugar importante, según las localidades
donde se practicaba la policultura. Y aunque nuestros mejores
compañeros fueran a menudo pequeños propietarios, aunque en
numerosos casos los pequeños propietarios hayan adherido con
entusiasmo a las colectividades, e incluso las hayan organizado,
ocurrió que en la región levantina (provincias de Castellón de la
Plana, de Valencia, Murcia, Alicante y Albacete) aparecían
dificultades ignoradas en Aragón. En primer lugar porque en esa
época muchos habitantes se creían seguros contra el fascismo
gracias a la distancia que les separaba del frente, y porque la
demagogia oficial les engañó hasta el último momento. Después,
porque los partidos políticos seguían existiendo. Tras haber
conocido un período de pánico, se reorganizaron al mismo tiempo que
el Gobierno central se consolidaba, con su burocracia y su policía
(particularmente el Cuerpo de Carabineros). Si el traslado de este
último a Valencia facilitaba la aparición de las colectividades
castellanas, en cambio aumentaba, en Levante, las posibilidades de
resistencia antisocializadora no sólo de los partidos políticos,
sino también de la burguesía, de los pequeños comerciantes, de los
campesinos apegados a su propiedad.
La
acción expropiadora se ejerció, pues, contra las grandes
propiedades agrarias cuyos pobladores eran fascistas de hecho -lo que
facilitaba la socialización-, o fascistas potenciales, De todos
modos, el latifundio atacado desde tanto tiempo por los economistas,
partidos, escritores de izquierda, no podía ser defendido
abiertamente. El cultivo del naranjo, característica de la región
levantina, exige gastos importantes, de modo que casi todos los
naranjales pertenecían a sociedades capitalistas, a menudo anónimas,
y que en ciertos casos extendían su dominio sobre varios pueblos.
Aunque en proporciones menores, la situación era a menudo idéntica
en la zona, mucho menos extensa, de los arrozales. La colectivización
de estas grandes propiedades se justificaba, pues, en ese período en
que lo político y lo social se interpenetraban la necesidad de
desarmar políticamente al fascismo completaba su desarme político y
militar. El caso es que, de uno u otro modo, la revolución se
extendía.
También
se implantaba por otros caminos, con frecuencia inesperados. Siempre
en la región levantina, y para no provocar choques con los otros
sectores antifascistas, porque la lucha contra el enemigo común
figuraba siempre en primer plano, nuestros compañeros hubieron de
tomar iniciativas de las que los republicanos, socialistas y otros
hombres respetuosos de la legalidad oficial se mostraron incapaces.
En los pueblos, numéricamente más importantes que los de Aragón
porque el suelo y el clima permitían una mayor densidad de
producción y población, en las pequeñas ciudades de 10.000 y
20.000 habitantes, el abastecimiento se interrumpía o disminuía de
modo alarmante porque los intermediarios vacilaban en invertir su
dinero en compras, incluso en vender las mercancías que tenían
almacenadas. Parte de ellos lo hacían por tener intenciones
especuladoras y por otra parte por ser favorables al fascismo; se
trataba de un modo de resistencia pasiva contra la República.
Y
los productos ultramarinos, de mercería e higiene, los abonos
químicos, ciertas herramientas, multitud de objetos iban
desapareciendo con rapidez, lo que contribuía a perturbar la vida
cotidiana. Entonces, ante la inercia de los otros sectores, nuestros
compañeros, que en casi todas las localidades habían entrado en los
consejos municipales, donde multiplicaban propuestas e iniciativas,
hicieron aceptar medidas de emergencia. A menudo, por iniciativa
suya, el Municipio organizaba centros de abastecimiento que reducían
el peso del comercio privado, y empezaban la socialización
distributiva. Segunda etapa: el Municipio se encargaba de comprar sus
productos a los campesinos reacios, pagándoles mejor que los
intermediarios o mayoristas. En fin, como etapa complementaria, las
colectividades integrales -aunque parciales con relación a la
población total- aparecían y se desarrollaban.
En
cuanto a la producción industrial de las pequeñas y grandes
ciudades, la situación recordaba a menudo la creada por el pequeño
comercio y la pequeña agricultura. Los pequeños patronos, los
artesanos que ocupaban uno, dos, tres, cuatro asalariados vacilaban
con frecuencia, sin decidirse a poner en juego sus escasos recursos
monetarios. Entonces, nuestros sindicatos intervenían recomendando o
exigiendo que la producción continuara.
Pero
nuevos pasos eran dados sin interrupción. Indudablemente, la
burguesía industrial catalana era antifranquista, aun cuando fuera
porque Franco era hijo de Galicia y anticatalanista, de modo que su
triunfo hubiera representado la anulación de la autonomía regional
tan difícilmente conquistada, la supresión de los derechos
políticos otorgados por el Gobierno de Madrid y de los privilegios
lingüísticos. Pero es probable que entre esos peligros y los
representados por las fuerzas revolucionarias que preconizaban el
comunismo libertario, el primer mal le pareció de menor cuantía. Lo
que nuestros compañeros comprendieron sin pérdida de tiempo. Y sin
pérdida de tiempo comprendieron también que el cierre de las
fábricas y de los talleres al día siguiente de la derrota infligida
a las fuerzas enemigas constituiría una ayuda indirecta al fascismo.
La miseria causada por la desocupación a la que el Gobierno de la
República había sido incapaz de poner coto, iba a aumentar y sería
un factor de desorden de extremada eficacia del que se beneficiaría
el enemigo. Era, pues, preciso que la producción continuara, y por
iniciativa de la CNT, o de sus militantes, en todas las empresas
industriales fueron constituidos comités de control encargados de
supervisar la buena marcha de la producción.
Tal
fue el primer paso. Pero una nueva razón, a todas luces lógica,
obligó a dar otro, y en ciertas industrias simultáneamente el
primero y el segundo. De inmediato se impuso la necesidad de fabricar
medios de combate para un frente aún no estabilizado que se hallaba
a 250 kilómetros de Barcelona, a 50 kilómetros de Cataluña, y
podía desplazarse adelante con cierta facilidad (el terreno es de
fácil acceso en casi todo el recorrido). Hemos visto que tan pronto
las fuerzas armadas empleadas por los fascistas, sin ser siempre
ellas mismas forzosamente fascistas (los regimientos de infantería
estaban compuestos por hombres del pueblo), fueron obligados a
retroceder a sus cuarteles, se habían organizado milicias que
partieron inmediatamente al encuentro del enemigo, en Aragón, para
lo cual fue preciso poner los trenes en marcha. Tarea de la que se
encargó el sindicato de los ferroviarios. Al mismo tiempo, el
sindicato de los metalúrgicos ordenaba reanudar el trabajo
interrumpido por la huelga general y rechazaba, lo mismo que los
otros sindicatos, la reducción de la jornada de trabajo propuesta
por el Gobierno catalán. En fin, encargaba a los talleres
metalúrgicos blindar camiones y camionetas para enviarlos a los
lugares de lucha.[37]
Así,
en nombre de las medidas necesarias para asegurar la victoria, buen
número de empresas industriales fueron expropiadas, siendo sus
poseedores considerados también, al igual que tantos terratenientes,
como fascistas reales o potenciales, lo que era verdad en muchos
casos. En las empresas de pocas dimensiones, las cosas fueron más
lejos, porque por una evolución a la vez incontenible y
sistemáticamente perseguida, el comité de control se transformó en
comité de gestión, donde el patrono dejó de figurar como tal para
no ser más que un técnico, cuando era capaz de serlo.
Como
se ve, la revolución social que tuvo lugar no fue consecuencia de
una decisión de los organismos de dirección de la CNT o de las
consignas lanzadas por los militantes que ocupaban los primeros
planos. Se produjo espontánea y naturalmente, no porque -evitemos la
demagogia- en su conjunto «el pueblo» se había vuelto de repente
capaz de hacer milagros, sino porque, repitámoslo, en el seno de
este pueblo y siendo parte integrante suya, existía una minoría
potente, activa, dinámica, guiada por un ideal que continuaba a
través de la historia la lucha empezada en tiempos de Bakunin y de
la Primera Internacional; porque en innumerables sitios y lugares
teníamos combatientes que desde decenios perseguían objetivos
constructivos concretos, guiados por su iniciativa creadora y un
sentido práctico indispensable para amoldarse a la variedad de las
situaciones y cuyo espíritu de innovación constituía un poderoso
fermento capaz de aportar -en el momento decisivo- las orientaciones
necesarias.
----------
La
situación era revolucionaria por la voluntad de los hombres y por la
dinámica de los hechos, lo cual nos mueve, antes de exponer más
detalladamente los procesos y el desarrollo de las realizaciones
revolucionarias, a refutar ciertas afirmaciones críticas formuladas
contra los que se lanzaron atrevidamente a la creación de una
sociedad nueva.
Nos
referimos ante todo a la contradicción aparente nacida de la
participación política de nuestro movimiento en el Gobierno catalán
y en el Gobierno central, y a nuestra iniciativa de acción propia y
directa: «Ya que colaboran en el Gobierno -han repetido muchas veces
los antifascistas enemigos de la transformación social que se
operaba- no tienen derecho de actuar al margen de la legalidad
gubernamental».
Teóricamente,
el argumento parecía lógico. De hecho, las cosas eran mucho menos
sencillas. En primer lugar, sobre 16 ministros sólo tuvimos cuatro
en el Gobierno central de Valencia; los ministros nuestros eran
siempre minoritarios, los otros 12 estaban constantemente coaligados
contra ellos, y reservándose los ministerios más importantes y
determinantes -Hacienda y Guerra, por ejemplo-. Hubiera sido
demasiado hábil, y demasiado fácil, obligarnos a la pasividad
revolucionaria a cambio de concesiones ilusorias.
Nuestros
adversarios, especialmente los comunistas, se valieron de otro
argumento al que acuden siempre, mientras no tienen aún bastantes
fuerzas para adueñarse del mando: no había llegado aún la hora de
la revolución, era preciso mantener la unidad antifascista, vencer a
Franco ante todo. Al expropiar a los industriales, a los
propietarios, los patronos, los accionarios, se podía incitarlos a
pasar al enemigo.
Sin
duda esto ha ocurrido en pequeñísimas proporciones. Pero, en primer
lugar, mientras una situación no se presta para que puedan adueñarse
de ella, los comunistas dirán siempre que las iniciativas de sus
aliados que no se someten integralmente a sus directivas y a su mando
son prematuras, si no contrarrevolucionarias. Por otra parte, ¿quién
puede afirmar que sin socialización las posibilidades de victoria
hubieran sido mayores? Afirmarlo supone no tener en cuenta las
realidades que conformaban la situación.
La
hostilidad de los patronos desposeídos no atenuaba en nada el ardor
combativo de las masas obreras y campesinas que suministraban las
fuerzas de combate. En general, los miembros de la burguesía y de
los partidos políticos permanecían en actitud de entusiasmo verbal
o se agitaban estérilmente en medio de acontecimientos que los
desbordaban. La lucha se había desplazado del Parlamento y de las
urnas a la calle, la réplica al ataque fascista no podía sino
adaptarse a las nuevas circunstancias y seguir por el camino que se
emprendió. De esperar el triunfo de la organización oficial de
resistencia debidamente pertrechada, el franquismo habría triunfado
en un año, tal vez en tres meses.[38]
SEGUNDA
PARTE
TRABAJOS
CONSTRUCTIVOS EN LA AGRICULTURA
LA
FEDERACIÓN DE COLECTIVIDADES DE ARAGÓN
En
los días 14 y 15 de febrero de 1937, tuvo lugar en Caspe -pequeña
ciudad de la provincia de Zaragoza liberada del fascismo por fuerzas
esencialmente libertarias venidas de Cataluña- el congreso
constitutivo de la Federación de Colectividades de Aragón. La
iniciativa estaba patrocinada hasta tal punto por la sección
regional de Aragón, Rioja y Navarra de la CNT, que el sello que
figura en las resoluciones adoptadas es el de esa organización
sindical. Asistieron una delegación oficial del Comité Nacional de
la CNT, una del Comité Peninsular de la FAI, una del Comité
Regional de los Grupos Anarquistas de Aragón, Rioja y Navarra. La
decisión de reunir este Congreso había sido tomada anteriormente
por una reunión preliminar de delegados de las colectividades
existentes, celebrada en Binéfar, provincia de Huesca. Eran entonces
las colectividades ya constituidas o en estado de constitución las
que se concertaban por autodeterminación, en aquella pequeña
ciudad.
Estaban
representadas 25 federaciones comarcales ya instituidas. Eran,
nombradas por orden alfabético y según su cabeza administrativa,
las de Alcañiz, Aragüés, Alfambra, Ainsa, Alcorisa, Albalate de
Cinca, Barbastro, Benabarre, Caspe, Enjulve, Escucha, Graus, Grañen,
Lécera, Monzón, Muniesa, Mas de las Matas, Mora de Rubielos, Puebla
de Híjar, Pina de Ebro, Pancrudo, Sástago, Tardienta, Valderrobres.
Cada una de esas federaciones representaba -según los casos y las
divisiones administrativas reinantes- de 3 a 36 pueblos, más o menos
importantes. El total de esos pueblos sumaba 275, el número de
individuos o familias -según los casos- es de 141.430.[39]
Ya en ese período, el hecho colectivista estaba en plena expansión,
y muy pronto nuevas colectividades se sumaron a esta primera lista.
En
tanto, las colectividades existentes vieron aumentar sus efectivos
con rapidez. Por ejemplo, en el mencionado Congreso, la comarca de
Mas de las Matas estaba compuesta por 19 pueblos y uno solo de ellos
estaba colectivizado integralmente. Tres meses después, cuando tuvo
lugar un pleno con carácter de semicongreso, ya estaban todos
colectivizados y la comarca de Angüés, que contaba 36
colectividades en febrero, en el mismo pleno contaba 70. Al mismo
tiempo, las colectividades federadas de la comarca de Barbastro que
eran 31, llegaron a sumar 58. Tan rápido era el crecimiento que en
el momento que se publicaban las estadísticas estaban caducas.
Recordemos
también que el movimiento colectivista se desarrollaba a pesar de
las dificultades causadas por la guerra, a menudo a pocos kilómetros
del frente, bajo la amenaza de una incursión adversa de la
artillería o de la aviación -caso de Grañén, de Ainsa, de Pina de
Ebro, etc.- y estando muchos de los nuestros movilizados en las
fuerzas armadas.
El
Congreso de Caspe tuvo por objeto unificar y aunar la acción de las
colectividades. Según el texto votado, se resolvió:
1º.
Constituir la Federación Regional de
Colectividades para coordinar la potencialidad económica de la
región, y dar cauce solidario a esta Federación de acuerdo con las
normas autonómicas y federativas que nos orientan.
2º.
Para estructurar esta Federación, nos
atendremos a las siguientes normas:
a)
Las colectividades deben federarse
comarcalmente.
b)
Para la cohesión y el control de los
comités comarcales entre sí, se creará el Comité Regional de
Colectividades.
c)
Las colectividades harán una estadística
veraz de la producción y del consumo, que enviarán al comité
comarcal respectivo, y estos comités, a su vez, remitirán la
estadística comarcal al comité regional, única forma de establecer
la verdadera y humana solidaridad.
Permítasenos
introducir aquí un comentario para subrayar la importancia de este
texto que contiene a la vez todo un programa y una profesión de fe
de principios sociales esenciales. Vemos aquí reafirmado un antiguo
postulado humanista teórico basado ante todo en la coordinación
general, en la «solidaridad humana», en la «cohesión de los
comités comarcales», en el «cauce solidario» de la federación
que englobará todas las colectividades, es decir, a todos los
miembros que las constituyan; por otra parte, las «normas
autonómicas», es decir, el respecto de la forma práctica de
autoorganización irán junto con las normas federativas implicadas
por esa visión de conjunto.
Pero
esta cohesión y organización solidarias, afirmadas y proclamadas,
tienen un objetivo concreto, además de la práctica de la «verdadera
y humana solidaridad»: el de favorecer la «potencialidad
económica», la producción y el consumo mediante «una estadística
veraz». Y esto en forma federalista, de la colectividad aldeana al
comité comarcal, y de los comités comarcales al comité regional.
En líneas generales no se puede tener visión más clara, un
concepto más acabado y preciso de la obra constructiva así
comenzada.
«En
líneas generales», decimos, porque en esa asamblea de hombres
prácticos, reunidos para hacer obra social efectiva, se ha creído
necesario enumerar las tareas por realizar, lo cual ha dado lugar a
una enumeración que -pese a sus imperfecciones literarias- merece
ser conocida. He aquí el Reglamento
que presenta la ponencia, para estatuir la vida colectiva en Aragón:
contenido en el tercer dictamen, recogiendo todos los acuerdos
tomados en este Congreso:
1º.
Con la denominación de Federación de
Colectividades Agrícolas, se constituye en Aragón una asociación
que tendrá por misión la defensa de los intereses colectivos de los
trabajadores organizados en las mismas.
2º.
Atributos de esta Federación:
b)
Controlar las granjas de experimentación
que puedan crearse en las localidades donde las condiciones del
terreno sean favorables para conseguir toda clase de semillas.
c)
Atender a los jóvenes que tengan
disposiciones para la preparación técnica mediante la creación de
escuelas técnicas especializadas.
d)
Organizar un equipo de técnicos que
estudien en Aragón la forma de conseguir mayor rendimiento del
trabajo que se efectúe en las diversas labores del campo.
e)
Buscar las expansiones comerciales en el
exterior de la región, tendiendo siempre a mejorar las condiciones
del intercambio.
f)
Se
ocupará también de las operaciones comerciales con el exterior,
mediante el control, por estadísticas, de la producción sobrante de
la región, y por lo tanto tendrá a su cargo una caja de resistencia
para hacer frente a todas las necesidades de las colectividades
federadas, siempre en buena armonía con el Consejo de Defensa de
Aragón.[41]
3º.
En el aspecto cultural, esta Federación
se cuidará:
a)
De procurar a las colectividades todos los
elementos de expansión que a la vez que sirvan de distracción
eleven la cultura de los individuos en sentido general.
b)
Organizar conferencias que tienden a
perfeccionar la educación del campesino, como asimismo veladas a
base de cine y teatro, giras y cuantos medios de propaganda
espiritual sean posibles.
4º.
Para la buena tramitación de todo lo
estatuido, la Federación nombrará un Comité Regional de
Colectividades que constará de los siguientes cargos: secretario
general, secretario de actas, contador, tesorero y dos vocales.
5º.
El secretario general tendrá a su cargo la
orientación del Comité, el sello social y la tramitación de
cuantos expedientes presenten las colectividades.
El
secretario de actas levantará actas de cuantas reuniones celebre el
Comité de la Federación; en ausencia del secretario general,
ocupará accidentalmente este cargo.
El
contador llevará la contabilidad de la Federación, abriendo cuentas
corrientes de los depósitos que le entreguen los comités
comarcales; de una manera normal efectuará las liquidaciones con el
tesorero.
El
tesorero será el encargado de guardar los fondos de la Federación y
de pagar cuanto se le presente al cobro, avalado anteriormente por la
firma del secretario, del contador, y sellado con el sello de la
secretaría.
Los
vocales constituirán las diferentes comisiones que se precisen para
el desenvolvimiento interno de la Federación, como: propaganda,
estadística, asesoramiento técnico, etc.
6º.
Esta
Federación, siguiendo las normas federativas, organizará tantas
federaciones comarcales como estime necesario[42]
para el buen desenvolvimiento de las colectividades, las cuales
mantendrán relaciones cordiales con los Consejos municipales y con
el Consejo Regional de Aragón, respectivamente.
7º.
Para los efectos del suministro de los
colectivistas, se establecerá la carta de racionamiento.
8º.
La
Federación de Colectividades Agrícolas y Complementarias[43]
celebrará su congreso ordinario cada seis meses, más los
extraordinarios que se crean pertinentes.
9º.
En cada congreso ordinario será renovada
la mitad del comité de la Federación.
10º.
El Comité Regional de las Colectividades
residirá en Caspe.
11º.
El ingreso
a esta Federación regional, de todas las colectividades que se
constituyan después de su creación, deberá ser acordado en
asamblea general por los vecinos de la colectividad, solicitante,
mandando copia del acta al comité regional para su archivo
correspondiente y aprobación necesaria.
12º.
Para que su solicitación tenga validez,
las colectividades harán constar su acatamiento a lo que estos
estatutos determinen.
13º.
Estos estatutos serán impresos y
distribuidos en un carnet de identidad a cada uno de los
colectivistas federados.
14º.
Todo cuando se acuerde en los congresos y
plenos que celebre esta Federación tendrá validez, aunque no esté
previsto en los presentes estatutos.
Dado
en Caspe, a 15 de febrero de 1937.
Por
la Ponencia: D. Gonzalvo, Angel Torenas, Magín Millán, José
Martín; José Mavilla, Salvador Ponz, J. Ariño; Bernabé Esteban,
Francisco Muñoz, Miguel Lamiel, José Mur y Fulgencio Dueñas.
El
autor se permite opinar que declaraciones con tal contenido tienen, a
pesar de sus defectos literarios, más valor y más alcance que
otras: por ejemplo, la Declaración de los «pioners» de Rochdale, o
la Carta de Amiens del sindicalismo revolucionario francés.
En
conexión y movidos por el imperioso deseo de crear, se abordó el
problema de los medios técnicos para desarrollar la «potencialidad
económica», votándose la resolución siguiente:
1º.
Procede ir con toda urgencia a la creación
de campos experimentales en todas las colectividades de Aragón para
poder efectuar los estudios que se crean necesarios para intentar
nuevos cultivos para poder obtener mayores rendimientos e
intensificar la agricultura en todo Aragón. Al propio tiempo debe
destinarse una parcela, aunque sea pequeña, para poder proceder al
estudio de los árboles que puedan producir más y que se aclimaten
mejor al suelo de cada localidad.
2º.
Debe
irse igualmente a la creación de campos de producción de semillas;
para ello puede dividirse Aragón en tres grandes zonas y en cada una
de ellas instalar grandes campos para producir las semillas que sean
necesarias en cada zona, y al propio tiempo producir para otras
colectividades aunque no pertenezcan a la misma zona. Tenemos, por
ejemplo, el cultivo de la patata; debe producirse la semilla de esta
planta en la zona de más altitud de Aragón para luego ser explotada
por las colectividades de otras zonas, ya que puede demostrarse que
en la parte alta esta planta no será atacada por las enfermedades
que le son características si siempre la produjéramos y
cultiváramos en la parte de poca altura, o sea, el país húmedo y
cálido.[44]
Estas
tres zonas procederán al intercambio de las semillas que las
necesidades aconsejen en cada caso, según los resultados de los
estudios que se realicen en los campos experimentales, pues éstos
deben estar en armonía e intervenidos al mismo tiempo por técnicos
para poder estudiar y hacer todos los ensayos que se crean de
provecho y necesidad.
Abramos
aquí un paréntesis para repetir que no se nos escapa la
imperfección literaria, el mal empleo de ciertos vocablos, las
repeticiones, los errores de sintaxis que se advierten más en este
párrafo que en otros, y que respetamos con la intención de dar
mayor autenticidad a la documentación contenida en este libro.
Porque, para nosotros, e indudablemente para todo amante de la verdad
histórica, para todo hombre deseoso de progreso humano importa ante
todo la nuez de las soluciones constructivas y no la cáscara de las
consideraciones verbales. No sabemos si Stephenson escribía o no con
ortografía; lo importante es que haya inventado la locomotora. Lo
importante, en el caso de los campesinos aragoneses y de otras
regiones de España, es que hayan innovado estructuras sociales y
superiores a las existentes hasta entonces. Y continuemos nuestro
análisis.
La
resolución está firmada como sigue:
Por
el Comité Regional, Antonio Ejarque; por Barbastro, E. Sopena; por
Pina de Ebro, José Abós; por Catalanda, Tomás Artigas; por
Muniesa, Joaquín Temprano; por el Consejo comarcal de Muniesa,
Alberto Aguilar.
Se
abordó también el problema de la distribución. Se habían
improvisado, como veremos en el capítulo Contabilidad
colectivista, diversos modos de
reparto. Una parte -la tercera tal vez- de los pueblos colectivizados
de Aragón había suprimido todo signo monetario, estableciéndose
una tabla de racionamiento, otra parte había adoptado una nueva
moneda impresa localmente, con bonos varios, basados en la peseta, en
puntos u otros signos. Esta diversidad, que permitió resolver el
problema de la distribución con soluciones revolucionarias de
momento, tenía el inconveniente de crear una confusión y por
añadidura era un obstáculo para la igualdad social que se buscaba,
variando frecuentemente los recursos económicos de un pueblo a otro.
Se decidió, pues, suprimir toda forma de moneda respecto al
abastecimiento interior de Aragón. La resolución correspondiente
decía:
Debe
abolirse la circulación de la moneda en el seno de las
colectividades, creando en su defecto la cartilla de racionamiento,
quedando en poder de la colectividad la cantidad precisa para sus
necesidades internas.
Para
que el comité regional pueda atender al abastecimiento de las
colectividades en lo relativo a importación, las colectividades o
los comités comarcales facilitarán al comité regional una
cantidad, de acuerdo con la riqueza de cada colectividad o comarca,
para crear la Caja Regional.
Fue
igualmente examinado el delicado problema de la conducta que debía
observarse con los pequeños propietarios que se negaban a entrar en
la colectividad, prefiriendo trabajar individualmente su tierra,
razón por la cual se les llamó «individualistas». La resolución
tomada reviste una real importancia, pues expone el principio
adoptado para toda la federación regional aragonesa, es decir, para
todas las colectividades de Aragón.
Tendremos ocasión de ver sobradamente que esta resolución fue
aplicada. He aquí su texto:
1º.
AI apartarse los pequeños propietarios por
propia voluntad de las colectividades, por considerarse capacitados
para realizar sin ayuda su trabajo, éstos no tendrán derecho a
percibir nada de los beneficios que obtengan las colectividades.
No
obstante esto, su conducta será respetada siempre que estén
dispuestos a no tratar de perjudicar los intereses de las
colectividades.
2º.
Todas
las fincas rústicas y urbanas como demás intereses de los elementos
facciosos que han sido incautados serán usufructuados por las
organizaciones obreras que existían en el momento en que se hizo la
incautación, siempre que estas organizaciones acepten la
colectivización.[45]
3º.
Todas las tierras de un propietario que
eran trabajadas por arrendatarios o medieros pasarán a manos de las
colectividades.
4º.
Ningún
pequeño propietario que esté apartado de la colectividad podrá
trabajar más fincas que aquellas que le permitan sus fuerzas
físicas, prohibiéndosele en absoluto el empleo de asalariados.[46]
5º.
Para quitar el egoísmo que puedan sentir
los pequeños propietarios, las pequeñas propiedades que disfruten
no serán registradas en el registro fiscal.
6º.
Las juntas administrativas de las
colectividades sólo se preocuparán de los asuntos de su
competencia.
Esta
ponencia es aprobada por seis de los siete delegados que la componen,
presentando el disconforme, delegado de Sástago, un voto particular.
Por
la ponencia: Por Angüés, F. Fernández; por Montoro, Julio Ayora;
por Alforque, R. Castro; por Gudar, R. Bayo; por Pina de Ebro, E.
Aguilar; por Ballobar, M. Miró.
El
quinto punto de la orden del día se refería -lo mismo que el
noveno- a la actitud que debía observarse ante el municipio. Dos
problemas se planteaban. Uno se refería al papel del municipio y al
comportamiento de las colectividades que, aunque habiendo irrumpido
recientemente en la vida pública, ocupaban el lugar preeminente;
otro, originado por la situación causada por el Ministerio de
Gobernación y por el Gobierno de Valencia, que acababa de ordenar la
reconstitución de los municipios en tantas partes barridos por los
acontecimientos.
Desde
el primer punto de vista, la ponencia aceptada por el Congreso decía:
1º.
Aceptamos
el municipio porque éste, en lo sucesivo, nos servirá para
controlar las propiedades del pueblo.[47]
2º.
Al estructurar las federaciones comarcales
y regional respectivamente, se considerará que los términos locales
que estas entidades administren no tendrán límites, como asimismo
se declarará de uso común entre las colectividades todos los útiles
de trabajo y cuanto signifique materias primas estará a disposición
de aquellas colectividades que les hicieran falta.
3º.
Las colectividades que tengan exceso de
productores, o que en ciertas épocas del año no se empleen por no
ser el tiempo apropiado a las labores agrícolas, podrán ser
utilizados por los comités comarcales para que los envíen a
trabajar a aquellas colectividades que tengan exceso de trabajo.
Dicho
de otro modo, el espíritu pueblerino tradicional, el replegarse
sobre sí acostumbrado, o tan frecuente de las comunas, ha terminado.
La comuna continúa con funciones que le son delimitadas por la
colectividad, y en adelante las relaciones humanas responderán a la
moral colectivista desbordando el marco tradicional y tendiendo a la
universalidad.
Los
colectivistas se inclinan ante la prescripción gubernamental,
reconstituyen la comuna allí donde había desaparecido. Al mismo
tiempo se esfuerzan por hacer del organismo municipal tradicional un
agente revolucionario más, que incluso legalizará las
expropiaciones; y aquí, con bastante habilidad se aplica una táctica
que permitirá defender las posiciones conquistadas. Tal fue el
sentido de la ponencia aprobada. Mas nuevas precisiones no son
inútiles.
1º.
Considerando que los Consejos locales
tienen una función aparte de las colectividades.
Considerando
que los Consejos locales son entidades legalmente constituidas[48]
en los cuales colaboran todas las organizaciones antifascistas y cuyo
mantenimiento representa el Consejo Regional de Defensa de Aragón.
Considerando
que las juntas administrativas de las colectividades tienen una
función aparte de los Consejos municipales.
Considerando
que son los sindicatos los llamados a nombrar y controlar a los
compañeros que van a representar a la CNT en ambos organismos.
Considerando
que no puede existir competencia en la gestión de las colectividades
y Consejos municipales, proponemos:
Que
al debernos a la organización[49]
unos y otros por igual, mientras perdure esta situación y la CNT
colabore en estos Consejos, las colectividades mantendrán relaciones
cordiales con estos organismos, manifestado a través de los
sindicatos de la CNT.
Es
decir, que ante la contraofensiva cautelosa del Gobierno preocupado
de restablecer su autoridad y su dominio, los colectivistas se
inclinan por una parte tomando precauciones a fin de mantener por
medio de una adaptación adecuada, las posiciones conquistadas.
Incluso, esas posiciones son reforzadas. Se hacen intervenir los
consejos municipales, de acuerdo, pero estos consejos estarán en
nuestras manos. Y para mejor protegerlos contra las maniobras que
podemos prever, intensificaremos la acción de nuestros sindicatos,
ellos mismos robustecidos al efecto. Contramaniobra inteligente que
al mismo tiempo indica una voluntad dispuesta a mantener las
conquistas hechas.
----------
Los
adversarios de esta revolución, especialmente los comunistas
estalinianos de ayer y de hoy, afirman a menudo que las
colectividades aragonesas fueron impuestas por nuestras milicias que,
en su mayoría, habían acudido de Cataluña para contener el avance
del enemigo, lo que consiguieron a costa de enormes pérdidas.[50]
Indudablemente
la presencia de esas fuerzas a las cuales los otros partidos nada
podían oponer, favoreció indirectamente las realizaciones
constructivas aragonesas, haciendo imposible la resistencia activa de
los partidarios de la república burguesa o del fascismo. Pero, en
primer lugar, si los otros partidos no se opusieron, fue porque
carecían de fuerzas combatientes, incluso si se hubiera planteado el
problema de las fuerzas respectivas, nuestro movimiento hubiera
desempeñado un papel preponderante. Porque, debemos repetirlo
incansablemente, «la situación era revolucionaria» como
consecuencia del ataque franquista y de la ineptitud del Gobierno
republicano.
En
tales casos, es el elemento revolucionario más poderoso el que
ejerce la mayor influencia por el solo hecho de la adecuación de sus
métodos y la adhesión de las masas. Sin la capacidad de los
hombres, de los cuadros de militantes que tomaron las debidas
iniciativas, adaptándose a las circunstancias con una inteligencia
táctica a menudo maravillosa, no se hubiera hecho casi nada. Quizá,
a pesar del hambre de tierra de los campesinos, apenas se hubiera
atacado la gran propiedad, por ausencia de directivas ideológicas
precisas. La presencia militar de nuestras fuerzas contribuyó a
liberar a la población de un pasado tradicionalista que hubiera
paralizado su esfuerzo.
Pero
esta presencia dista mucho de explicarlo todo. Lo confirma el caso de
otras regiones donde a pesar de la existencia de autoridades legales
y de fuerzas militares en nada libertarias, la revolución se produjo
también, como lo veremos, en la región levantina donde las
colectividades fueron más numerosas y más importantes. Empero, es
en Valencia, capital de esa región, donde residía el Gobierno con
toda su burocracia, donde estaban concentradas importantes fuerzas de
policía. Y en Castilla, donde al principio los republicanos
socialistas y comunistas eran, con mucho, los más numerosos, las
colectividades campesinas nacieron y se desarrollaron, llegando por
su potencialidad de conjunto a un nivel superior al de las
colectividades aragonesas.
Y
si analizamos más a fondo, creemos estar en lo justo al opinar que
contrariamente a la afirmación de que el nacimiento de las
colectividades en Aragón se debe a la presión ejercida por las
tropas libertarias, éstas no han desempeñado un papel positivo en
este acontecimiento histórico. Porque, en primer lugar, y según
nuestras observaciones directas, han vivido al margen de las
transformaciones sociales que se cumplían. Bien vieron a los hombres
ir y venir en los campos, a los habitantes de los pueblos atender a
sus ocupaciones, pero no se preocuparon de saber cómo el nuevo
régimen organizaba las cosas. Militares y civiles. Espíritu militar
con sus problemas específicos, en general replegado sobre sí mismo
e indiferente a la vida de los paisanos. Los milicianos y soldados,
en su mayoría catalanes, han vivido al lado de los campesinos
aragoneses sin interesarse por sus problemas y su evolución.
En
cuanto a la nueva organización de la economía, de la producción,
de los cambios, la presencia militar ha tenido una influencia más
negativa que positiva. Por una parte, las colectividades abastecían
copiosamente, sin compensación, a las tropas que era preciso
alimentar y a las que el Gobierno descuidaba por completo. Por otra,
buen número de «maños», los más jóvenes y robustos, se hallaban
movilizados en el frente, sustraídos a la producción agrícola. Un
balance, siempre desde el punto de vista económico, mostraría que
las colectividades se hubieran beneficiado con la ausencia de fuerzas
armadas en la región.
Pero
entonces, el fascismo habría progresado libremente.
GRAUS
Graus
está situado en el norte de la provincia de Huesca. Esta región es
mucho menos propicia para la producción socializada que el resto de
Aragón. La causa principal radica en la topografía del terreno.
Estamos en plenos Pirineos, entre bosques y rocas. Los campos son
raros, de exiguas dimensiones. Los cultivos se eslabonan entre
formaciones pétreas. Se llega a ellos por medio de senderos por los
cuales las máquinas no pueden pasar y así la mayoría de las veces
no pueden ser utilizadas.
El
agua no falta, corre en abundancia por arroyos, ríos secundarios,
fuentes y torrentes. Pero la tierra es escasa. Por esto las
aldehuelas están aisladas entre macizos rocosos, con sus pocos
habitantes y sus casitas que casi nunca llegan a cien. Se les
encuentra con frecuencia en mesetas diminutas desde donde se dominan
valles minúsculos rodeados por peñascales en medio de los cuales
estas aldehuelas parecen nidos. He gozado en estos lugares de un
silencio que merece ser escuchado.
Pero
donde la vida es tan apacible, como en estos rincones apartados, el
progreso no penetra con facilidad. Reina una tradición secular, los
espíritus tardan en comprender. Las ideas nuevas han penetrado poco
en los altos Pirineos aragoneses, que son surcados por excesivo
tráfico.
Al
encogerse sobre sí mismo, el horizonte de la vida social es
limitado, predisponiendo en poco a los habitantes a la práctica de
la vida colectiva, lo que nada quita a su lealtad, ni a su
generosidad. El montañés es más propenso al individualismo que el
hombre de la llanura, por las circunstancias en que se desarrolla su
trabajo, lo que le obliga a contar -ante todo- consigo mismo, en su
sencilla vida. Lo reducido de sus campos no permite trabajar en
común, y es preciso seguir arando individualmente los trocitos de
tierra que se prestan a la agricultura. De la técnica moderna, que a
menudo influye sobre los reacios, podemos decir que tiene escasa o
directamente ninguna intervención. Todo se opone a la aceptación
del socialismo. Y sin embargo…
La
comarca de Graus tiene 43 municipalidades. Sólo una, Secastilla,
está integralmente colectivizada. Capulla, con 538 habitantes,
Campo, con 765, Pelarrua, Benasque, Bocamorta, Puebla de Castro,
Torres del Obispo, Puebla de Fantova, Laguarres, están
colectivizados en un 50%.
La
organización que mejor puede estudiar ha sido la de Graus. Este
pueblo, con estilo de pequeña ciudad a pesar de sus 2.600
habitantes, está situado a orillas del Esera, el río de España de
caudal más regular, según ciertos habitantes, que nace en Francia y
alimenta al inmenso pantano del canal de Aragón y Cataluña.
Dominado
por altas montañas y bien regado, Graus se encuentra en el cruce de
varias carreteras. Ha llegado a ser un centro comercial de cierta
importancia, y el espíritu emprendedor de sus habitantes ha dado
nacimiento a actividades que responden a las necesidades de la
comarca. La tierra es escasa, la agricultura poco desarrollada y el
40% de los habitantes viven del comercio. La industria y el trabajo
del campo se reparten el resto.
A
pesar de la abundancia del agua, solamente un 20% de la tierra
cultivada es de regadío, pues corre entre las rocas, lejos de los
cultivos adonde es poco menos que imposible hacerla llegar. En esta
tierra regada se obtienen hortalizas. En la tierra no regada se
cultivan cereales, viñas, olivos, almendros. Pero este año (1937),
en todo el norte de Aragón, las almendras han sido destruidas por
una helada. Y más al sur, en Binéfar, una hora de tormenta ha
bastado para destruir todas las viñas. La vida del campesinado no es
envidiable.
Y
no lo era aquí, donde dos propietarios poseían el 40% de las
tierras regadas. Las tierras de secano estaban, es verdad,
distribuidas con más equidad, pero la pobreza de las cosechas
obligaba a los campesinos medios a buscar, fuera de su trabajo
natural, el tercio, a veces la mitad de sus recursos vitales.
Trabajaban como jornaleros en la tierra de los ricos, o en la
industria, o se alejaban momentáneamente a otras regiones.
En
los trabajos industriales, el salario oscilaba de seis pesetas para
los peones de albañil, a ocho para los albañiles y mecánicos. Pero
cálculos precisos mostraban que, teniendo en cuenta los períodos de
desocupación, los albañiles ganaban un promedio de cinco pesetas
diarias. En cuanto a los peones…
Durante
los últimos años, los jóvenes emigraban para ir a vivir en
Cataluña, o a Francia; el 20% de las muchachas partían para
trabajar de criadas en las ciudades.
Los
comerciantes y los pequeños industriales no vivían mucho mejor. Sus
deudas sobrepasaban, desde hacía tiempo, el monto de su capital.
Aunque
menos densa y prolongada que en otros lugares, la historia de las
luchas sociales merece ser conocida. Desde fines del siglo pasado, el
republicanismo había precedido a la corriente libertaria, en parte
bajo la influencia de Joaquín Costa, nacido en esta población, y
por eso llamado «el león de Graus». Pero en 1907 se disolvió el
Centro republicano local que se reclamaba del gran líder-sociólogo
y que, según parece, interpretaba sus ideas de tan mala manera que
Costa protestó, siendo expulsado del propio Centro. En 1923 aparece
un sindicato único de la CNT. Fue clausurado al subir Primo de
Rivera al poder; lo mismo ocurrió con la biblioteca fundada y
mantenida por nuestros compañeros. Estos emigran, pero no pierden el
contacto. Y regresan cuando la situación es favorable. Luego, con
otros compañeros que han aparecido fundan, el 26 de mayo de 1936, es
decir, apenas dos meses antes del ataque fascista, un nuevo sindicato
que consta pronto de doscientos socios, cifra que bajará rápidamente
hasta 60 por haberse fundado un sindicato de oficios varios de la UGT
que constará de 130 socios al producirse los acontecimientos.
Se
ha constituido igualmente el grupo anarquista «Renacer», que
completa, como en muchas otras partes, la labor del sindicato
cenetista, fuerza esencial en Graus como en otras partes.
El
18 de julio, cuando corrieron los rumores de un ataque fascista
-rumores que se propalaron un día antes de la guerra civil en buena
parte de España- nuestros compañeros decidieron incautarse de las
armas que estaban en venta y organizaron un modo propio de
información, al mismo tiempo que tomaban posesión de la calle. Su
iniciativa les salvó. La Guardia Civil estaba en contacto con los
fascistas de Huesca, y por el texto de los telegramas cambiados con
ellos se sabía que esperaba el momento oportuno para entrar en
acción. La decidida actitud de los antifascistas se lo impidió.
Entonces, los hombres del tricornio de charol encerado se declararon
a favor del pueblo. Fueron enviados al frente. No sabemos cuál fue
su comportamiento posterior.
Aunque
las fuerzas de nuestros sindicatos fueran inferiores en número,
nuestros camaradas constituyeron por nombramiento popular la mayoría
del comité revolucionario que se formó en el acto. Para evitar
sorpresas, este comité empezó por establecer una vigilancia a lo
largo de las carreteras. Parte de los hombres fueron a reforzar las
columnas antifascistas. Luego, ante las dificultades económicas que
atravesaba la población así como por la paralización del trabajo,
se distribuyeron vales de alimentación que el comercio, ya
controlado por el comité, se apresuró a aceptar, vista que los
salarios eran desiguales, que un jornalero campesino ganaba la mitad
de lo que ganaba un oficial mecánico. Esta desigualdad por la cual
los hijos de un hombre tenían un 50% de los medios de vida que los
hijos de otros podían disponer fue considerada incompatible con el
antifascismo. Y se estableció, inmediatamente, el salario familiar,
que aseguraba para todos idénticas condiciones de existencia. La
desigualdad social desaparecía de golpe.
Este
salario era pagado en vales improvisados. Un mes después se pusieron
en circulación bonos divididos en puntos, más o menos numerosos,
según las necesidades de cada familia. Más tarde, la importancia
comercial de Graus, sus transacciones con otras comarcas o regiones,
incluso con aldeas de la comarca que no se habían colectivizado,
obligaron a recurrir nuevamente a la peseta como patrón general de
valores. Pero el comité emitió, por cuenta suya, una moneda
divisionaria.
Después
de ser controlado, el comercio debía ser rápidamente socializado.
Las transacciones individuales fueron sustituidas por las colectivas.
Se fundó una cooperativa a la cual fueron llevados todos los
alimentos hallados en las tiendas o comprados en otras partes.
Al
poco tiempo se abrió una cooperativa de tejidos y mercaderías que
centralizó cuanto había en las pequeñas tiendas. De cinco
carnicerías se hicieron dos grandes, de tres zapaterías quedó una
sola, las dos ferreterías fueron fusionadas, cuatro panaderías
sobre seis desaparecieron, y un solo horno basta hoy para suministrar
el pan que antes hacían tres. Hay dos cooperativas de ultramarinos,
contra 25 tiendas anteriormente. Nació una cooperativa de semillas y
abonos.
El
proceso de eliminación del parasitismo comercial fue simultáneo con
el de la colectivización agraria e industrial. Como en otros
lugares, la práctica colectivista empezó antes de la organización
oficial de la colectividad. Ante la gravedad de la situación el
comité revolucionario se ocupó ante todo de las necesidades
generales inmediatas.
Había
que cosechar, y labrar, y sembrar, obtener de la tierra el máximo
rendimiento con el mínimo de esfuerzo. La economía al servicio de
todos era, junto con la necesidad de impedir el paso de las fuerzas
fascistas, la preocupación dominante. Y bajo la dirección de los
camaradas de la UGT y de la CNT, los animales de tiro fueron
lanzados, con los arados, sobre las tierras libertadas de las
barreras que las dividían. Los campos confiscados a los fascistas
fueron sembrados, al mismo tiempo que los de los campesinos
convertidos que dieron espontáneamente el primer paso adelante.
La
colectividad agraria fue constituida el 16 de octubre. El mismo día,
los transportes mecánicos, que se habían socializado
esporádicamente desde el primer momento, lo eran oficialmente. De
acuerdo a las indicaciones dadas por los sindicatos, el Comité
Revolucionario decidía, una tras otra, las etapas. Las imprentas
fueron socializadas el 24 de noviembre. Las zapaterías y panaderías,
dos días después. El primero de diciembre, todo el comercio, la
medicina, las farmacias, las herrerías y las cerrajerías. El 11 de
diciembre se colectivizaron los carreteros, los ebanistas, los
carpinteros. Gradualmente, todas las actividades entraron en la nueva
estructuración social.
La
resolución aprobada por los agricultores puede servirnos de modelo y
guía en cuanto a las grandes líneas y a los principios generales de
las colectivizaciones habidas, puesto que en todos los casos los
principios son los mismos. He aquí su texto auténtico:
ACTA
DE LA COLECTIVIDAD DEL RAMO DE AGRICULTURA
En
la villa de Graus, a 16 de octubre de 1936, reunidos los obreros de
la agricultura, acuerdan:
1º.
Entrar en la comunidad de todos los
gremios.
2º.
Todos los obreros que por su voluntad
ingresen en la colectividad estarán obligados a hacer entrega de
todas las herramientas de su profesión.
3º.
Todas las tierras de los compañeros que
entren en la colectividad deberán pasar a engrosar los bienes
comunales.
4º.
Los trabajadores de la agricultura, cuando
no haya trabajo de su propio oficio, están obligados a prestar ayuda
a los gremios que lo soliciten.
5º.
De las aportaciones que se hagan a favor de
la colectividad, se procederá a un inventario por duplicado; una de
las copias pasará a poder del propietario que entra en la
colectividad, y otra quedará en poder de ésta.
6º.
Si por causas imprevistas se tuviera que
disolver la sociedad comunal, cada compañero tendrá perfecto
derecho a tomar posesión de los bienes que haya aportado.
7º.
En reunión de los expresados trabajadores
se nombrará una comisión de administración de dicha profesión.
8º.
Una vez de común acuerdo, los trabajadores
de la agricultura procederán a que cada uno de los que compongan la
comisión de administración tenga su cargo respectivo, y éstos
serán: un presidente, un tesorero, un secretario y tres vocales.
9º.
La colectividad del expresado ramo quedará
en relación directa con la caja comunal de todos los ramos, la cual
será creada por el comité de enlace.
10º.
Los
obreros que ingresen a trabajar en común percibirán el salario
siguiente: para familia de tres o menos individuos, seis pesetas;[51]
las familias que tengan más de tres individuos, una peseta por cada
una de éstos.
11º.
Este
jornal podrá ser reformado según las circunstancias, y a propuesta
de la Junta Administrativa de todos los gremios.[52]
12º.
Aquellos obreros cuyos padres no están en
la colectividad percibirán el jornal que la Junta Administrativa
determine.
13º.
Cuando un obrero tenga que ser despedido o
expulsado, será por acuerdo firme de la Comisión Central de Gremios
a la cual queda adherido el de la agricultura.
14º.
Los obreros de la colectividad se
comprometen a trabajar las horas que la Comisión Administrativa
determine y señale, de acuerdo con la Comisión Central, y además a
verificar el trabajo con todo interés y entusiasmo.
Estando
todos conformes, se levanta la presente acta en el día de la fecha.
Como
en el caso de los trabajadores de la agricultura, ninguna
colectivización se hizo sin la resolución previa de los interesados
especialmente convocados. Cuando el Comité Revolucionario
«colectiviza», se limita a convocar cada sección de productores
que, en realidad, se colectiviza a sí misma.
Y
tan pronto forma parte de la comunidad, esta sección no es autónoma.
El Comité Revolucionario, transformado luego en Comité de Enlace
(de enlace entre la sección local de la CNT y la de la UGT), lo
dirige todo: Pero desaparecerá en enero de 1937, al constituirse el
Consejo municipal por orden del Gobierno.
Aquí
también, la más perfecta armonía reina entre las dos fracciones
sindicales revolucionarias que se ponen de acuerdo para designar cada
una cuatro concejales y para que el presidente, que prácticamente es
el alcalde, sea un trabajador republicano elegido por una asamblea
general de todos los habitantes del pueblo. Se asegura en esta forma
equilibrio e imparcialidad.
Pero
las funciones que desempeña el alcalde son secundarias. Es ahora un
personaje decorativo que se limita a aplicar las decisiones de los
consejeros. El ayuntamiento tiene por misión esencial representar al
Gobierno Central, movilizar a los soldados, establecer documentos
personales, oficializar el racionamiento para todos los habitantes,
sean individuales o colectivistas.
La
colectividad es independiente. Administra el 90% de la producción
general (sólo en la agricultura quedan algunos individualistas),
todos los medios de transporte, toda la distribución, el
abastecimiento y los cambios. Su comisión administrativa consta de
ocho compañeros, cuatro por cada sindicato. Seis de ellos están al
frente de las secciones por las cuales tienen más aptitudes: cultura
y sanidad (teatro, academias, deportes, médicos y farmacia); trabajo
y censo (personal, nóminas, fondas y cafés, censo); abastecimiento
(comercio, carbón, abonos, almacenes, suministro); agricultura
(cultivos, riegos, granjas, ganado); industrias (fábricas, talleres,
electricidad, agua, construcción); transporte y comunicaciones
(camiones, carros, taxis, correos, garajes).
Los
dos camaradas que quedan, uno de la CNT y otro de la UGT, constituyen
el secretariado general. Además de las actividades correspondientes,
están encargados de la propaganda.
En
la organización industrial, cada taller nombra un delegado que está
en contacto permanente con el secretariado de industria. Cada
especialidad industrial tiene su cuenta particular[53]
en el registro de la colectividad donde figuran las secciones
siguientes: agua potable, aceite, aserraderos, chocolatería,
embutidos, licores, electricidad, ferretería, fondas y cafés,
herrería, herradero, imprenta, lampistería, material de
construcción, máquinas de coser, medias, molino de yeso, modistas,
panadería, peluquerías, pintura, planchadoras, sastrería,
sillería, tejedurías, taller de bicicletas, vaquería.
La
fábrica de licores ha sido instalada por la colectividad, que reunió
en un solo lugar la fabricación de gaseosa, agua de Seltz, cerveza,
vinos, licores diversos, que hasta entonces se hacían por separado.
La fábrica de jabón, aparejada con la de aceite, es también obra
de la colectividad que, además, compró una instalación moderna
para la fabricación de aceite. Señalemos otras adquisiciones: dos
camiones de ocho toneladas cada uno, una báscula de hasta 20
toneladas, que permitirá tener estadísticas exactas de producción
e intercambios, dos lavadoras eléctricas, una de las cuales fue dada
al hospital y la otra a los hoteles colectivos.
La
agricultura acusa también cambios notables. La superficie trabajada
de las tierras de secano no pudo aumentarse más del 10%; la de las
tierras regadas, el 5%, pero la supresión de las divisiones ha
permitido ganar terreno sobre los setos y los caminos inútiles. La
siembra de patatas ha sido aumentada en un 50%. Si la naturaleza
favorece el esfuerzo del hombre, se conseguirá más alfalfa que
antes para el ganado, y el doble de remolacha azucarera. Unos 400
árboles frutales han sido plantados.
Sin
la técnica del trabajo colectivo, estos progresos habrían sido
imposibles. Pero, con sus recursos, la colectividad ha hecho más: ha
comprado una trilladora-atadora, sembradoras, máquinas de sulfatar
las viñas, un arado de aporcar. Todo lo cual permite trabajar la
tierra a mayor profundidad, cuidar las plantas y los árboles
frutales. Y si añadimos la introducción y el mayor empleo del abono
químico, se comprenderá que entre las tierras cultivadas por los
individualistas (que acabaron por adherir al esfuerzo común) y las
cultivadas por los colectivistas, la diferencia de rendimiento era,
aquí, del 50%. Los miembros de la colectividad me enseñaban con
orgullo los campos donde las patatas crecían con vigor, en surcos
rectos y bien cuidados. La calidad del trabajo era,
indiscutiblemente, superior; y la selección de las semillas
aumentaba las ventajas.
Se
había cuidado siempre la cría de ganado. Pero Graus debe cambiar
buena harte de sus actividades parasitarias o estériles de ayer por
actividades productivas. De los 310 carneros que la colectividad
posee ahora, 300 han sido comprados por ella. Es el principio de
grandes rebaños que se alimentará en la montaña. Pero se ha hecho
más.
Hemos
visitado dos granjas, que dan una impresión espléndida de esfuerzo
creador.
La
granja número 1 está destinada a la cría de cerdos. Se ha elegido
para construirla un lugar situado a distancia conveniente de la
aldea: lugar rodeado de árboles y de campos donde se instalará, más
adelante, parques de avicultura (el espíritu colectivo no cesa de
inventar, imaginar y emprender).
La
granja número 1 ha de tener dos edificios. Uno ya está construido.
En 22 divisiones, 162 cerdos están separados según la edad y la
raza. La porqueriza es larga, amplia, alta, bien alumbrada y
ventilada. El suelo es de cemento, las paredes están pintadas con
cal, los animales tienen cuanto lugar necesitan. Dentro de poco,
podrán tomar aire y sol afuera. Ya las puertas están hechas en las
paredes de cada división, sólo falta (estamos en julio de 1937),
poner la valla exterior.
El
primer piso, tan sólido aunque menos alto que la planta baja, sirve
para conservar el alimento seleccionado para la cría racional de los
animales.
Delante
del edificio, sobre un armazón de ocho metros de altura, ha sido
instalado un depósito en el cual el agua llega por medio de un motor
eléctrico. Se han hecho canalizaciones debidamente
impermeabilizadas, que conducen las deyecciones de los animales a una
fosa desde donde son distribuidas por los campos para servir de
abono.
Las
cerdas a punto de parir son llevadas a las parideras, donde
permanecen aisladas y tranquilas. Cuando los dos edificios estén
terminados, Graus criará por lo menos 400 cerdos.
El
empuje creador se revela también en la importancia dada a los
animales de corral. Hemos dicho que se proyectaba organizar parques
avícolas cerca de la granja número 1, pero no por eso está todo
por hacer en esta especialidad. Tenemos para probarlo, la granja
número 2.
Fue
organizada desde el primer momento y responde a las indicaciones y a
los experimentos más recientes. Se compone de dos partes: una, con
cinco pabellones que tienen cada uno un piso; la otra, con un solo
pabellón dividido en siete departamentos.
Hubo
que empezar con los animales que se tenía a mano, pero pronto se
procedió metódicamente a las clasificaciones necesarias. Aquí
están las gallinas Leghorn, allá las catalanas del Prat, más allá
las Rhode-Island, acullá las indefinidas. Hay centenares de
ponedoras. Los huevos están reservados a los miembros de la
colectividad, los cuales tienen casi todos su pequeño corral propio.
Hay
también patos y gansos, para los cuales se está preparando otro
parque más pequeño, con una charca. Luego, pavos, y al fin 60
conejos y conejas destinados a la reproducción.
Nos
interesa sobre todo la cría de gallinas. En junio de 1937, 1.500
polluelos habían nacido ya y 890 se estaban formando en siete
incubadoras artificiales, cinco de las cuales habían sido compradas
en Cataluña, una regalada no recordamos por quién y la séptima
fabricada en el mismo Graus.
La
construcción de los gallineros, su orientación y posición, sus
condiciones higiénicas son excelentes. Los polluelos están
alimentados según las tablas más recientes de la zootecnia: aceite
de hígado de bacalao, harina de carne, harina de leche, lo tienen
todo.
Este
año, casi todos los que son criados en las casas particulares mueren
por no sabemos qué enfermedad. Pero la colectividad, al disponer de
más recursos, protege mejor a los animales y consigue mejores
resultados.
Al
regresar veo, en un local, molinos eléctricos destinados a triturar
el grano y los huesos dados a las aves. Por todas partes, siempre, el
mismo esfuerzo creador.
En
la fábrica de corsés, unas 30 obreras trabajan cantando himnos
revolucionarios, la gloria de Durruti, muerto en el frente, y coplas
de la región. Los corsés han sido abandonados y se hacen camisas y
calzoncillos para los milicianos. Las muchachas no están pagadas
especialmente para venir a trabajar, ya que sus necesidades están
cubiertas por el salario familiar. Sin embargo, vienen, en dos
equipos, uno por la mañana, otro por la tarde, y no se esfuerzan
menos en producir cuanto pueden.
Veamos
ahora cuáles son las condiciones de existencia y en qué medida han
sido mejoradas. En la Resolución de los trabajadores campesinos
hemos visto que un matrimonio cobra seis pesetas por día, y una
peseta más por persona, mayor o menor. Una familia de ocho personas
cobra, pues, 12 pesetas, porque se aplica aquí la reducción
proporcional que vemos en casi todas partes.
No
se paga alquiler. Las tarifas del agua y del gas han sido reducidas
en un 50%, las atenciones médicas y los productos farmacéuticos son
gratuitos. No hay desocupación: muy al contrario, y
como ocurre en casi todas las colectividades,
si no en todas, el salario se cobra todos los días porque -nos decía
el más activo de los organizadores de Graus- «se come el domingo lo
mismo que los otros días».
En
cambio, el precio de los alimentos comprados al exterior y de la ropa
también venida de afuera ha subido por término medio un 30%. Si
queremos hacer comparaciones, tomemos una familia media de cinco
personas -cifra normal en España-, que consta del padre, la madre y
tres hijos, o de dos hijos y uno de los abuelos. Tomemos también uno
de los salarios más elevados: el de los mecánicos, de ocho pesetas
diarias. Suponiendo que se trabaje siempre, tenemos 200 pesetas al
mes. Con el salario familiar, el salario de estas cinco personas es
ahora de 310,50 pesetas al mes.
Teniendo
en cuenta el aumento de los precios que hemos mencionado, y
deduciendo la cantidad correspondiente, este obrero gana 17,35
pesetas ahora más que antes. Pero antes debía pagar en alquiler,
médico, farmacia y diferencia de tarifa del gas y del agua por lo
menos 70 pesetas. Ya el salario sube. Sube también con el trocito de
terreno que se ha dejado a cada familia para que cultive las
hortalizas o críe los animales de corral que le plazcan; sube más
aún con el alimento dado gratuitamente para esos animales. Y no
digamos de cómo sube para los albañiles, los peones, los jornaleros
de agricultura, que ganaban cuatro pesetas diarias cuando trabajaban.
En
conjunto, y teniendo en cuenta que el salario familiar es pagado 365
días al año, el promedio de recursos de los trabajadores
colectivistas de Graus ha doblado. Esto fue realizado en pocos meses,
en plena guerra, al mismo tiempo que esas conquistas eran afianzadas
con una sorprendente creación de nuevos recursos.
Los
artículos son distribuidos en los distintos almacenes
especializados. A este respecto, es difícil sugerir la visión de
los establecimientos comunales que encontrábamos al ir por las
calles de Graus. Todos tenían en la puerta de colores rojo y negro
pintados en diagonal, con la denominación de su correspondiente
clasificación. Y se podía leer: «Colectividad de Graus - Comunal
Nº. 1; Colectividad de Graus - Comunal Nº. 2: Colectividad de Graus
- Comunal Nº. 3», etc.
Los
talleres comunales eran señalados en la misma forma, según el
trabajo que en ellos se hacía: «Colectividad de Graus - Taller de
Alpargatería»; «Colectividad de Graus - Taller de Sastrería»;
«Colectividad de Graus - Taller de Ebanistería», etc. Por doquier
nos enaltecía esa especie de fraternidad activa proclamada en
colores vivos.
El
conjunto del mecanismo económico -producción, cambios, medios de
transporte, distribución- está a cargo de 12 empleados en total,
que llevan por separado los libros y los ficheros de cada actividad.
Diariamente se registra, se documenta todo: reservas, adquisición y
reparto de mercaderías, total de las cantidades recibidas y
distribuidas, superávit o déficit, por cada rama de la economía.
Pero
la caja es común. La industria deficitaria, pero necesaria, es
sostenida por la lucrativa. Por ejemplo, las peluquerías no ganan
bastante para sostenerse, pero son indispensables. Por otra parte, el
trabajo de los chóferes y de los licoristas procura excedentes.
Estos excedentes sirven para compensar las pérdidas de las
peluquerías, o comprar productos farmacéuticos, o ciertas máquinas
para los campesinos.
La
colectividad de Graus ofrece otras realizaciones. Sostiene 224
refugiados de la zona conquistada por los fascistas, de los cuales
sólo trabajan unos 20; da a 25 familias, cuyos miembros no pueden
trabajar, el salario familiar normal; tiene 145 hombres en el frente;
ha llevado a cabo, además de la intensificación de la ganadería y
de la agricultura, obras publicas de cierta importancia. Cinco
kilómetros de carretera han sido alquitranados; un canal de siete
kilómetros ha sido ensanchado 45 centímetros y profundizado 30,
para aumentar el regadío y la fuerza motriz; otro ha sido alargado
en 600 metros. Se ha construido un ancho camino para bajar a una
fuente. Pero esto merece ser relatado por separado.
Esa
fuente brotaba en una pequeña torrentera. Había, al lado, un
terreno grande dividido en parcelas alquiladas por su dueño a
labradores pobres. Este dueño prohibía que se bebiera agua de esa
fuente porque era suya, y era necesario pasar por un caminito a lo
largo de su campo. Ni siquiera los campesinos a los cuales alquilaba
su tierra podían, en los días más calurosos, ir a saciar su sed.
Pero
como a pesar de todo había quienes se deslizaban a escondidas entre
los zarzales y el matorral que bordeaba el camino, el amo hizo tapar
la fuente con piedra y cemento.
La
revolución permitió un desquite, expropiando al egoísta
empedernido y decretando que todo el mundo podía ir a beber a la
fuente. Además se decidió construir el hermoso camino que ahora
baja suavemente, formando graciosa curva, hacia el agua cantarina; y
desde el primero hasta el último día, el que se había conducido
con tanto egoísmo fue obligado a trabajar con los demás en la
construcción del ancho camino por el cual ahora se va a saborear el
agua deliciosa.
Y
encima del orificio donde brota el chorro cristalino, se puso una
pequeña lámina de mármol donde ha sido grabada, en letras doradas,
la inscripción siguiente: «Fuente de la Libertad - 19 de julio de
1936».
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En
la enseñanza, dos cosas merecen ser citadas: la creación de una
escuela de bellas artes donde por la tarde acuden los alumnos de
enseñanza elemental, y por la noche los muchachos que trabajan
durante el día. A lo cual debe añadirse el aumento de los alumnos
con los pequeños refugiados de las regiones dominadas por el
fascismo.
Cuando
estuvimos en Graus, 84 de estos niños estaban instalados en una
hermosa propiedad situada a varios kilómetros del lugar. Dos
maestros y tres maestras les daban clase debajo de frondosos árboles.
En el pabellón principal, las habitaciones estaban llenas de camas
de diverso estilo recogidas en las casas de los ricos, limpias y bien
arregladas. Dos mujeres se ocupaban de los quehaceres domésticos y
preparaban alimentos abundantes en una espaciosa cocina donde antes
guisaba, durante dos o tres meses al año, la cocinera de algún gran
propietario.
Era
un lugar maravilloso, con un bosque que bajaba hasta el río Esera,
un parque, una piscina, corrales, varias dependencias. Controlados
por maestros inteligentes y un director que sabía jugar con ellos
para mejor guiarles, los niños eran visiblemente felices.
Si
las circunstancias son favorables, nuestros camaradas de Graus, los
de la UGT y los de la CNT -siempre unidos- organizarán en la antigua
propiedad una colonia, en la cual todos los alumnos del pueblo irán
alternativamente a jugar, instruirse y vivir varios meses al año.
FRAGA
A
orillas del río Cinca, que baja de los Pirineos para desembocar en
el Ebro, las antiquísimas casas de Fraga, apiñadas sobre una loma,
nos hacen pensar en pobres ciegos que apoyados unos en otros, parecen
estar a punto de desplomarse todos juntos. La tierra no es escasa, y
los 8.000 habitantes de la ciudad deberían, si nos ceñimos a las
solas y escuetas cifras, haber vivido holgadamente: la superficie
territorial se extiende sobre 40.000 hectáreas. Pero, primer
inconveniente, sólo 30.000 pueden ser cultivadas: lo demás es casi
yermo, con la vegetación rala de la tierra esteparia. Luego, y sobre
todo, topamos con la propiedad privada del suelo y todos sus abusos,
con los robos históricos que, lo más a menudo, remontan a la época
de la Reconquista: los privilegiados poseían 10.000 hectáreas de
cotos de caza.
Sin
embargo, y en principio, el antiguo derecho municipal subsistía.
Teóricamente, la Comuna era dueña de 35.000 hectáreas y sólo
concedía para el cultivo de la tierra, la cría de ganado y la caza,
el derecho de usufructo. Y como la cría de ganado constituía una
fuente importante de ingresos, las tierras no cultivadas por
aplicación del sistema de «año y vez» debían ser arrendadas
automáticamente a los ganaderos cuyos rebaños, al mismo tiempo que
se apacentaban, las enriquecían con un muy apreciado abono natural.
Pero
los ricos violaban sin escrúpulos el derecho natural antiguo y aun
siendo una pequeña minoría habían conseguido ser considerados
propietarios, en la práctica, de esa parte de tierra teóricamente
perteneciente al Municipio. Con todo, debemos reconocer que los
fragatinos alcanzaban, antes de la revolución, un nivel de vida
superior al de la mayoría de las localidades aragonesas.
Nuestro
sindicato local de oficios varios, adherente a la CNT, había sido
fundado en 1918. Fue disuelto en 1924 por el Gobierno del general
Primo de Rivera. Entonces nuestros compañeros fundaron la Sociedad
Cultural Aurora, que al mismo tiempo ponía los libros de su
biblioteca a disposición del público y sequía propagando nuestras
ideas. Así las cosas hasta el año 1931, fecha de proclamación de
la República, en que se reconstituyó el sindicato. Este fue a su
vez cerrado por las nuevas autoridades. Hubo que reconstituir una
Sociedad Cultural Aurora que, más fuerte que su predecesora, logró
edificar un local en el cual fundó una escuela racionalista.
Al
triunfar las izquierdas en las elecciones de febrero de 1936, se
reorganizó por tercera vez el sindicato, que sin duda hubiera sido
cerrado por cuarta vez de no haberse producido los acontecimientos
que dieron lugar a la revolución.
Ya
en los primeros días de agosto, es decir, dos semanas después del
estallido de la guerra civil, la colectividad empezó a formarse.
Pero aunque nuestros camaradas fueran a la vez el fermento y los
artesanos de lo emprendido, otros participaban de la empresa. El
delegado de abastecimiento pertenecía al partido republicano de
izquierda, cuyo líder, Manuel Azaña, era muy jacobino y nada
socialista. Sus conceptos amplios, su inteligencia, su perfecto
castellano realzaban gratamente nuestra conversación. Cuando le
pregunté si en el supuesto de nuestra victoria antifranquista él
obedecería a su partido abandonando a la colectividad o si adoptaría
una actitud opuesta, nos contestó con voz varonil donde se percibía
la tonada aragonesa: «No puedo decirle lo que haría entonces, pero
puedo decirle que, por el momento, estoy con esto».
Y
nos mostró, casi con un entusiasmo que compartíamos, las fichas y
los registros que correspondían a la parte administrativa a su
cargo, insistiendo sobre la comunidad de intereses de las diversas
secciones y actividades, comunidad que es la gran ley general de las
colectividades.
Fue
sin duda la tradición comunal lo que inspiró a Fraga su estructura
organizacional donde el Municipio desempeña tan considerable papel.
El Concejo local es el continuador del Comité Revolucionario que
funcionó desde las primeras semanas que siguieron al 19 de julio. El
tiene a su cargo la dirección de toda la vida social, según las
especializaciones que se repiten generalmente: agricultura, ganado,
industria, distribución y reparto, higiene, sanidad y beneficencia,
obras públicas, enseñanza. Cada una de ellas es atendida por un
consejero. Todos los consejeros son nombrados por los trabajadores
interesados, excepto el del abastecimiento y de la distribución, que
es nombrado por una asamblea de representantes de todas las
actividades locales, porque se trata de problemas que interesan al
conjunto de los habitantes, colectivistas y no colectivistas.
Pero
al mismo tiempo que forma parte de este conjunto coordinado, cada
actividad tiene su organización propia, según sus tareas, sus
actividades y sus gustos. Así, la colectividad de los labradores y
de los pastores, que engloba 700 familias -la mitad de la población
agrícola- está dividida en 51 grupos, 20 de los cuales practican el
cultivo intensivo de la tierra (es cuestión de suministro de agua) y
31 el cultivo extensivo en el que domina la producción de cereales.
Cada
grupo elige un responsable, y los responsables se reúnen cada sábado
para decidir de las faenas que deben cumplirse. El consejero
municipal de agricultura toma parte en las reuniones generales de
esta importante sección, para armonizar la actividad de los
labradores, de los pastores y de los campesinos individualistas.
En
el período de nuestras visitas se atendía a 6.000 ovejas de
reproducción, 4.000 corderos, 150 vacas, 600 cabras y 2.000 cerdos.
Casi todo ese ganado pertenecía anteriormente a grandes propietarios
que empleaban a los pastores hoy unidos en comunidad. Ahora, estos
pastores realizan el mismo trabajo en beneficio de toda la población.
Cada
rebaño es atendido por dos o tres especialistas, uno de los cuales
es nombrado responsable por sus compañeros. Los responsables se
reúnen cada sábado con el consejero de agricultura, examinándose
cuáles son los lugares de apacentamiento más indicados, las medidas
correspondientes a la producción, el intercambio con las ciudades,
el cuidado de los establos, los problemas de la matanza, etc.
De
modo que todos los trabajos son dirigidos en forma racional. Tierras,
praderas y regadío son utilizados con el necesario método. Y los
resultados son evidentes. Se sacrifica a los animales cuando están
verdaderamente a punto para ello, en tanto que en épocas anteriores
los criadores pobres les vendían en cualquier momento para
procurarse dinero; no se ve ya a 50 carneros en una tierra que daba
pasto para 200, o a 100 animales disputándose una hierba que sólo
podía alimentar a 40.[54]
Las ovejas, que anteriormente se vendían aun en la época en que
habrían debido guardarse para la reproducción, ahora son reservadas
el tiempo necesario, con el mismo objeto se conserva un número
debidamente establecido de vacas y cerdas. Porquerizas colectivas,
establos y cuadras para el ganado mular han sido construidas fuera
de Fraga
(como se ha hecho generalmente en los pueblos colectivizados). Y
ahora, el aumento de ganado, favorecido por la desaparición de las
10.000 hectáreas de cotos de caza, es un hecho evidente.
Este
aumento sería mayor de no tenerse que abastecer sin indemnización,
en el frente, a las tropas sostenidas casi integralmente por las
colectividades aragonesas. Pero si la colectividad municipalista de
Fraga puede desarrollarse según su capacidad, se calcula que en
conjunto el ganado habrá doblado dentro de dos años y que su
calidad habrá mejorado notablemente.
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Veamos
ahora las actividades no agrícolas. Los otros oficios constituyen un
sindicato general que cuenta con 950 adherentes y abarca 30
secciones. Aparte la de los pastores, estas secciones no son
importantes, y en muchos casos no podemos realmente hablar de
industrias: tres aserradores, tres herreros, 32 albañiles, nueve
yeseros, 28 sastres, 28 costureras…
En
las relaciones entre productores y consumidores, quien, por ejemplo,
necesita un traje se dirige al delegado de los sastres; quien quiere
hacer reparar su casa se dirige al delegado de los albañiles; para
hacer herrar su caballo, el individuo se dirige al delegado
responsable de los herreros o de los forjadores. Las tarifas son
estables, establecidas conjuntamente por el delegado general del
trabajo, el perito del Concejo municipal en la industria, los
representantes de las secciones productoras y varios consumidores. Se
tiene en cuenta el costo de la materia prima, los gastos generales y
los medios de vida de los colectivistas. En cuanto a las tarifas, he
notado los precios siguientes relativos a la ebanistería: una cama
de madera para dos personas cuesta 130 pesetas; para una persona, 70
pesetas; un armario bar espejo, 270 pesetas; de tres puertas, sin
espejo, 250 pesetas; una mesa de comedor común, 50 pesetas; con
tablas suplementarias, 70 pesetas; una mesa de cocina, con cajones,
25 pesetas; sin cajones, 20 pesetas; una camita para niño, 40
pesetas. La calidad de la materia prima es especificada por escrito.
El
comprador paga al delegado, quien entrega el dinero al consejero de
trabajo. El control del pago es efectuado por medio de un carnet
cuyas hojas son divididas en dos recibos y un talonario. Un recibo es
entregado al comprador, otro al consejero. El talón permanece en
poder del responsable de la colectividad productora.
Como
ocurre en todas las colectividades, las diferentes secciones no son,
en cuanto a contabilidad, autónomas o independientes. Constituyen
una especie de federación y se ayudan mutuamente gracias al
mecanismo general. Aquí también los albañiles que no tienen
trabajo van a ayudar a los labradores, y lo contrario se produce en
caso de necesidad. Y todos los sueldos establecidos por el Concejo
comunal son iguales y se pagan en moneda local.
Un
productor colectivista que vive solo, cobra 40 pesetas por semana; un
matrimonio percibe 45 pesetas y así hasta un tope de 70 pesetas para
una familia compuesta por 10 personas, siempre en base a la
consideración de que cuanto más numerosa es una familia, menor es
el costo de la vida por individuo. Si en una familia hay dos
productores, el salario familiar, siempre semanal, es ligeramente más
elevado, desde 50 pesetas por tres personas hasta 85 por 10 personas.
Las mujeres que trabajan cobran una misma retribución que los
hombres, sin la menor diferencia.
Para
romper completamente con el pasado, no se emplea la palabra
«salario», sino la de «crédito».
Los
individualistas (700 familias, cuyo número empieza a disminuir)
siembran, cultivan, crían animales para su consumo. Pero por
iniciativa de la colectividad, sus actividades se adaptan al trabajo
de conjunto. El delegado o consejero de agricultura asiste a sus
reuniones y fraternalmente les guía sobre lo que conviene sembrar,
plantar, suprimir o perfeccionar. Es él también quien compra sus
productos de acuerdo a una tasa establecida por el sindicato al que
adhieren también los individualistas que lo desean, pero al que no
pertenecen todos los colectivistas: sistema que veremos practicado en
el Levante y que da mucha soltura y flexibilidad a las relaciones
entre individuos e instituciones.
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Lo
que antecede muestra que también la distribución ha sido
socializada; y lo ha sido integralmente, de modo que los productores
individualistas son colectivistas en cuanto a este aspecto de la vida
social. El consejero de abastos es el encargado de los intercambios
con Cataluña, Levante y otras partes de Aragón. En posesión de los
datos sobre las reservas de trigo, de las cantidades de carne, de
lana, de pieles que podrán ser suministradas en tal o cual momento,
él es quien propone a su debido tiempo esos intercambios acorde a
los precios establecidos. Y también aplicando una modalidad que
empieza a generalizarse, procede a estos mismos intercambios por
intermedio del Consejo de Aragón, que está en manos de los
libertarios, y puede procurarse en grandes cantidades lo que las
regiones agrarias piden ante todo a las regiones industriales, que
disponen en exceso de máquinas, abonos químicos, bencina, camiones,
tejidos, productos de ultramar, etc.
En
cuanto al signo monetario, se había comenzado a aplicar un sistema
de bonos. Pero lo que da buenos resultados en un lugar no resulta
siempre en otros. No hubo abusos en Calanda, en Mora de Rubielos,
Andorra y otros pueblos. Pero me dicen mis compañeros sí los hubo
en Fraga.[55]
Se apeló entonces a la moneda local. Casi simultáneamente se
racionó el consumo de los productos que más escaseaban: economía
de guerra, también imperiosa porque Fraga se encuentra en la
carretera de Zaragoza, que va al frente de Aragón. Y gracias al
racionamiento se evitan desequilibrios peligrosos. Cada familia tiene
una libreta en la cual figuran las cantidades de productos a las que
tiene derecho según las disponibilidades.
Bajo
el control del consejero al abastecimiento, todos los productos de
consumo local son distribuidos en los almacenes comunales, también
aquí llamados cooperativas. El comercio privado ha desaparecido;
existe un almacén general para el pan, tres almacenes generales para
los productos de ultramar, así como también tres para la carne en
general, tres para la carne de cerdo y salchichería. Los otros
artículos son distribuidos de la misma manera, en proporción al
volumen disponible y la demanda.
La
carne es llevada directamente desde los mataderos a las carnicerías.
Los responsables de la distribución deben dar cuenta exacta en lo
referente a las ventas, según el peso de la carne por ellos
recibida. Del ganadero al consumidor, el proceso es perfectamente
coordinado.
El
trigo, tanto el cosechado por los individualistas como por los
colectivistas, es guardado en el almacén reservado a los cereales.
Luego, según las necesidades del consumo, es distribuido a los
molinos comunales que distribuyen la harina a los 11 hornos desde
donde salen las doradas hogazas.
El
Concejo comunal aplica un sistema de crédito cuya práctica no hemos
visto en ninguna otra parte. Cuando un colectivista o un pequeño
propietario necesita dinero para una compra importante, hace su
demanda a la hacienda local. Se calcula entonces, en base a una
apreciación hecha por dos delegados colectivistas y dos
individualistas, el valor de lo que -en el plazo propuesto para el
reembolso- el solicitante podrá obtener con su trabajo, teniéndose
en cuenta las dificultades naturales siempre previsibles. Se examinan
también los gastos medios correspondientes a tres meses, y de
acuerdo a este cómputo de datos, es abierta una cuenta corriente,
naturalmente sin interés.
Esta
práctica da mayor soltura a la vida material de los colectivistas.
Pero cuando de éstos se trata, la colectividad profesional a la que
pertenecen es solidariamente responsable y garantiza el reembolso. Si
se producen dificultades imprevistas, se acuerda un nuevo plazo al
interesado. Hasta ahora el sistema ha funcionado satisfactoriamente.
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Sería
sorprendente que la organización sanitaria hubiera sido descuidada.
En los establecimientos públicos, en sus consultorios, o a
domicilio, dos médicos de los tres aquí residentes han aceptado
ejercer su profesión de acuerdo con el municipio. Así las
actividades médicas están colectivizadas casi por completo. El
hospital ha adquirido mayor importancia: antes contenía 20 camas,
ahora, después de los trabajos consiguientes, contiene 100. El
dispensario, que estaba en construcción, ha sido rápidamente
terminado, y sirve para los cuidados urgentes y la pequeña cirugía.
Las dos farmacias también han entrado en el nuevo sistema.
Todo
esto es completado o acompañado por un aumento intenso de la higiene
pública. Hemos dicho que los establos y las cuadras han sido
reorganizados fuera de Fraga, donde una vaquería, especialmente
construida, abriga ahora a 90 vacas. Y -cosa que no había podido
realizarse hasta el presente- el hospital dispone de agua corriente,
que dentro de muy poco estará también a disposición de todos los
habitantes.
Todas
estas realizaciones forman parte del programa de obras públicas
según el cual las carreteras han sido mejoradas y se les han
plantado árboles en un largo trecho. Gracias a la superioridad de la
organización general colectiva se dispone ahora de trabajadores
especializados en esta clase de trabajos, por haberse vuelto
innecesarios los trabajos que ayer ejercían. Jamás el municipio a
estilo tradicional hubiera podido hacer frente a tales gastos.
Las
ventajas de la economía socializada aparecen en muchos otros casos.
La escasez de agua y los problemas nacidos de su utilización han
provocado en España la formación de numerosas «comunidades de
regante», constituidas para utilizar equitativamente el líquido,
tan escaso en tantas partes del país. Los problemas, los litigios
causados por la difícil distribución han dado lugar, en Valencia, a
la organización del famoso «Tribunal de las Aguas», que se reúne
todos los jueves para resolver, sin intervención de las autoridades
ni de la justicia oficial, los casos que le son expuestos.
Pero
tales litigios desaparecen cuando los hombres no necesitan oponerse
unos a otros para subsistir, o cuando no les domina la voluntad de
enriquecerse a cualquier precio.
En
la región de Fraga, la nueva organización de la vida ha provocado
la disolución de 15 «comunidades de regantes», que cubrían la
jurisdicción de cinco pueblos. La moral de la solidaridad ha causado
este milagro. La práctica tradicional ha sido sustituida por una
administración colectivista única, que coordina la distribución
del agua, y que ahora se proyecta para canalizar y utilizar mejor el
agua, particularmente la del río Cinca, obras que los pueblos no
podrían realizar por separado.
Como
en las otras partes colectivizadas, la solidaridad se ha extendido
ilimitadamente. Noventa familias cuyos miembros, por razones diversas
-enfermedad, fallecimiento del hombre, etc.- estaban condenadas a la
miseria en una sociedad individualista, reciben el «crédito»
establecido para todos. Las familias de los milicianos son sostenidas
en la misma forma. Y una última realización ha venido a completar
esta práctica del apoyo mutuo.
Había
en Fraga -venidos de pueblos más pequeños y más pobres- ancianos,
hombres y mujeres abandonados por todos, testimonio doloroso de una
sociedad en la que la desgracia constituye un elemento permanente.
Para éstos se ha organizado la Casa de los Ancianos. El día de mi
visita sumaban 32 hombres y mujeres, de rostro arrugado, manos
sarmentosas, cuerpo doblado por la edad y por el desgaste de una vida
penosa. Con todo, el ambiente era cordial, amistoso; me senté en el
comedor para conversar mejor con ellos, mientras en la chimenea un
fuego de leña chisporroteaba alegremente.
Tres
mujeres les atendían, dos de las cuales eran antiguas monjas.
Después de haber visitado los pequeños dormitorios visiblemente
bien cuidados, hablé con los huéspedes tan maltratados por el
destino. Eran escépticos en cuanto al porvenir. Quien ha conocido la
desgracia largo tiempo no puede creer en la prolongación de una
mejora, incluso si ésta es relativa, y ellos opinaban que todo se
perdería un día, sea por el triunfo de los fascistas, sea por el
del Gobierno republicano, y en mi fuero interno comprendía su
escepticismo. Pero debía procurar infundirles confianza, y me
esforcé por alentar su esperanza. Entre otras cosas, les pregunté
si estaban satisfechos del trato que recibían. Y uno de los hombres
me resumió la opinión de todos con la concisión tan aragonesa que
recomendaba Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno»; «No
podemos quejarnos ni por el comer, ni por el beber, ni por el dormir,
ni por el afecto».
¿Qué
más decir?
BINÉFAR
Por
su espíritu creador y su dinamismo, Binéfar era probablemente el
centro más importante de colectivización de la provincia de Huesca.
La capacidad de sus militantes había hecho que fuera erigida en
cabeza de una comarca de 32 pueblos. Ya hemos mencionado que fue en
Binéfar donde había tenido lugar la primera reunión de delegados
de colectividades en que se decidió la convocación del Congreso de
Caspe.
De
los 32 pueblos, 28 estaban casi integralmente colectivizados; Esplus
lo estaba por completo, lo mismo que los 500 habitantes de Balcarca y
1.500 sobre 2.000 de Alcampel et Peralta de la Sal, y 491 sobre 500
de Algayón. En Binéfar, 700 familias sobre 800 habían ingresado en
la sociedad nueva.
La
décima parte de los 5.000 habitantes trabajaba en pequeñas
industrias que tanto para la localidad como para la comarca producían
harina, vestidos varios, calzado, fundición, pequeñas piezas de
mecánica, o reparaban aperos agrícolas. Pero no por ser débil la
proporción de los trabajadores industriales lo era el movimiento
social.
El
Sindicato de Oficios Varios fue fundado en 1917. Conoció las
peripecias que hemos visto en otras partes: persecuciones, cierres
prolongados, condenas y deportación de militantes. Con todo, durante
los dos primeros años de la República, el número de adherentes
alcanzó la cifra de 600 sobre un total de 800. La mayor parte eran
jornaleros campesinos cuyo nivel de vida era poco envidiable. La
desigualdad social explica esta situación.
Pues
sobre 2.000 hectáreas de tierra cultivable, la gran propiedad poseía
1.200. El resto estaba dividido en pequeñas parcelas. Casi todas las
familias poseían una, pero un centenar solamente obtenía bastantes
productos como para vivir. El mayor número de hombres y mujeres
debían trabajar la tierra de los ricos.
Nuestras
fuerzas estaban aún desarticuladas por una represión reciente
cuando -a mediados de julio- el peligro fascista apareció inminente.
Las autoridades locales pertenecían al Frente Popular, donde los
comunistas eran ínfima minoría. No querían al fascismo, pero como
casi todos los demócratas, eran incapaces de luchar para impedir su
triunfo. Afortunadamente, los militantes de la CNT y de la FAI
tomaron, como otras veces, la iniciativa de la resistencia. Y a
propuesta suya fue constituido el día 18 de julio un comité
revolucionario donde eran mayoría, y que llegaron a integrar dos
miembros del Frente Popular.
La
Guardia Civil no se atrevió a entablar inmediatamente el combate.
Junto con los elementos fascistas y los principales reaccionarios del
lugar, se atrincheró en sus cuarteles. Pero el día 20 de julio,
después de inútiles negociaciones, los antifranquistas tomaron el
cuartel por asalto, y después de una inevitable tragedia, nuestros
compañeros partieron hacia otros pueblos para hacer frente a los
atacantes.
Lo
cual no impidió que se tomaran, en Binéfar, medidas necesarias para
asegurar la vida de todos. Las mieses se desecaban en los campos de
los grandes propietarios que habían huido a Huesca. El Comité
Revolucionario se incautó de las máquinas segadoras y trilladoras.
Los asalariados que habían trabajado la tierra por cuenta de los
ricos decidieron seguir trabajándola por cuenta de todos. Los grupos
de productores se constituyeron como en otras partes; también como
en otras partes fueron nombrados delegados de grupos, que al
principio se reunían todas las noches para coordinar sus esfuerzos,
llegando luego a reunirse semanalmente cuando los trabajos estaban
debidamente encaminados.
Una
vez guardada la cosecha y socializada la tierra, se socializaron las
industrias. Después de ellas le llegó el turno al comercio. La
colectivización empezaba y se extendía en casi toda la comarca.
Este estado de cosas y de los espíritus explica por qué fue en
Binéfar donde el 15 de septiembre tuvo lugar un congreso regional de
los miembros de la CNT y de la UGT. Los delegados de la CNT eran 500;
los de la UGT, 12. Se acordó por unanimidad continuar la
colectivización, y, como hemos mencionado anteriormente, celebrar en
Caspe un congreso constitutivo de la Federación Aragonesa de
Colectividades.
En
ese mismo mes de septiembre se constituyó orgánica y oficialmente
la Colectividad de Binéfar. He aquí el Reglamento adoptado por la
asamblea general de todos los habitantes que fueron convocados al
efecto; lo reproducimos tal como fue redactado:
DESENVOLVIMIENTO
DE LA COLECTIVIDAD DE BINÉFAR (HUASCA)
Desenvolvimiento
del trabajo.
1º.
El trabajo se desarrollará por grupos de
diez personas, y se nombrará un delegado por cada grupo. Este
delegado tendrá la misión de ordenar el trabajo con la armonía de
todos, quedando autorizado para aplicar las sanciones que en las
asambleas se acuerden.
2º.
Estos delegados estarán obligados a
presentar parte diario de su trabajo desarrollado, a la Comisión de
Agricultura.
3º.
El horario del trabajo será determinado
por las circunstancias.
4º.
En asamblea general se nombrará un Comité
Central que estará compuesto de un miembro de cada ramo y
mensualmente se dará cuenta del consumo de la producción, así como
de las gestiones hechas con el interior y con el exterior. Esta
asamblea nombrará también una comisión técnica o asesora para el
mejor desenvolvimiento de la misma.
5º.
Todos los miembros llamados a regir los
destinos de la colectividad serán nombrados en asamblea general de
colectivistas.
6º.
A todo individuo que entre en la
colectividad se le dará un inventario de sus bienes que aporte a
ella.
7º.
Todos los miembros de la colectividad
tendrán los mismos derechos y los mismos deberes, y no podrá
obligárseles a que entren dentro de determinada central sindical,
siempre y cuando acaten plenamente los acuerdos por los que la
colectividad se rija.
8º.
De los fondos que queden en la colectividad
no podrá hacerse ningún reparto, pasando a ser únicamente
patrimonio de la colectividad para ser disfrutados todos en común,
de forma que la alimentación queda por ahora racionada, y teniendo
la precaución de dejar un remanente para un mal año agrícola.
9º.
Cuando las circunstancias lo exijan, tal
como la realización de faenas del campo urgentes y demás, la
colectividad podrá optar para hacer trabajar a aquellas compañeras
que tenga por conveniente en dichas faenas propias de las mujeres, y
deberá llevar un control riguroso para que éstas, en la medida de
sus fuerzas, se sumen a la producción que les concierna.
10º.
Para los efectos de dar entrada al trabajo
a los jóvenes, se tendrá en cuenta que éstos deben entrar a
trabajar a los quince años. En aquellas faenas mayores, a los
dieciséis años.
11º.
Para los efectos de administración de la
colectividad y cambio de comisión administradora, las asambleas
determinarán lo que hay que hacer.
Todo
lo que precede se refiere especialmente a los problemas del trabajo y
de la organización del trabajo, de la producción y de la
organización de la producción. Pero se tomaron también acuerdos
sobre el problema del consumo, es decir, del reparto, de los derechos
individuales de existencia y de la forma en que podían ser
satisfechos estos derechos. Todo lo cual está especificado en otros
acuerdos tan importantes como los primeros y a los cuales se dio por
título:
ESTRUCTURACIÓN
DE LA VIDA DE LA COMUNIDAD DE BINÉFAR
Esta
comunidad está formada por casi todo el pueblo, donde se trabaja
tanto en la tierra, tejidos, fundición, etc. En el asunto de la
agricultura -la que más rendimiento ha de dar en su día a la nueva
vida de la comunidad- van todos los compañeros controlados por un
delegado de tajo por cada sección, o partida, con el fin de que
pueda llevarse toda la obra de trabajo controlado por los mismos
delegados, y éstos al final de cada día y reunidos en la sección
de Agricultura cambian impresiones entre sí y ven en la forma que
más conviene seguir llevando el trabajo con el solo fin de ver con
el menor esfuerzo sacarle a la tierra el mayor rendimiento posible.
Las
demás profesiones tienen también su delegado, el cual lleva las
altas y bajas en el trabajo, así como en la producción que en cada
taller se hace, siendo también de su incumbencia llevar un registro
de entradas y salidas con su correspondiente libro de mercaderías.
Todos estos delegados tienen para poder hacer operaciones de alguna
cuantía, el visto bueno de la junta administrativa, la cual está
compuesta por cuatro compañeros competentes de los pertenecientes a
la comunidad, los cuales, y una vez expuestas las razones del
delegado peticionario, van a la aprobación si conviene, o denegación
de lo solicitado por el compañero delegado, si no ven la
conveniencia para toda la comunidad.
En
el asunto económico, la comunidad tiene un departamento designado
Administración Comunal donde van centralizadas todas las operaciones
de la comunidad, el pago de los comunizados, y así también la
facilidad de proveer a los individualistas (pequeños propietarios)
de los artículos que ellos necesitan, y que aun por mediación de
sus productos no pueden traerse de otras partes por las dificultades
con que se encuentran. A éstos se les da una libreta en la cual se
les anota todos los productos que traen a la comunidad, y con el
valor de su importe pueden abastecerse en la cooperativa única así
como en las demás industrias con que esta comunidad cuenta.
Todos
estos delegados son compañeros responsables y elegidos por los demás
compañeros, en asamblea general, teniendo la confianza de todos los
comunizados.
Con
arreglo al número de familias se da el importe semanal que es el
siguiente:
Un
individuo solo y sin familia en la localidad cobra 24 pesetas
semanales. Un matrimonio cobra por semana 30, con un hijo menor de
diez años, 33. Una familia compuesta por tres personas mayores y dos
pequeños cobra 45 pesetas semanales, siempre que de los tres mayores
no produzca más que uno. Además tienen el pan en libre consumo, así
también el aceite, farmacia y médico gratis, teniendo en cuenta que
no paga vivienda, y que los géneros[56]
hasta la fecha y aunque en algunos a la comunidad cuestan con un
tanto por ciento mayor, a los comunizados se les vende casi en las
mismas condiciones que antes de la sublevación.
Los
sueldos anteriormente señalados son pagados en bonos, moneda de la
comunidad, no teniendo por tanto ningún comunizado que añorar el
dinero (fracción pesetas), ya que con los bonos puede atender a
todas las necesidades de sus familiares.
A
pesar del desagrado que pueden causar en la lectura ciertas
repeticiones, las hemos creído útil para que quien se interese
pueda cerciorarse mejor de la estructura y del funcionamiento de una
colectividad agraria. Y falta mucho por decir, pues aquí sólo se
nos han dado las líneas generales. Como lo constataremos, la obra
constructiva se extiende a la enseñanza, a la sanidad, a todos los
servicios públicos.
Por
otra parte, el sindicato es insuficiente, pues no abarca sino una
fracción de la población: la de los productores, que son minoría
(y también sería insuficiente si fueran mayoría); en cuanto al
Municipio, pertenece a otra época. La colectividad es el órgano más
típico de la revolución campesina española y que engloba los
aspectos de la vida social.
Porque
ya no se trata de luchar contra el patrono, de conquistar reformas,
de mejorar las condiciones de trabajo en el régimen del asalariado:
este régimen ha desaparecido. Se trata de asegurar la producción,
de sustituir a los organizadores tradicionales. Es preciso dirigir la
economía según las necesidades locales directas y las del
intercambio. Producción y disfrute de los bienes, trabajo y reparto
se condicionan recíprocamente. Y el modo de reparto, así como los
conceptos morales
que le guían, dirigen y determinan la orientación del trabajo. Todo
es solidario. Las secciones de producción son los rodajes de un
vasto mecanismo integrado al servicio de la población entera:
hombres, jóvenes o viejos, válidos o inválidos, mujeres que
trabajan o no, niños, enfermos, etc.
Este
espíritu de solidaridad se encuentra igualmente en las relaciones
entre las diferentes partes del mecanismo de conjunto. Ha
desaparecido el espíritu corporativista, lo mismo que las
rivalidades de oficios o de especialización de trabajo. La
colectividad es un conglomerado humano
y fraterno. Industria y agricultura constituyen una caja común, las
secciones de productores practican el apoyo mutuo.
Administrativamente una comisión especial compuesta por un
presidente -que coordina las actividades-, un tesorero, un secretario
y dos vocales, es encargada de comprobar la contabilidad general,
procediendo de tal modo que llevan separadamente las cuentas de cada
sección especializada, como hemos visto en Graus. Además, dos
camaradas están en contacto permanente con los delegados de los
grupos y son los encargados de comprobar el trabajo y sus resultados.
Las
secciones profesionales (metalúrgicos, albañiles, labradores, etc.)
se reúnen separadamente para estudiar sus problemas, decidir qué
trabajos deben llevarse a cabo, qué actividades emprenden, qué
modificaciones introducir en los planes elaborados. Por otra parte, y
en caso de necesidad, la comisión administrativa los convoca, o
convoca a sus delegados para examinar lo que corresponda.
Binéfar
ha aplicado las normas generalmente adoptadas sin acuerdos previos,
como una realización espontánea de carácter casi biológico.[57]
Los pequeños talleres han sido centralizados en grandes unidades
mejor organizadas. Sólo existe ahora una
fábrica para la confección de los vestidos masculinos, un
amplio taller para la fabricación de calzado. En cuanto a la
agricultura, las superficies sembradas de trigo han sido aumentadas
en un 30%, sin reducir los otros cultivos, y en toda la comarca se
habría cosechado 70.000 toneladas de remolacha azucarera en lugar de
las 40.000 de otros años si el tiempo hubiera sido propicio.
Ante
las enseñanzas de la experiencia se han modificado, al cabo de
algunos meses, la constitución de los grupos agrícolas y la
organización de su trabajo. El territorio ha sido dividido en siete
zonas, cada una constituyendo una unidad, con sus almacenes,
talleres, etc., y un centenar de trabajadores.
Por
otra parte, y según la ley de solidaridad, siempre presente, se
apela, cuando la situación lo requiere, a los trabajadores
industriales, e incluso a los empleados, sin que estos últimos
puedan negarse, según resolución tomada en asamblea, para ayudar a
los trabajadores de la tierra. Durante la cosecha de julio de 1937,
los mismos sastres participaron en el esfuerzo común.
Para
estos casos de movilización, se han confeccionado listas según las
calles de Binéfar, con estipulación de las mujeres casadas y de las
solteras. Sólo en casos excepcionales se apela a las primeras -que
generalmente tienen hijos-. Normalmente, las solteras son convocadas
por medio del pregonero, que va, de calle en plaza, a leer la lista
de las que son requeridas, por turno.
Visiblemente,
este trabajo no es pesado. En pleno verano, para sembrar las
remolachas, los grupos de muchachas se reunían tempranito por la
mañana, y partían cantando.
El
delegado de cada grupo o sección industrial toma nota diariamente,
en el grupo de productores colectivistas, de la asistencia al
trabajo. Las infracciones, si las hubiera, serían pronto
descubiertas.
Existen
almacenes comunales para el reparto: uno para el vino, otro para el
pan, otro para el aceite, otro para los productos de ultramar, otro
para los productos de mercería y los tejidos. Agreguemos tres
lecherías comunales, tres carnicerías, un almacén de ferretería,
uno de muebles en el cual se centraliza la producción de los
talleres.
Como
centro comarcal escogido por su situación y sus medios de
comunicación (debemos agregar el dinamismo, nada despreciable, de
sus militantes), Binéfar coordina y centraliza los intercambios
entre los 32 pueblos de la comarca. Entre el mes de octubre y el de
diciembre de 1936 hubo un intercambio con las colectividades de
Cataluña y Aragón del orden de los cinco millones de pesetas oro.
El valor del azúcar almacenado se elevaba a 800.000 pesetas, el del
aceite a 700.000 pesetas, sin contar los productos menos importantes.
El teléfono y la electricidad habían sido instalados en todos los
pueblos, sin preocuparse si se beneficiaban o no los individualistas.
Sin
embargo, lo que antecede no refleja la realidad en forma suficiente,
pues existían aspectos negativos causados por la situación. A
menudo faltaba la carne en Binéfar, y a veces hasta faltaban
patatas. Pues tropezamos aquí, una vez más, con los inconvenientes
de la guerra. En el frente de Aragón, las milicias olvidadas
-voluntariamente- por el Gobierno carecían de abastecimiento, lo
mismo que de armas y municiones. Binéfar daba lo que podía, lo que
poseía. Durante meses ha enviado al frente, semanalmente, 30 y 40
toneladas de víveres. La comarca entera dio, en una sola vez, 340
toneladas de alimentos para Madrid. En un solo día fue entregado
aceite a tres columnas de milicianos -la columna Ascaso, la columna
Durruti, la columna Ortiz- por valor de 36.000 pesetas oro.
He
aquí, a este respecto, una anécdota característica:
En
julio de 1937 asistíamos a un pleno al que habían acudido delegados
de todos los pueblos de la comarca. Se planteó un problema grave.
Estábamos en vísperas de la cosecha, y se carecía de sacos, de
cuerda para atarlos, de bencina para el transporte y de algunos otros
elementos propios de tales trabajos, todo lo cual debía ser comprado
por la federación comarcal y distribuido a los pueblos de acuerdo a
sus necesidades; esto representaba un valor de varias decenas de
millares de pesetas. Para procurarse esta cantidad era preciso vender
o intercambiar aceite y diversos productos comestibles, de que se
privaría a los milicianos.
Pues
bien: nadie, absolutamente nadie, propuso hacerlo. Por unanimidad,
sin la menor discusión, la asamblea declaró que debía encontrarse
otra solución. Se acabó por decidir el envío de una delegación al
Gobierno de Valencia, misión destinada al fracaso porque a todas
luces la mayoría ministerial especulaba sobre el sabotaje de las
tropas de Aragón para empujar a los milicianos a saquear las
colectividades.
Entonces
el autor de este libro envió a Solidaridad
Obrera, nuestro diario de Barcelona, un
llamamiento dirigido a los milicianos explicándoles la situación,
recordándoles el esfuerzo solidario de las colectividades. El
llamamiento fue escuchado, los milicianos enviaron dinero, y así se
salvó la cosecha.
Estos
hechos explican la escasez de ciertos productos que un periodista
puede registrar al pasar por Binéfar. Sobre todo si se tiene en
cuenta que 500 milicianos son hospedados en permanencia.
La
práctica de la solidaridad ofrece otros aspectos. Binéfar ha
desarrollado la asistencia sanitaria. Uno de los médicos, instalado
desde algún tiempo, se ha pronunciado por la CNT, y en un congreso
regional ha decidido a la mayoría de sus colegas aragoneses a
imitarle. Luego se ha puesto, sin esperar, al servicio de la
población. Y se ha completado la asistencia médica, y el suministro
gratuito de medicamentos, construyendo, fuera de la localidad, en un
lugar que ofrece las condiciones más favorables, un pequeño
hospital gracias al aporte en materiales y en dinero de todas las
colectividades de la comarca.
A
principios de abril de 1937, unas 40 camas estaban ya instaladas. Un
excelente cirujano catalán había acudido para ayudar al iniciador.
En Barcelona fueron adquiridos numerosos aparatos. En pocos meses se
poseían instrumentos de cirugía, obstetricia y traumatología en
cantidad suficiente para empezar. Un servicio de rayos ultravioleta
permitía cuidar a los niños débiles. Se organizó un laboratorio
para análisis, una sección especialmente construida para la
medicina general, otra para las enfermedades venéreas -el frente
estaba cerca-, una sección para profilaxis y otra para ginecología.
Hasta
entonces, el nacimiento de los niños había sido confiado a las
unidades de parteras casi siempre improvisadas, sin medios técnicos
para los casos difíciles; y por otra parte, los campesinos ignoraban
la higiene. El cirujano catalán empezó por hacer, cerca de sus
compañeros instalados en los otros pueblos, una campaña para que
las mujeres a punto de dar a luz fueran enviadas al hospital, donde
serían mejor cuidadas, lo mismo que el niño, al que no le faltaría
el control médico.
Ha
sido organizado un servicio de consultas y diariamente acuden a él
enfermos para ser atendidos.
Aparte,
una minoría del 5%, los pequeños propietarios que tenían una
existencia llevadera antes de la revolución, han mantenido su modo
de vida. En toda la comarca se les respeta, a condición de que no
conserven más tierra de la que pueden cultivar. En la libreta
especial que les ha facilitado la sección de intercambios figura el
Debe y el Haber, la cantidad y el valor de los productos entregados y
recibidos. Lo cual permite conocer exactamente cuáles son sus
posibilidades económicas. Por lo demás, no pueden consumir más de
lo que está asignado para todos; no se trata aquí de una medida
compulsiva especial, puesto que tienen derecho a tomar parte en las
asambleas donde el racionamiento ha sido establecido. Señalemos que
se les acuerda, en Binéfar como en casi todas partes, el derecho de
utilizar el material técnico de trabajo de la colectividad.
Entre
las obras de saneamiento que han sido realizadas figuran las cuadras
colectivas, siempre establecidas fuera de la población, y la
desecación de una barranca pantanosa que se extendía sobre unas 20
hectáreas. Esta barranca pertenecía a gran número de pequeños
propietarios, cada uno de los cuales poseía una parcela; pero la
falta de recursos monetarios y técnicos les impedía emprender los
trabajos requeridos para ponerla en cultivo. La colectividad ha
drenado, desecado, nivelado; y ahora los rendimientos sobrepasan los
obtenidos anteriormente en las tierras cultivadas.
Sin
embargo, reconozcamos que la perfecta conciencia no se encuentra
siempre en todos los que componen la población colectivizada.
También puede toparse de cuando en cuando con las imperfecciones
humanas y con el hábito del egoísmo, fruto de siglos de lucha por
la vida.
Recordamos
una discusión que tuvimos ocasión de escuchar, precisamente en
Binéfar, mientras escribíamos y pasábamos en limpio nuestras
notas. Era en una casa donde al lado de la habitación en que nos
hallábamos el compañero encargado de ocuparse de los problemas de
alojamiento discutía con una mujer de unos cincuenta años. Esta
pedía un domicilio nuevo. Para justificar su pedido, aducía sus
razones:
–
Mi
nuera se ha vuelto imposible, no puedo entenderme con ella.
El
compañero, un mozo joven llamado Turmo, genio de león y alma de
niño, se debatía con voz tonante contra la solicitante, que, muy
ladina, conservaba su calma.
–
Mujer,
no tenemos casas, ¿y cómo has podido vivir con ella hasta ahora?
–
Es que
ella ha cambiado, ahora se ha hecho insoportable.
No
obteniendo nada, la mujer acabó por retirarse refunfuñando. Me
acerqué entonces y pregunté a Turmo por qué no satisfacía aquel
pedido. Me explicó que siendo la proporción de los salarios más
elevada por individuo, entonces, en casos en que el número de
personas es reducido, ciertas familias querían desdoblarse a fin de
cobrar más, incluso siendo el cálculo falso. Empero no se tenían
bastantes casas o pisos, y se tardaría mucho antes de comenzar a
construir, pues faltaba mucha mano de obra, movilizada para la
guerra.
Es
un caso de poca monta. Hay otros; los organizadores de las
colectividades deben zanjarlos bien con serenidad y buen humor, y es
imposible no experimentar un sentimiento de admiración para estos
hombres abnegados que, constructores esforzados, han hecho las cosas
con tanta rapidez y tanto acierto. Porque en Binéfar, como en el
conjunto de las colectividades aragonesas, ningún rodaje de la
organización general ha fallado, ni en los talleres, ni en el
sistema de distribución, ni en los trabajos agrícolas. Muchas veces
he recorrido el camino que va de Tamarite a este pueblo. Un día, con
un médico llegado también de Barcelona, íbamos en coche -que no
era de lujo- por la carretera que unía los dos pueblos a lo largo de
trigales, viñedos, olivares, donde las huertas y los vergeles
alternaban con las mieses doradas. Yo mostraba a mi compañero recién
llegado todos esos frutos del trabajo humano, diciéndole con
orgullo: «Estos kilómetros de plantaciones, de cultivos, donde nada
ha sido descuidado, pertenecen a la colectividad, son de la
colectividad». Dos días después le mostraba, en Esplus, donde le
había acompañado para la organización de su trabajo, otras
plantaciones: de patatas, de alfalfa, de cereales. Y a lo largo de la
carretera iba repitiendo con fervor: «Es de la colectividad, todo
esto pertenece a la colectividad, ¡todo lo ha hecho la
colectividad!» Pues sentía como si fuera un milagro esa primera
creación de la revolución.
MAS
DE LAS MATAS Y SU COMARCA
Al
norte de la provincia de Teruel, Mas de las Matas, que cuenta con
2.300 habitantes, es el centro de una comarca compuesta por 19
pueblos. Los más importantes son Agua Viva, Mirambel (con 1.400
habitantes), La Ginebrosa (con 1.300). A principios de mayo de 1937
sólo seis poblaciones estaban socializadas integralmente; cuatro lo
estaban casi por completo; cinco, a medias. Tres localidades se
organizaban, y la última vacilaba aún.[58]
En
esta comarca, la pequeña propiedad estaba muy difundida, lo que no
favorecía la formación de sindicatos obreros y explica por qué las
ideas anarquistas habían arraigado desde principios de siglo, a
pesar de que la zona agraria esa relativamente rica gracias al
regadío, mientras en parte de los otros pueblos privados de agua la
vida era generalmente miserable. Las agrupaciones libertarias de Mas
de las Matas actuaron casi sin interrupción y encontramos la última
generación de sus componentes al frente de la organización
colectiva del pueblo.
Con
relación al conjunto de las poblaciones, la situación económica de
nuestros compañeros era, sin embargo, la de privilegiados. Pero su
revolución tenía, ante todo, un carácter moral, pues ponían a la
justicia por encima de sus intereses personales. Son anarquistas
cultos, modestos y sencillos. Su personalidad se revela a lo largo de
la conversación, y en la obra que, modesta como ellos mismos, pero
sólida, están realizando.
Bajo
la Monarquía predominaban aquí las tendencias liberales. La
República provocó algunos cambios, pero desencantó a la mayoría
de la población, que se inclinó hacia la izquierda revolucionaria.
Así fue cómo en el año 1932 apareció el primer sindicato de
tendencia libertaria adherido a la CNT, y cómo, al año siguiente
-en una intentona malograda-, fue proclamado el comunismo libertario.
La Guardia Civil acabó en menos de dos días con este primer ensayo,
y el sindicato fue clausurado hasta la víspera de las elecciones de
febrero de 1936, lo cual no impidió que el ataque franquista no
pudiera producirse en el mes de julio siguiente.
No
hubo lucha, y no quedando fascismo, ni república, nuestros
compañeros propusieron crear la Colectividad Agraria de Mas de las
Matas. La iniciativa fue aceptada por unanimidad en una asamblea de
carácter sindical. Pero no todos los propietarios estaban en el
sindicato. Había que proceder con ellos en forma especial. Así se
hizo, estableciéndose una lista de adhesiones voluntarias que, en
quince días, reunión a 200 familias. Durante nuestra visita, este
número se había elevado a 550 sobre las 600 que componían la
totalidad. Los disconformes pertenecían a la UGT y practicaban la
explotación individual.
La
misma norma es observada en toda la comarca. Se puede adherir a la
colectividad, o seguir trabajando individualmente el suelo que se
posee. Las diferentes gradaciones de socialización realizadas en los
distintos pueblos prueban que esta libertad es efectiva.
En
ninguno de los pueblos de la comarca hay reglamentos ni estatutos de
colectividades. Políticamente se aplica un concepto anarquista
integral. Cada mes, la asamblea general de los colectivistas señala
a la Comisión las normas a seguir. Nada de la rigidez de los
códigos, sino la flexibilidad de la vida, y los acuerdos concretos
sobre problemas también concretos.
No
debe deducirse de esta característica que todo sea caótico. Nuestro
recuerdo de Mas de las Matas nos hace evocar automáticamente la
feliz Arcadia de la que hablaron los poetas. Todo era tranquilo,
feliz, en el andar de las gentes, en el aspecto de las mujeres
sentadas en la acera, tejiendo y conversando plácidamente delante de
sus casas. Era lógico suponer que debajo de esta tranquilidad
existía una buena organización de la vida. Analicémosla.
Se
han constituido 32 grupos de trabajo, más o menos importantes, según
las especializaciones agrícolas y las dimensiones de los campos más
o menos limitados por el capricho de los montes. Cada grupo tiene a
su cargo una zona de regadío y otra de secano. Se reparte así,
equitativamente, lo agradable y lo menos agradable.
El
regadío permite a los habitantes de Mas de las Matas obtener
hortalizas y frutas. Menos afortunados, los otros pueblos no
consiguen más que cereales, sobre todo trigo, y aceitunas. En cuanto
al trabajo, está en todas las colectividades, en grupos con sus
delegados; en la cumbre -si puede emplearse esta palabra- está la
comisión administrativa. Y como los delegados de Mas de las Matas se
reúnen semanalmente para decidir las labores por realizar, lo mismo
hacen los delegados en los otros pueblos.
Todas
las colectividades de la comarca coordinan de este modo sus
esfuerzos.
En
Mas de las Matas no fue posible aumentar la superficie cultivada. Las
tierras de regadío lo estaban ya por completo. Pero parte de las
tierras de secano, que hasta ahora habían sido destinadas para
pastos, pueden ser utilizadas para la producción de cereales,
quedando en las montañas bastantes prados naturales para el ganado;
sin embargo, no se puede sembrar trigo, avena o maíz después de una
primera roturación, y sólo procede ahora preparar las tierras para
el año próximo. Treinta hectáreas han sido ya puestas en
condiciones para estos fines.
Estos
esfuerzos se intensificarán tan pronto los milicianos vuelvan del
frente, y es de temer, me dicen mis compañeros, que dentro de dos
años surja una grave dificultad: la de colocar el excedente de
trigo. Pero… es difícil contrarrestar su entusiasmo, igual al que
encuentro en todas partes.
Más
fácil era intensificar la cría de ganado. El número de cabezas de
carneros y ovejas aumentó en un 25%. El número de cerdas de
reproducción ha pasado de 30 a 61; las vacas de leche, que eran 18,
suman ahora 24 y son albergadas en un gran establo construido por la
colectividad con cabida para 26. El número de cerdos es también
mucho más elevado que antes, pero habiendo faltado tiempo para
construir una porqueriza de grandes dimensiones, se compraron
animales jóvenes en cantidad, distribuyéndolos a la población a
razón de uno o dos por familia. Cuando se produzca la matanza, la
carne será repartida y salada según las necesidades de cada hogar.
Empero
la producción no está limitada a la agricultura y la ganadería. En
este centro comarcal, lo mismo que en todos los centros más o menos
importantes, se han desarrollado actividades diversas: albañilería,
alpargatería, carnicería, sastrería, peluquería, panadería, etc.
Cada una constituye una sección de la colectividad general y trabaja
para todos.
Si
una sección necesita arreglar o procurarse ciertas herramientas, se
dirige por intermedio de su delegado a la comisión administrativa,
que le entrega un vale para el delegado de los herreros donde se
expone el trabajo requerido. El pedido es al mismo tiempo registrado
en el libro de la sección metalurgia. Si una familia necesita
muebles, se dirige también a la sección administrativa, que le
entrega un vale para el delegado de los ebanistas. Sin este vale, que
es al mismo tiempo una autorización, y un control del trabajo, éste
no sería efectuado. Tal es la forma en que se registran las
actividades de cada grupo de trabajo y los gastos de cada familia.
No
se emplea el dinero ni la moneda local en ninguno de los pueblos de
la comarca. Así se explica sin duda que la socialización del
comercio haya sido uno de los primeros pasos. Pero no fue absoluta.
Hemos encontrado dos tenderos obstinados, como velas que se apagan,
en su aislamiento. Los almacenes comunales sustituyen en conjunto al
antiguo modo de reparto.
Veamos
más detalladamente la estructura de un pueblo colectivizado. Resulta
difícil dar por escrito una impresión suficiente de este amplio
movimiento, que completa la socialización agraria. En Mas de las
Matas como en cada uno de los centenares de pueblos organizados
colectivamente, la vista se posa sobre letreros donde sobre los
colores generalmente rojo y negro y enmarcado con las iniciales
CNT-FAI, se leen inscripciones como las que citamos al acaso de
nuestros recuerdos: Almacén
Comunal,
Carnicería
Comunal,
Guarnicionería Colectiva,
Carpintería
Colectiva,
Panadería
Comunal,
Sastrería
Colectiva,
Herrería
Comunal,
Fábrica
Colectiva
de
Galletas,
etcétera.
Aquí
tenemos el Almacén comunal de
alimentación y de ferretería, de
máquinas y otros objetos. Allí, el
Depósito comarcal de abonos químicos,
de cemento
y otro almacén,
muy bien abastecido, de tejidos y
vestimenta. En la tienda de un antiguo
fascista, cacique del pueblo, que ha desaparecido, se distribuyen
ropas a los habitantes del lugar y a las colectividades de la
comarca. He aquí la sección de abastecimiento en la cual se entrega
a los individualistas los vales que solicitan, y donde se registra en
un fichero el consumo de ropas hecho por cada familia.
En
esta destilería se extrae alcohol y el ácido tartárico de orujo
suministrado por varios pueblos, que constituyen conjuntamente la
Comisión Administrativa de la fábrica. Esta comisión se reúne
también periódicamente. Entramos en esta fábrica, y nos enseñan
las nuevas instalaciones hechas para aumentar la fabricación de
alcohol de noventa y seis grados, necesario para la medicina en los
frentes.
En
la sastrería, obreros y obreras cortan y cosen trajes para los
camaradas de todas las colectividades de la comarca. Listos para la
confección, los cortes están clasificados en los estantes. Cada uno
tiene una etiqueta en la cual se ha anotado el nombre y las medidas
correspondientes del interesado.
Las
mujeres van a buscar la carne en un hermoso establecimiento revestido
de mármol y de mosaico. El pan, que se cocinaba en casa, sin
comodidad, dos veces por semana, es ahora amasado diariamente en las
dos panaderías colectivas.
En
el café, cada uno puede tomar dos tazas de malta, dos refrescos o
dos gaseosas por día.
Visitemos
las afueras del pueblo. Encontraremos los viveros donde dos millones
de plantas hortícolas están preparadas esmeradamente por una
familia que antes ganaba mucho dinero con esta producción
comercializada, y que entró desde el principio en la colectividad.
Las plantas serán trasplantadas en la huerta local o de otros
pueblos.
En
este taller de costura se confecciona ropa de mujer. Además las
muchachas vienen de otros pueblos a aprender para más tarde coser su
ropa y la de sus hijos.
Un
letrero nos llama la atención. Leemos en él: «Librería Popular».
Es una biblioteca pública en cuyos anaqueles están guardados seis,
ocho, diez de los ejemplares de cada uno de los libros de sociología,
de literatura, de divulgación científica que se cree útil poner al
alcance de todos, incluso de los individualistas. En otros anaqueles,
pero en número más crecido, se encuentran libros para niños, obras
de texto de todas clases: historia, geografía, geometría,
aritmética, gramática, libros de cuentos y narraciones, novelas,
cuadernos y admirables colecciones de dibujos cuyos modelos están
perfectamente graduados de acuerdo a las normas más recientes.
En
esta colectividad general, cada sección trabaja para las otras; los
esfuerzos se aúnan, el espíritu de solidaridad preside a todas las
empresas. Sin embargo, se procura no matar la iniciativa individual,
que por lo demás puede existir con fines que no sean la explotación
ajena.[59]
Esto atentaría demasiado contra el temperamento español en el que
la voluntad personal y un profundo sentimiento del deber se
amalgaman. Se ha dejado, pues, a cada familia un trozo de tierra en
el que cada cual cultiva lo que prefiere. Medida que permite el libre
consumo de hortalizas. Los otros alimentos son distribuidos según
las reservas disponibles. Hombres, mujeres y niños reciben la misma
cantidad estipulada por las asambleas de la colectividad y pueden,
siempre en la medida permitida por las dificultades económicas que
España atraviesa, cambiar libremente un alimento por otro. El
racionamiento no es, por tanto, un reglamento estricto que obligue a
tomar una cosa o a dejarla, sin compensación.
La
proporción del consumo -alimento, vestido, calzado, etc.- estaba, en
los primeros meses, señalada en una tarjeta familiar, pero después
se acordó utilizar la libreta estándar adoptada por el Congreso de
Caspe y editada por la Federación Regional de Colectividades.
Se
limita también el suministro de vestimenta, de máquinas y otros
bienes adquiridos en Cataluña. Pues aunque se tengan bastantes
mercaderías para intercambiar, es preciso mantener el esfuerzo para
sostener el frente. Lo cual no implica que se haya suprimido por
completo la distribución de ropa. Para procurársela, los
colectivistas reciben ciertos recursos, generalmente superiores a los
anteriormente acostumbrados. Tomemos por ejemplo una familia
compuesta de padre, madre, un hijo de seis a catorce años y otro
menor de seis años. La cantidad que le es atribuida, en valor
moneda, es de 215 pesetas: 75 para cada uno de los padres, 40 para el
hijo mayor y 25 para el menor. ¿Cuántas familias campesinas de
España pudieron gastar hasta el presente esta cantidad anual para la
vestimenta? Y no se olvide que estos cálculos de base no impiden que
se emplee la cantidad asignada según las preferencias de cada hogar.
El
médico y el farmacéutico forman también parte de la colectividad,
estando sus actividades al servicio de todos. Viven en las mismas
condiciones que los demás, pero disponen de recursos especiales para
poder continuar estudiando, adquiriendo publicaciones, revistas,
libros, materiales de trabajo.
Además
de la Biblioteca Pública, que presta libros a domicilio, existen la
del Sindicato y la de las Juventudes Libertarías. La escuela es
obligatoria hasta los catorce años. En un grupo de «masías»
construidas en la montaña, ha sido instalada una escuela para 40
niños que hasta ahora no podían ir a clase. En Mas de las Matas,
dos clases han sido habilitadas para recibir cada una 50 niños
menores de siete años cuya educación preescolar ha sido confiada a
dos muchachas que habían cursado antes, en no sabemos qué ciudad,
estudios superiores. Esta innovación tiene también por objetivo
libertar durante varias horas del día tanto a los hijos de las
madres como a las madres de los hijos.
Los
espectáculos públicos son gratuitos tanto para los colectivistas
como para los individualistas.
Aun
cuando el Concejo municipal haya sido reconstituido por orden expresa
del Gobierno, en realidad la colectividad es el alma del pueblo. El
mismo sindicato se ha convertido en un organismo casi inútil; en
todo caso, ha sido desplazado por completo. En la estructura de la
comarca predomina el nuevo organismo. Veamos ahora cuál es su
funcionamiento general.
El
comité comarcal que reside en Mas de las Matas fue nombrado por una
asamblea de delegados de todas las colectividades. Tiene por misión
coordinar los esfuerzos en la producción, organizar el trabajo a
escala general cuando sea necesario, mantener las relaciones con las
otras comarcas o regiones, dirigir los intercambios.
Según
las normas establecidas en todo Aragón, ninguna colectividad puede
comerciar por su cuenta; se procura así evitar la competencia
inmoral y la centralización de las adquisiciones de productos que
van a buscarse lejos, a las mismas fábricas, en mejores condiciones
de calidad y precio. Esto permite al mismo tiempo intensificar las
relaciones económicas con Cataluña y Levante.
Cada
colectividad agraria comunica al comité comarcal la lista y la
cantidad de productos excedentes de que dispone; cada una pide, al
mismo tiempo, lo que necesita y tiene, en Mas de las Matas, un estado
de cuentas donde se anota el doble movimiento de productos y bienes.
El
comité central sabe exactamente cuáles son las reservas de aceite,
vino, trigo, carne de los pueblos. Si uno de ellos no tiene bastante
vino y lo pide, el comité se dirige al pueblo que puede
procurárselo. Si otro quiere aceite, se le pone en contacto con el
pueblo que está en condiciones de satisfacer a su demanda. En
cambio, los pueblos que han pedido tales o cuales productos darán
otros cuya equivalencia es calculada en pesetas, según los precios
del momento. Por otra parte, si el pueblo que ha suministrado aceite
no necesita el vino que se le ofrece, pide al comité otros artículos
que éste le entrega, haciendo venir el vino a Mas de las Matas,
donde lo mantiene en reserva, para cambiarlo más tarde, sea en la
comarca, sea fuera de ella. En suma, el comité comarcal es el
regulador de la distribución entre los pueblos.
Este
sistema general de compensación se aplica sin la menor dificultad.
El único inconveniente podría residir en las reminiscencias del
espíritu capitalista y propietario según el cual un pueblo que
atraviesa dificultades graves por circunstancias ajenas a su
voluntad, deberá atravesar un período difícil más o menos largo.
En ningún modo. Acaba de producirse un caso que ha puesto a prueba
el sistema. Las posibilidades económicas de Seno y de La Ginebrosa
fueron, este año, anuladas por una tormenta de granizo. Todo o casi
todo fue arrasado. En régimen capitalista esto habría significado
miseria y hambre, con emigración de los hombres a la ciudad. En un
régimen donde la economía estricta domina sobre la solidaridad, las
deudas y los empréstitos contraídos para hacer frente a la
situación les habrían condenado durante años. En nuestro régimen
de solidaridad libertaria, la dificultad se soluciona con la ayuda
mutua, el aporte, el esfuerzo fraterno de todos. Todos los elementos
necesarios para poder de nuevo sembrar, plantar y cosechar, y para
vivir mientras vinieran los nuevos frutos de la tierra, han permitido
resolver el problema sin hipotecas ruinosas que habrían comprometido
el porvenir.
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Esta
revolución moral merecería ser analizada más detenidamente, porque
el mundo nuevo que se ha creado y que se sigue creando ha dado
nacimiento a un espíritu que exalta los sentimientos más nobles que
pueda albergar el corazón del hombre. Recordamos al respecto una
anécdota que nos ocurrió precisamente en Mas de las Matas. Habíamos
ido, un poco fuera de lugar, a visitar una piscina que los muchachos
y las muchachas estaban construyendo en una hondonada, en uno de
cuyos lados se erguía una casa particular y en el otro una elevación
casi a pique del terreno. Abajo, se afanaban alegremente nuestros
constructores, manejando el pico y la pala. Enfrente, en la parte
alta que nos dominaba, existía un camino que no podíamos ver desde
el lugar donde nos hallábamos, pero que adivinamos cuando vimos
venir por él tres hombres, tres labradores calzando alpargatas, con
la azada al hombro, andando con paso firme, sonrientes y seguros.
Ellos también nos vieron, vieron a los muchachos de abajo y, siempre
andando, levantaron la mano en signo amistoso saludándonos con voz
fuerte, vibrante, por la convicción que parecía salir de su pecho:
«¡Salud, compañeros!» Contestamos: «¡Salud, compañeros!», y
lo mismo hicieron las voces juveniles de abajo. Esas dos palabras
expresaban que todos éramos hermanos, que la confianza más plena
existía entre nosotros, en cada uno de los hombres con relación a
la sociedad, a sus semejantes; que había desaparecido lo que antaño
oponía unos a otros, que no existían ya rivalidades, antagonismos,
temor, hipocresía, envidia, engaños, malas artes. Que todos éramos
verdaderamente hermanos… La pluma no puede expresar la vibrante
sonoridad de esas seis sílabas: «¡sa-lud com-pa-ñe-ros!», tan
llenas de un contenido nuevo, intenso, cálido, que resuenan siempre
en mis oídos, con el fervor que guiaba a los constructores del mundo
nuevo.
BALLOBAR
Las
luchas sociales y las inquietudes sociales de Ballobar se remontan a
muchos años. Bajo la Monarquía, la tendencia liberal triunfaba
siempre. El republicanismo apareció hacia 1907. Durante ese año el
pueblo, de acuerdo con los jefes locales de la oposición política,
comenzó a construir un centro republicano -inaugurado cuatro años
más tarde-, y que es hoy la sede del ateneo libertario. Pero, entre
tanto, cierto cambio se había operado en la posición de muchos
trabajadores. La Semana Trágica de Barcelona, a raíz de la cual fue
fusilado Ferrer, demostró que las tendencias revolucionarias de los
republicanos eran mucho menos enérgicas en la calle que en la
tribuna. Un grupo se desprendió, encaminándose hacia la izquierda.
Llegó hasta el anarquismo. La propaganda de nuestras ideas empezó
teniendo por resultado principal la fundación de un sindicato que
adhirió, en 1917, a la Confederación Nacional del Trabajo.
La
represión que invadió a España mientras el general Martínez Anido
dominaba en Barcelona llegó a Ballobar, y clausuró el sindicato
cuatro años después de su fundación. Buen número de los
militantes debieron huir y vivir en Francia o en otras partes durante
varios años. Los trabajadores pudieron agruparse de nuevo en 1931.
Acababa de ser proclamada la República. Los desheredados tenían
alguna esperanza en la realidad de las libertades otorgadas por el
nuevo régimen. Quedaron amargamente decepcionados. En ese mismo año,
el sindicato fue nuevamente clausurado. Sólo pudo ser reabierto
cuando el fascismo por un lado y la revolución por otro acabaron
virtualmente con la República.
Pero
los anarquistas que seguían en la población habían proseguido más
o menos clandestinamente su propaganda. Como en tantos pueblos
aragoneses que se encontraron en la misma situación, crearon un
ateneo cultural donde se leía sobre todo libros revolucionarios.
Este ateneo fue también transformado en un organismo de combate, en
un sindicato disfrazado con 310 adherentes anotados en su registro y
que contribuían regularmente.
El
espíritu rebelde de Ballobar no se limitaba a esas actividades. La
miseria reinaba en el conjunto de la población. La mitad de la
tierra y de mejor calidad pertenecía al conde Plácido de la Cierva
y Nuevo, que había estafado a la municipalidad. Según sus
privilegios históricos, el conde tenía derecho de pasto sobre las
tierras comunales, pero mediante la falsificación de los documentos
y oportunas dádivas, llegó a ser su dueño absoluto. Unos 40
propietarios poseían la cuarta parte de la superficie; cierto número
poseía de 15 a 20 hectáreas. Frente a este grupo, las tres cuartas
partes del pueblo no poseían la octava parte del suelo.
La
mayoría de la población debía trabajar por cuenta de los ricos, o
como arrendatarios en pequeñas parcelas alquiladas por el conde.
Esta situación no podía prolongarse indefinidamente; los
desheredados más decididos se adueñaron de las tierras usurpadas,
que en conjunto sólo habían sido utilizadas hasta entonces para
pastoreo del ganado. Se empezó la labranza. La Guardia Civil
intervino, como siempre, pero el pueblo apeló a los tribunales de
Zaragoza, acusando al ladrón aristocrático de haber falsificado las
escrituras que le daban el derecho de propiedad. Los jueces dieron
razón al pueblo, pero el Tribunal Supremo de Madrid dio razón a
Plácido de la Cierva, que conservó las tierras.
Sin
embargo, no pudo explotarlas en provecho propio. El pueblo seguía
trabajándolas, se compraban rebaños, se trabajaba en común, se
cosechaba. Todo lo cual engendraba luchas terribles. La Guardia Civil
recogía los rebaños y los conducía al pueblo, detenía en masa a
los hombres y a las mujeres que se obstinaban en vivir; familias
enteras fueron encarceladas hasta 50 veces en la prisión de Huesca o
en la de Fraga. Los campesinos se empecinaron, y en el año 1927, el
conde, vencido, vendió sus tierras al Estado, que a su vez las
vendió a los campesinos con facilidades de pago, pero, faltos de
recursos, éstos no pagaron, y la revolución les sorprendió en
conflicto judicial con la autoridad gubernamental.
El
19 de julio se terminó con el pleito. Se empezó por recoger, bajo
la responsabilidad del Comité Antifascista, las cosechas de los
grandes propietarios. Luego se inició la adhesión voluntaria a la
colectividad naciente. Sobre 435 familias, el grupo iniciador
comprendió rápidamente 180. En mayo de 1937 sólo quedaban 55
individualistas, pero casi todos querían volver a la colectividad de
la que, por demasiado irresolutos, se habían separado. Permanecieron
fuera porque se resolvió no readmitirlos en el plazo de un año.
Estos
individualistas arrepentidos no están disconformes con la obra de
nuestros camaradas. Incluso aportan su ayuda voluntaria al trabajo
común, y entregan sin dificultad a los almacenes municipales los
productos de su tierra, pues no pretenden venderlos por su cuenta.
Pero desconfían de la victoria final.
Como
la de Mas de las Matas, la colectividad no tiene tampoco estatutos ni
reglamento. Todos están de acuerdo con lo fundamental: trabajar en
común, gozar en común de los productos del trabajo, apoyarse tanto
como sea necesario para la felicidad de todos y de cada uno. Todas
las resoluciones que se refieren a la vida social son tomadas en
asambleas celebradas cada semana, sea en la plaza del pueblo, sea en
el ateneo libertario. Los individualistas tienen derecho a participar
en ellas tanto como los colectivistas. El pueblo entero señala las
normas que deben seguirse, en todos los órdenes, porque la
colectividad se ocupa de muchos problemas que normalmente desbordan
el marco de sus actividades y entran en el del Municipio. Esto ocurre
especialmente cuando hace falta suministrar aportes de los que el
municipio carece, porque nadie le paga impuestos para el cumplimiento
de sus funciones, mientras la colectividad saca naturalmente de sus
recursos propios lo necesario.
Durante
los primeros meses, el Comité Revolucionario se encargó de la
administración en general. Pero cuando fue impartida por el Gobierno
la orden de constituir el Concejo municipal, esta orden fue obedecida
y el Comité Revolucionario disuelto. Estando separadas las funciones
municipales y las funciones colectivistas, fue nombrada una comisión
administrativa de la colectividad. Esta comisión se componía de 11
miembros: un delegado, de los sastres, otro de los carpinteros, otro
de los metalúrgicos, otro de los criadores de ganado, dos encargados
del control de las máquinas, dos de los aperos de labranza, dos para
el reparto de las tierras de secano y de regadío y, por fin, un
secretario. Menos este último, todos trabajan en sus respectivas
ocupaciones profesionales; nombrados en una asamblea general, podían
ser destituidos en cualquier momento.
Siete
grupos de trabajadores especializados cultivan la huerta. Cada uno ha
nombrado un delegado responsable. El número de grupos que cultivan
la tierra de secano es inestable, como las características de su
labor. Siempre en mayo de 1937, se elevaba a 14 el número de los que
atendían los olivares y los viñedos, y preparaban la tierra para
futuras siembras de cereales. Había además un grupo encargado de
regar, de cortar la alfalfa y el pasto, trabajos menos duros que eran
confiados a hombres menos robustos o de cierta edad.
Todas
las noches, después de haber terminado su trabajo manual, los
miembros de la Comisión Administrativa se reúnen para examinar y
coordinar la marcha del trabajo y los distintos problemas, pequeños
y grandes, de la vida colectiva. Los delegados de los grupos acuden a
esas reuniones para pedir mayor número de trabajadores, elementos
técnicos de trabajo, animales de tiro, etc., y la Comisión decide
entonces el traslado de los elementos requeridos de acuerdo a las
necesidades generales de la economía conducida según un plan
general.
Las
mujeres ayudan a las faenas del campo en los casos más apremiantes.
Se les encarga de las tareas menos penosas. La superficie cultivada
no ha variado, pues como todos los otros pueblos, Ballobar paga su
tributo humano a la guerra. Pero no faltan mejoras en los métodos de
trabajo, y si llueve bastante -estamos en Aragón- la producción de
secano aumentará en forma apreciable. En el terreno de regadío el
aumento es indudable. Los métodos de trabajo han sido
perfeccionados. Antes, la tierra se trabajaba mal. Ciertos
propietarios tenían más de lo que podían abarcar y no queriendo o
no pudiendo cultivarla toda obtenían un rendimiento inferior al que
se podía obtener. Por el contrario, otros no tenían bastante, y
perdían parte de su tiempo y de sus energías sufriendo en silencio
y envidiando a sus vecinos.
Ahora,
la energía humana, animal y mecánica es utilizada en forma
racional. Todo está cultivado con igual cuidado. La tierra producirá
sin excepción alguna todo cuanto debía producir. Si la superficie
cultivada no ha variado, en cambio el rendimiento por hectárea sea
superior. También la producción global.
En
la ganadería se criaba sobre todo carneros. Los grandes propietarios
llegaban a tener mil cabezas cada uno. Desde que se habían adueñado
de las tierras del conde de la Cierva, los pequeños campesinos
tenían cada uno cuatro o seis cabezas. Ahora, las 7.500 cabezas de
ganado lanar de la colectividad están distribuidas en rebaños de
300 a 400, cada uno de los cuales es entregado a dos pastores, y
todos están repartidos ordenadamente en la montaña.
Se
socializó el comercio tres meses después de haber empezado la
revolución. Hubo que hacerlo por fuerza. El precio de las
subsistencias y otros artículos subía continuamente, la
especulación amenazaba. Todas las mercaderías fueron recogidas y
almacenadas en un establecimiento municipal dividido en tres
secciones: comestibles, tejidos, aceite y vino. El aceite, el vino,
el azúcar y la carne están racionados. Todo lo demás se consume
libremente, de acuerdo a la conciencia de cada uno. La lectura de las
libretas de consumo, en las cuales figura la vestimenta, demuestra
que hasta ahora la conciencia no ha sido una ilusión. Las
mercaderías consumidas por una pareja del 14 al 28 de abril suman
exactamente 11.75 pesetas, incluyendo el azúcar. Cada familia
obtiene hortalizas para su consumo, en un trozo de tierra regada que
cultiva los domingos y en el cual siembra y planta lo que prefiere.
Los
gastos de cada uno y el valor de lo que entrega, si se trata de
individualistas, son registrados. La falta de graneros bastante
amplios para contener el trigo cosechado hace que cada familia guarde
una parte y lo dé a medida que el consejero de abastecimiento lo
pide para el consumo local o para el intercambio. Esta práctica del
balance no supone un equilibrio forzoso, entre la producción de ayer
y el consumo de hoy. Todos los habitantes tienen la misma posibilidad
de consumir dentro de los mismos límites. Las familias que no tenían
tierra y nada pudieron aportar gozan del mismo derecho que los demás
a pedir y recibir productos, según lo que permitan las reservas
generales.
Todos
los esfuerzos han sido concentrados en la agricultura. La
construcción de casas ha sido aplazada hasta el fin de la guerra,
pero por ahora cinco albañiles se dedican a arreglar las existentes.
Antes, para reparar una vivienda, construir una pared, o una
habitación suplementaria, era preciso pasar por un aparato
burocrático complicado, hacer gastos de papel sellado y esperar
semanas o meses la autorización oficial. La colectividad obra con
mayor rapidez. Manda simplemente a sus albañiles allí donde el
trabajo es necesario. Administración directa. Desaparecieron las
trabas oficiales que, por lo demás, ya no se justifican, pues nadie
tiene interés en construir con materiales de mala calidad, nadie es
indiferente a la estética del pueblo.
Los
obreros que trabajan en las otras industrias locales han sido
agrupados como los albañiles. Los carpinteros forman un solo grupo,
los metalúrgicos también. Antes, cada uno trabajaba por su cuenta,
disputando los clientes a su competidor, haciendo a mano lo que podía
hacerse con máquina, produciendo dos o tres veces menos de lo que
ahora produce.
El
médico y el farmacéutico no quisieron ingresar en la colectividad.
Adhieren a la Unión General de Trabajadores, y contrariamente a los
médicos de Fraga (dos de los tres), de Binéfar, de Alcolea de
Cinca, de Mas de las Matas, obedecen a las palabras de orden de su
organización sindical que sabotea la socialización en nombre del
socialismo. A pesar de todo, reciben cuanto necesitan para vivir, y
si fueran solidarios con el pueblo obtendrían todos los elementos de
cultura y trabajo necesarios para sus actividades. Su actitud
perjudica a la medicina y a los enfermos.
Los
campesinos anarquistas de Ballobar comprenden, tanto como los de todo
el Aragón colectivizado, el valor de la cultura. Han instalado
bibliotecas públicas y se han ocupado del problema de las escuelas.
Antes había un maestro y tres maestras oficiales; hoy sólo queda
una maestra. Los demás se encontraban viajando (era época de
vacaciones cuando empezó la guerra civil) y han quedado en el
territorio ocupado por los fascistas. Dos maestros fueron contratados
en Barcelona, y reciben cuanto necesitan para procurarse el material
pedagógico preciso. Un auxiliar elegido entre los jóvenes más
instruidos del lugar trabaja con ellos, y todos los niños en edad
escolar sin excepción acuden a la escuela hasta los catorce años.
Cumpliendo
una resolución tomada en asamblea, la colectividad va incluso más
lejos. Ha encargado a los maestros seleccionar los cuatro alumnos más
inteligentes y mejor preparados para enviarles a Caspe, donde
cursarán estudios secundarios. Naturalmente, los gastos corren por
su cuenta.
En
una situación tan preñada de dificultades y complicaciones, existen
factores favorables y otros desfavorables con relación a los fines
perseguidos. Uno de los factores adversos es la construcción de
fortificaciones en diferentes zonas. El Estado paga a los
trabajadores empleados diez pesetas moneda nacional al día. Los
individuos más egoístas fueron atraídos, pues no afirmaremos que
la interpretación del interés personal se haya modificado en todos
los individuos sin excepción. Pero muy a menudo las colectividades,
aunque necesitaran dinero para comprar en las ciudades tejidos,
máquinas, animales de tiro, cerdos de cría (en Cataluña), se
negaron a enviar hombres a las fortificaciones, o mandaron lo menos
posible.
Con
todo, cuando no hay más remedio que hacer concesiones para que la
propia conciencia no pueda reprochar no haber participado en la
construcción de medios de defensa contra las amenazas de invasión,
deciden casi siempre que el dinero cobrado sea entregado a la caja
común. Veinticinco hombres de Ballobar fueron designados para ir a
trabajar a las fortificaciones, donde estuvieron cuatro meses. El
dinero cobrado fue integralmente remitido por los que lo habían
ganado.
ALCORISA
Al
empezar este capítulo quiero hablarles de Jaime Segovia.
Quien
conoce los apellidos más usuales entre las diferentes capas de la
población española encontrará en ese nombre y apellido resonancia
de rancia nobleza castellana. Jaime Segovia tiene[60]
sangre de aristócrata. Incluso se leen en su rostro los signos de
una raza en estado de extinción y agotamiento. Y para enriquecer su
sangre, tanto como por adhesión al pueblo, ha tomado por compañera
a una muchacha robusta y lozana de estirpe campesina.
A
los veinticinco años se recibió de abogado. Aunque la fortuna de
sus antepasados haya sido dividida, sus bienes se valoraban en medio
millón de pesetas cuando estalló la revolución. Habría podido
explotar sus bienes inmuebles y su título universitario, pero
despreciaba una y otra cosa. Nuestros camaradas le parecieron ser los
hombres que mejor interpretaban la verdad, y habiendo roto con las
hipocresías mundanas, aprobando la vida moralmente sana y libre, se
inclinó hacia ellos.
Constituía
un escándalo para la gente encumbrada ver a ese hombre renegar de su
clase, platicar amistosamente con los campesinos, con los
revolucionarios del lugar, incluso colaborar en sus tareas. Pero
Jaime Segovia quería ser feliz, lo que le era imposible sin estar en
paz con su conciencia. No mentía a los demás ni se mentía a sí
mismo. Y cuando la revolución se produjo, le aportó todos sus
bienes y toda su energía.
Alcorisa
tiene 4.000 habitantes y es el centro de una comarca de 19 aldeas, de
las cuales 12 son importantes. La tierra es regularmente fértil, el
agua permite un buen regadío. Este pueblo disfruta de una vida
económica que podemos considerar privilegiada con relación a los
restantes pueblos de la comarca. Aquí los pequeños propietarios
eran numerosos y los grandes propietarios se hallaban esparcidos a
cierta distancia. La industria -aceite, harina, jabón, fabricación
de gaseosa y sulfuro- ocupaba solamente el 5% de los trabajadores.
Nuestro
sindicato, el único que existía y que existe ahora, fue fundado en
el año 1917. Conoció las mismas persecuciones que las vividas en
otras publicaciones. Pero nuestros militantes no cejaron en la lucha.
Y los resultados están a la vista.
Tomada
por los fascistas en el momento de su ataque, la localidad fue
reconquistada ocho días después gracias a una columna compuesta por
compañeros que se reunieron en la montaña y que obligaron a la
Guardia Civil y a los reaccionarios a huir hacia Teruel.
Inmediatamente después, esa misma columna, en lugar de disolverse,
se reforzó. De las aldeas más cercanas acudieron combatientes
armados de revólveres, pistolas a menudo anacrónicas, escopetas de
caza, algunas armas cogidas al enemigo y bombas grosera y
apresuradamente preparadas. Sin conocimiento en materia militar, esos
hombres partieron para combatir en otros frentes de Aragón a las
fuerzas adversas, bien armadas, equipadas y disciplinadas. Así fue
como la primera resistencia popular se organizó, como se
contraatacó, se tuvo al fascismo a raya y se le hizo retroceder.
En
Alcorisa y ante el peligro de un retorno ofensivo de los
momentáneamente derrotados, fue necesario organizar los medios de
defensa local, que comprendían a todas las fuerzas solidarias ante
el mismo peligro. Nació inmediatamente un comité de lucha compuesto
por diez miembros de la CNT, dos de la Izquierda Republicana, dos de
la Alianza Republicana y dos de la FAI. Y al día siguiente de su
formación se constituía sobre las mismas bases el Comité Central
de Administración.
En
cuanto a la vida económica de la población, este Comité podía
escoger entre dos soluciones: dejar las cosas tal como habían ido
hasta entonces, respetando el comercio individual, permitiendo a los
comerciantes reaccionarios sabotear y amenazar en su estabilidad al
régimen, manteniéndose así la desigualdad social reinante, o
controlarlo todo, de modo que nadie careciera de alimentos, y que no
se creara un desorden social de consecuencias inmediatamente
negativas. Como en tantas otras partes, se escogió la segunda
opción.
La
«libertad» como sinónimo de desigualdad e injusticia fue
suprimida. Se consideró que todas las familias debían tener la
posibilidad de vivir decentemente. Por otra parte, una moneda cuyo
valor estaba amenazado por los acontecimientos no se constituía como
de firme poder adquisitivo,[61]
viendo la inseguridad de la situación de otras regiones. Estas
razones, robustecidas por el rechazo casi automático del dinero,
hicieron que se editaran vales en el mismo lugar para todas las
mercaderías.
Al
mismo tiempo se planteaba, con una premura casi brutal, el problema
de la cosecha. Quinientos hombres habían partido para el frente: dos
circunstancias que crearon entre los habitantes un sentimiento de
responsabilidad colectiva. No era posible salvar el trigo segándolo
como antes, empleando la hoz, mientras dormían las máquinas en casa
de los ricos. La asamblea de los agricultores, convocada al tercer
día, decidió organizar 23 grupos para atender otras tantas zonas
perfectamente delimitadas por las montañas y las características
del suelo. El orden de empleo de las máquinas intervino también en
ese reparto.
Cada
zona nombró su delegado, y los delegados se reunieron para coordinar
los esfuerzos. Y tres semanas después de la reconquista de Alcorisa,
las 23 secciones improvisadas quedaron definitivamente constituidas
como una división racional y metódica del territorio municipal. A
las consideraciones mencionadas se había agregado la importancia
numérica de los habitantes, su especialización agrícola, los
aperos disponibles. Tal vez inspirados por una cierta videncia, se
tendía a preparar una estructura definitiva para el porvenir.
El
caso es que la colectividad quedó completamente constituida. Se
redactaron y aprobaron los estatutos, de los cuales extractamos lo
que nos parece más meduloso:
Bienes
de propiedad. Los bienes muebles e
inmuebles, así como las herramientas, las máquinas, el dinero y los
créditos aportados por el Sindicato Único de Trabajadores, por el
Concejo Municipal y por los adherentes a la colectividad constituirán
sus bienes de propiedad.
Usufructo.
La colectividad tendrá en usufructo los bienes que le serán
entregados por el Concejo Municipal y por el Comité de Defensa,
procedente de incautaciones provisorias, o porque por razones de
edad, de enfermedad o de sexo, sus propietarios no puedan atenderlos
en la forma debida.
Miembros
de la colectividad. Todos los
adherentes al sindicato único en el momento de construirse la
colectividad serán considerados como miembros fundadores; todos los
que adhieren más tarde al sindicato serán también miembros de la
colectividad. Los que no son socios del sindicato y deseen entrar en
la colectividad serán admitidos previa resolución de la asamblea.
Toda solicitud de ingreso deberá ir acompañada por los antecedentes
políticos y sociales, y la lista de los bienes del interesado.
Separación.
Cualquier miembro de la colectividad podrá retirarse
voluntariamente, pero la asamblea se reserva el derecho de opinar si
la separación es o no justificada. Cuando no lo sea, el que se vaya
no podrá llevarse los bienes que haya traído. Todo individuo
expulsado pierde el derecho de reivindicar lo que ha aportado en el
momento de su admisión.
Administración.
La administración de la colectividad estará confiada a una comisión
compuesta por cinco miembros: uno para abastos, uno para la
agricultura, uno para el trabajo, uno para la instrucción pública,
y un secretario general.
Esta
comisión será nombrada por la asamblea general. Sólo podrán ser
elegidos los que pertenezcan al sindicato, y en caso de no ser así,
el sindicato deberá aprobar el nombramiento. La comisión obrará
siempre de acuerdo con los principios de la CNT.
Asamblea
general. La asamblea general es el
verdadero órgano de la soberanía popular. Ella señala las
orientaciones y resuelve en definitiva todos los problemas. Se
reunirá mensualmente. Las resoluciones serán tomadas por la mitad
más uno de los socios presentes. Las asambleas extraordinarias serán
convocadas cuando la comisión administrativa lo juzgue necesario, o
cuando un miembro de la colectividad lo pide; en este caso, la
comisión decidirá si la petición está o no fundada. Si no lo
encuentra así, deberá exponer en la asamblea siguiente los motivos
de su actitud.
Derechos
y deberes. Los miembros de la
colectividad deberán contribuir con todas sus fuerzas y su capacidad
a la obra común. Tendrán derecho de recibir todo lo que necesiten
de acuerdo a los recursos de la colectividad.
Disolución.
La colectividad no podrá disolverse mientras diez miembros de la
CNT, residentes en Alcorisa, quieran sostenerla. En caso de
disolución, sus bienes pasarán al sector socialmente más avanzado.
Desde
luego, hallamos en este texto las resonancias de la formación
jurídica de los dos abogados que intervinieron en la creación de la
Colectividad de Alcorisa.[62]
Pero si este contenido produce impresión por esta especialización,
forzoso es reconocer y declarar que los reglamentos de las otras
colectividades exponen más lisa y llanamente su modo de organización
y funcionamiento.
Las
asambleas generales debieron ir tomando las resoluciones por las
cuales se rige la colectividad de Alcorisa. Ellas decidieron que los
delegados de las 23 secciones se reunirían una vez por semana, a fin
de combinar mejor la organización de la producción y de las
interrelaciones; también decidieron las modalidades del reparto.
Este
último punto no fue resuelto con facilidad. A este respecto, las
soluciones halladas, de las que nos ocuparemos en el capítulo
correspondiente, han respondido a los conceptos más o menos claros
que predominaban y a los recursos económicos de cada lugar. Pero nos
parece útil describir los tanteos de los camaradas de Alcorisa, pues
son un ejemplo de los esfuerzos cumplidos en muchos lugares.
Se
empezó, como hemos visto, por aplicar de lleno el comunismo
libertario. Bastaba con que cada familia se presentara al Comité de
Administración para que le fuera entregado un vale en el cual se
ordenaba suministrar aceite, patatas, legumbres, azúcar, ropa,
calzado, utensilios caseros, etc. Sólo se racionó la carne y el
vino. Pero se observaron abusos perfectamente explicables por gente
que hasta entonces había conocido tantas privaciones y que, de
repente, podía disponer de todo a voluntad; el temor, también
explicable, de que se volviera al antiguo estado de cosas incitaba
también, sin duda a los más pobres de ayer, a tomar precauciones
por un porvenir incierto.
Es
entonces cuando nació la idea de ensayar, durante tres meses, una
moneda local, que fue impresa exclusivamente para comprar ropa,
calzado, utensilios caseros, café y tabaco. Un hombre podía
procurarse el valor de una peseta diaria, una mujer 0.70 céntimos de
peseta y un niño menor de catorce años 40 céntimos.
En
cuanto a la alimentación, se estableció una ficha donde estaba
estipulado lo que cada cual podía recibir de acuerdo a la mayor o
menor abundancia de los artículos. He aquí la ración individual
que se repartió hasta el primero de noviembre: azúcar, arroz,
habichuelas, 40 gramos por día; conserva de tomate, 500 gramos
semanales; fideos, 40 gramos semanales; pimientos, 500 gramos
semanales; sal, 500 gramos mensuales; jabón, un kilo por mes; azul
para la ropa, dos bolsas por mes; lejía, medio litro por mes; carne,
100 gramos diarios; pan, 500 gramos diarios; vino, medio litro
también por día.
Con
todo, esta solución sólo satisfacía a medias el espíritu
libertario de nuestros camaradas e incluso el de los republicanos,
que habían ingresado en su totalidad en la CNT después de haber
disuelto las secciones políticas que respondían a un régimen
social ya desaparecido. Era demasiado rígida, imponiendo el consumo
de lo que se indicaba, lo cual implicaba una cierta coerción muy
poco de acuerdo con el respeto de la libertad individual sin la cual
no hay libertad colectiva.
Empero
los orientadores de la colectividad querían evitar a toda costa el
retorno a la moneda al mismo tiempo que un racionamiento
excesivamente estricto. Buscaron una solución inédita y hallaron el
sistema de los puntos.
Este
sistema consiste en atribuir a cada uno de los artículos de consumo
y de acuerdo a la ración considerada, un número correspondiente de
puntos. Se calculó que 500 gramos de pan valían cuatro puntos y
medio; 100 gramos de carne, cinco puntos: lo mismo para cada uno de
los principales artículos de consumo. El total daba 455 puntos
semanales por un hombre; una mujer sola, o cabeza de familia, 375
puntos; una mujer casada, 372 puntos;[63]
un muchacho mayor de catorce años, 442 puntos -por estar en edad de
gastar mayor energía-; un niño, 162 puntos.
Se
imprimieron tarjetas de consumo en las cuales figuran ahora la
cantidad de puntos que corresponde a cada colectivista, con los
artículos a su disposición. Pero el reparto de esos puntos es
libre. Dentro de los límites señalados, cada cual adquiere lo que
le place. Aunque se tenga derecho a 100 gramos de carne por día, lo
que corresponde a 35 puntos semanales, se puede consumir solamente
por 20 puntos de carne y gastar los 15 restantes en arroz y
habichuelas. La dueña de casa puede hoy concentrar sus gastos sobre
tal o cual artículo, mañana sobre tal o cual otro. Se consigue
evitar un exceso de consumo -porque la situación de guerra impone el
racionamiento de los principales artículos de consumo- y al mismo
tiempo se deja a los consumidores un margen de libertad que el
racionamiento estricto no puede asegurar.
En
cuanto a la ropa, al calzado y a los utensilios caseros, se lleva una
contabilidad especial. El cálculo en dinero ha desaparecido hace
poco, siendo sustituido por una libreta en la cual figuran 24 puntos
al año por individuo en cuanto a los utensilios de cocina, 60 para
el calzado y 120 para la ropa. El concepto del valor varía
seguramente para estos artículos según las posibilidades de
abastecimiento.
Además
de su almacén central, Alcorisa cuenta con cuatro despachos de
alimentación, una cooperativa de tejidos, una de mercería, cuatro
magnificas carnicerías que corresponden a los cuatro barrios en que
el pueblo ha sido dividido. Todo lo demás está también distribuido
en almacenes especiales.
Los
gastos hechos son asentados en la página que corresponde a cada
familia. Esta práctica permite, por medio de estadísticas precisas,
establecer las tendencias generales del consumo y una información
general minuciosa sobre la vida económico-social de la población.
Cuando
un habitante está enfermo y necesita alimentación especial -pollo,
paloma, leche en abundancia, etcétera- el médico le entrega un vale
especialmente impreso que anula inmediatamente la ficha común, a fin
de evitar un doble consumo -a no ser que se crea útil una mayor
abundancia de víveres-.
Hemos
visto que los niños tienen, al nacer, 162 puntos. En la tarjeta que
se entrega para ellos, leemos: 100 gramos de carne por día, pastas
alimenticias, jabón y lejía. La ropa se entrega por separado. Pero
si bien el jabón o la lejía hacen falta para el recién nacido,
¿para qué la carne y las pastas? Cuando formulamos esta pregunta,
se nos contestó que este suplemento permitía a la madre alimentarse
mejor, lo cual repercutía en favor del niño en formación.
Hemos
dicho que 500 hombres estaban en el frente, y esta ausencia de los
individuos, generalmente más jóvenes y robustos, restaba energías
preciosas a las labores productivas. Sin embargo, se ha hecho el
milagro de aumentar en un 50% las tierras cultivadas. Aclaremos que
cuando se alcanzan tales proporciones, es generalmente porque parte
de las tierras dejadas alternativamente en barbecho improductivo han
sido labradas y sembradas. Sea como sea, el esfuerzo es y ha sido
facilitado mediante la compra de excelentes arados de vertedera cuya
adquisición era antes excepcional. Si añadimos el mejor empleo de
los abonos químicos, se comprenderá las buenas perspectivas de la
producción agraria.
El
esfuerzo multiplicado de todos contribuye a estos resultados. No sólo
el de los hombres, sino el de las mujeres, que trabajan mucho más
este año que en los años anteriores, y el hecho que los milicianos
envíen puntualmente a la colectividad la mitad de su paga.
Se
han introducido modificaciones en ciertas actividades. Una iglesia ha
sido transformada en cinematógrafo, al que se asiste gratuitamente;
un convento se ha convertido en una escuela. Existían dos garajes
cuyos dos propietarios competían, viviendo difícilmente; sólo hay
uno ahora, y el otro fue transformado en peluquería colectiva y en
fábrica de calzado.
Para
instalar esta fábrica se reunieron máquinas dispersas de esa
industria, y ahora se hacen zapatos y sandalias muy hermosas, para
los habitantes del lugar y de otras localidades. El responsable del
trabajo es un antiguo patrono que pertenecía a la derecha. Por
consiguiente, un fascista, pues es imposible hoy dividir a los
reaccionarios entre fascistas y no fascistas: todos están con las
fuerzas insurrectas. Sin embargo, la colectividad se limitó a
expropiarlo y a ponerlo al frente de la fábrica. Cuando le hablamos,
nos declaró haber comprendido, ante los hechos, la ventaja de la
producción socializada, porque trabajando como antes no se podía
producir la tercera parte de lo que hoy se produce gracias a la
concentración y a la mejor utilización de los medios de trabajo.
Otra
innovación: se ha organizado una fábrica de embutidos que
suministra sus productos a toda la región y a parte de las milicias
del frente. Hay una sastrería colectiva, una carpintería, una
herrería. La concentración industrial se produce aquí como en
todas partes. Los albañiles, que están ampliando un hermoso
edificio para la Casa Sindical, reparan continuamente las viviendas.
En la organización económica unificada se cuenta también con una
fábrica de gaseosas, de sifones y lejía; un hotel y un haras donde
caballos de raza y asnos seleccionados están destinados a mejorar en
algunos años el ganado caballar y mular de los contornos. En fin,
una vaquería que cuenta con vacas de muy buena clase, limpias y bien
cuidadas.
Los
obreros de cada especialidad trabajan bajo la dirección de un
responsable elegido por ellos y que está en contacto con la Comisión
Administrativa de la colectividad. Cuando se estima necesario, todos
los responsables se reúnen con la misma Comisión para examinar y
resolver los problemas que presentan dificultades para su ejecución.
Pero no queremos extendernos sobre estos pormenores que,
inevitablemente, recuerdan los pormenores de otras colectividades.
Creemos más útil insistir sobre la igualdad de las condiciones de
vida.
En
Alcorisa, como en todas partes, había clases entre las clases,
pobres entre los pobres, categorías entre los desheredados. La renta
de los pequeños propietarios no era la misma, pues unos poseían
dos, tres, cuatro veces más bienes que otros. El salario de un peón
era inferior al de un operario, el de un pastor al de un peón. Y la
consecuencia de todas estas diferencias era que los hijos de los
pastores, de los peones, de los jornaleros del campo no sólo no
tenían acceso a los bienes sociales de que disfrutaban los hijos de
los pequeños propietarios, de los comerciantes locales, de los
mecánicos, peluqueros, etc., sino que se veían de antemano
condenados a seguir siendo lo que sus padres habían sido.
La
colectividad ha cambiado, transformado, revolucionado este estado de
cosas. Los hijos del pastor no andan descalzos, mirando con envidia
los zapatos de los hijos del comerciante; la familia del jornalero
puede ahora vestir tan bien como la de los operarios. Todos pueden ir
al cine por igual, tener muebles por igual, los niños asisten a la
escuela por igual, todas las mujeres pueden vestirse, adornarse por
igual.
Las
conquistas materiales y la riqueza agraria aumentarán con la
colectivización general cuando la guerra acabe, cuando España
restañe sus heridas. Pero la conquista moral está hecha. Sépalo la
historia, recuérdelo el porvenir: todas las diferencias sociales
fueron borradas en algunos meses.
Los
100 pequeños propietarios individualistas no pueden comerciar con
los productos de su trabajo. Los venden al Concejo municipal que
-íntegramente compuesto por militantes de la CNT- ha hecho para
ellos una moneda local con la cual se les paga según una tasa
equitativa; pero no tienen derecho a consumir más que los otros.
Las
aldeas de la comarca practican entre sí el apoyo mutuo, lo mismo que
en todas las regiones colectivizadas. El intercambio se extiende a
localidades de Aragón y fuera de Aragón, cuyo número se eleva a
118.
La
enseñanza quedó paralizada parcialmente durante los primeros meses,
ya que sólo se disponía de dos maestros sobre ocho que eran; como
en otras partes, los seis restantes se hallaban de vacaciones en las
ciudades cuando estalló el conflicto. Jaime Segovia hubo de
improvisarse maestro y se hizo venir a otros de distintas partes.[64]
La
colectividad da también a todo hogar en formación alojamiento y
muebles. El matrimonio legal ha desaparecido, pero las nuevas uniones
se registran en los libros de la municipalidad.
Desde
el punto de vista edilicio, Alcorisa no es de los peores pueblos de
Aragón, pero tampoco es un pueblo modelo. Está como invadido por la
montaña, sus calles son a menudo estrechas, entre las rocas; sus
casas, viejas. El propósito de nuestros compañeros es ir
desplazando la población a las 23 granjas que se están organizando.
Se procurará que cada una disponga de todos los medios materiales de
existencia, tanto en agricultura como en ganadería y en animales de
corral, así como cuanto requieran la cultura y el confort:
electricidad, piscina, radio, biblioteca, juegos, etc. Ya se utilizan
saltos de agua para producir luz.
Esta
especie de esparcimiento resulta en parte determinado por la
configuración del suelo.
Hemos
visitado una de esas granjas cuya organización estaba más
adelantada. Dividida en dos partes, una reservada a la agricultura,
otra al ganado, su extensión total es de ocho kilómetros cuadrados.
En la primera parte se organizaba la producción de cereales,
alfalfa, heno, legumbres, árboles frutales, viñedos, todo lo que
suele encontrarse en las tierras por lo menos medianas y bien
regadas. En la segunda parte el esfuerzo creador era más visible.
Una porqueriza de cemento, donde cabían más de 100 cerdos, acababa
de ser construida y dividida simétricamente para evitar el
apiñamiento de los animales, los que pueden salir por separado para
tomar el sol y el aire, como en Graus. Y se proyecta ampliar la
construcción en muy breve plazo.
La
cría de corderos ha sido intensificada hasta sus límites. Se han
comprado terneras y terneros, y tan pronto se pueda, se construirá
un establo para cobijar 100 vacas. El lugar designado ha sido
cuidadosamente elegido por sus condiciones generales, acordes a los
fines perseguidos. Al mismo tiempo, los animales de corral son
aumentados considerablemente.
Esta
organización de granjas, multiplicada 23 veces, naturalmente con
diferencias y adaptación debidas a la topografía, constituirá un
conjunto original y sus resultados apasionan por anticipado.
BUJARALOZ
Al
llegar a Bujaraloz, en las afueras del pueblo, se encuentran dos
charcas llenas de agua de lluvia que allí se ha acumulado y que
están alternativamente más o menos llenas, más o menos vacías. En
verano ese contenido se calienta, se vuelve verdoso y su sabor es
desagradable. Una charca está reservada para los animales, otra para
los seres humanos. Ignoramos cuántos pueblos de Aragón y Castilla
se proveen de agua de esta manera, pero sabemos que el número es
bastante elevado; esta situación da lugar a que los milicianos
catalanes que se han instalado en las trincheras estén a menudo
enfermos de disentería, pues el agua, expuesta a múltiples
filtraciones, está contaminada por toda suerte de impurezas
acarreadas por el viento.
Los
habitantes del lugar poco a poco resultaron inmunes a las
enfermedades. Y cuando los milicianos catalanes, sobre todo los de
Barcelona, se quejaban de estas lamentables condiciones higiénicas,
se les respondía a menudo con un argumento perentorio: «¡No, no es
mala el agua, puesto que hay bichitos que viven dentro!»
Bujaraloz,
donde se ha establecido el Estado Mayor de la columna Durruti, es
pobre. Tierra de secano en la que sólo pueden cultivarse cereales de
escaso rendimiento. Descubrimos también pequeños talleres para
reparar las máquinas y herrar animales de tiro. Pero siendo la
agricultura el principal recurso económico, esas industrias menores
no podían constituir una fuente de riqueza.
A
la deficiencia de la naturaleza se agregaban, como en todas partes,
las condiciones sociales. Las tres cuartas partes del suelo
cultivable pertenecían a cuatro terratenientes que ni siquiera se
tomaban el trabajo de hacerlas cultivar directamente o bajo la
dirección de un administrador. Las entregaban a aparceros, quienes a
su vez las entregaban a hombres más pobres, que eran miserablemente
retribuidos.
La
desocupación absoluta duraba varios meses al año. Sobre una
población de 1.400 habitantes, 200 familias vivían en estas
condiciones Sólo un recurso podía mejorar la suerte de algunas:
tener un trozo de tierra para cultivar lo que pudieran. Empero, la
tierra pertenecía a los ricos. El municipio también poseía bienes
propios que habría debido poner a disposición de todos, pero
dominaban los caciques: siempre la tierra municipal pasaba a sus
manos. Y como en tantas partes, los desheredados luchaban
continuamente, tomando por la fuerza algún pedazo de suelo infecundo
e iban, desesperados, a sembrar para sí esas tierras comunales donde
se apacentaban los rebaños de carneros de los ricos. Eran
perseguidos, pero volvían a empezar bajo el látigo del hambre, y
tan grande fue su empeño que se acabó por tolerar que parte de
ellos cosecharan algunas patatas, un poco de trigo o de avena. Con
todo, siempre estaban expuestos a que la Guardia Civil les expulsara
cuando se temía que el ejemplo cundiera, y que la acción ilegal se
volviera contagiosa.
El
19 de julio, la Guardia Civil del lugar se pronunció por los
sublevados e inició el movimiento con un bando en el cual ordenaba
la entrega inmediata de todas las armas, bajo la amenaza de pena de
muerte. Sucedió en las horas de trabajo, en que los hombres estaban
alejados en el campo. Asustadas, las mujeres entregaron cuanto podía
servir para el combate. Informados horas después, los trabajadores
volvieron a Bujaraloz, y, sin armas, se hicieron dueños de la calle.
La Guardia Civil no se atrevió a salir del cuartel. Pero, al
llegarle un refuerzo de tropas huidas de Caspe el 22 de julio,
salieron y detuvieron a tres de nuestros compañeros, que fueron
llevados a Zaragoza. Puede suponerse cuál fue su suerte.
Mas
este triunfo duró poco. Al día siguiente llegaba Durruti al frente
de 2.000 hombres. Los fascistas huyeron. La columna libertadora
permaneció en el pueblo hasta el 8 de agosto, enviando elementos a
una parte u otra, según las necesidades de la lucha. Alejándose
luego para seguir su itinerario libertador. Durruti había escogido
ese lugar como centro de operaciones. Se instaló primero en una
barraca de madera y chapa, donde estudiaba y decidía con su Estado
Mayor improvisado los planes de las operaciones militares. Después
se estableció en el mismo Bujaraloz, y desde entonces los milicianos
anarquistas y los campesinos compartieron las mismas alegrías, las
mismas inquietudes y los mismos esfuerzos.
No
puede hablarse aquí de un movimiento sindical de carácter
revolucionario dominante. La UGT tenía 150 adherentes, la CNT sólo
29. La diferencia puede explicarse por las persecuciones que sufrían
generalmente nuestros compañeros, mientras la UGT era tolerada por
su carácter legalista y reformista. Incluso cuando estaban de
acuerdo, muchos trabajadores no se decidían a ingresar en nuestras
filas para no verse privados de trabajo, de tierra, de crédito en
las casas de comercio, o molestados, encarcelados y deportados.
Pero
el día 8 de agosto, después de salir la columna Durruti, los dos
sindicatos se pusieron de acuerdo para nombrar un Comité
Antifascista compuesto de 12 miembros de la UGT y cuatro de la CNT.
La misión de este Comité consistió, desde el primer momento y a
pesar de la supremacía de los elementos hasta entonces reformistas,
no sólo en organizar la lucha contra el fascismo, sino reconstruir
sobre nuevas bases toda la vida social. Cuatro de los hombres
elegidos fueron encargados de la administración general; dos, del
abastecimiento general; dos, del transporte y de cambios; uno, del
suministro de agua; uno, del control de los milicianos que vigilaban
en las carreteras; uno, del abastecimiento de leche y productos
derivados; cinco, de la organización de la agricultura.
La
cosecha había sido realizada inmediatamente en forma colectiva. El
trigo fue trillado por grupos campesinos que utilizaron las máquinas
o los animales, según las necesidades del trabajo.
De
los cuatro terratenientes, uno había partido con los fascistas, dos
se hallaban en otro pueblo y el cuarto, un retrasado mental, incapaz
de tomar una decisión, se quedó. Fue tratado humanamente por los
colectivistas, en medio de los cuales iba y venía con toda libertad.
Toda
la tierra que les había pertenecido fue confiscada y reunida con la
de los campesinos pequeños propietarios. La vida tomó un rumbo
nuevo. Se comenzó por hacer una estadística de la mano de obra
existente, obteniéndose los siguientes resultados: 20 muchachos de
catorce a dieciséis años; 399 labradores de dieciséis a sesenta y
cinco años; 38 de sesenta y cinco en adelante.
Se
constituyeron distintas secciones. La más importante era y es la que
conduce las caballerías y hace las faenas más pesadas. Se divide en
grupos de 18 hombres aproximadamente;[65]
de ellos, en principio, tres son auxiliares, y los acompaña un chico
de catorce años. Los animales de tiro pertenecen a la colectividad;
hasta ahora, han sido divididos en dos grandes grupos, que están a
cargo de cuidadores especializados en las cuadras.
Los
trabajos pesados son reservados a los hombres que -por su edad- están
en las mejores condiciones físicas. Los trabajos menos pesados, como
el acarreo de agua y de leña, la limpieza de malezas en el campo, el
servicio de la paja, el cuidado de las caballerías, la preparación
de los materiales de construcción, el escardar la tierra, etc.,
están a cargo del grupo cuyos componentes han pasado de los
cincuenta años. A todo lo cual debemos añadir un grupo de 31
pastores.
Aparte
de esta clasificación de carácter predominantemente agrario,
hallamos los otros oficios, las otras ocupaciones. Las estadísticas
nos muestran cinco carniceros, dos sastres, dos albañiles, ocho
carpinteros, dos guarnicioneros, dos barberos, cuatro molineros de
harina, dos zapateros, seis metalúrgicos, 11 trabajadores de empleos
diversos (sobre todo técnicos, sin que sepamos su especialidad) y
seis chóferes.
El
término municipal ha sido dividido en 11 zonas, 10 entregadas a
otros tantos grupos agrícolas; la última, por hallarse lejos, se
trabajaba en forma alternada por los 10 grupos. Como en todas partes,
cada grupo ha nombrado su delegado.
Los
responsables así nombrados están a su vez controlados por dos
consejeros de la agricultura, que centralizan la dirección general
del trabajo de la tierra.
En
este año 1937, la siembra de trigo aumentó en 300 cahizadas, y
también en 300 cahizadas la del resto de los cereales. Precisemos
que cada cahizada representa aproximadamente 11.000 metros cuadrados;
en 1936 (en tiempo de los terratenientes), había 2.000 cahizadas
sembradas de trigo, que dieron 21.258 quintales de grano.
El
agua se toma en los charcos que se forman en los campos. Siempre con
el mismo reparto: un charco para los animales, otro para los seres
humanos. Pero no hay para regadío, y por tanto, para una
alimentación medianamente equilibrada.
Es
en parte lo que explican las cifras de racionamiento que figuran en
la libreta de cada familia. Con todo, gracias al cambio de régimen,
estas cifras no son tan bajas. Normalmente los hombres tienen derecho
a 150 gramos de carne por día, no porque se les atribuyan derechos
superiores, sino porque como trabajan duramente, de sol a sol, y
aseguran la producción necesaria para todos, gastan más energías y
deben reponerlas. Las mujeres que sólo hacen trabajos caseros tienen
derecho a 100 gramos; los chicos, a partir de los nueve años, a 100
gramos también; de tres a nueve años, a 40 gramos. A partir de los
catorce años tienen la misma ración que los hombres. A partir de
los tres años de edad también tienen derecho a un decilitro de
aceite por día, 25 gramos de tocino, 40 gramos de pastas
alimenticias, 25 de arroz, 50 de pan, 30 gramos de azúcar. Sin duda
alguna la gente del pueblo no comió nunca tanto.
Los
productos de ultramar, la verdura, la fruta, son también gratuitos.
El vino se distribuye según las posibilidades que, en una situación
tan inestable, varían a menudo. Los niños menores de nueve años
tienen derecho a 45 gramos de chocolate y 50 gramos de bizcochos por
día.
Tales
son las disposiciones, pero a pesar de su buena voluntad, los
organizadores no pueden suministrar, después de un año de guerra,
todo lo que se decidió con el entusiasmo de los primeros tiempos. El
desarrollo económico de Bujaraloz tropieza con el obstáculo
importante de las tropas aquí establecidas. Este pueblo de 1.400
habitantes mantiene de 1.500 a 2.000 milicianos, lo cual implica
privaciones, y las privaciones contribuyen a matar el entusiasmo de
los no convencidos. Teniendo la UGT tantas fuerzas numéricas y
siendo los militantes que la encabezan poco aptos, es de temer que
una parte de los habitantes decida volver al individualismo.
Pero
en tal caso, ¿podrían resolver sus dificultades? Seguramente no.
Tropezarían con las dificultades de venta de su trigo o de su
aceite; deberían pagar más caro los abonos químicos, las
herramientas, la ropa, los artículos manufacturados. No podrían
tener máquinas ni animales de razas seleccionadas: conocerían otro
género de dificultades, sin ninguna esperanza fundada de un porvenir
mejor.
A
pesar de las dificultades actuales, hemos visto que se han sembrado
600 hectáreas de cereales más que el año anterior. El ganado
bovino no ha crecido, porque la tierra de secano es poco apta para
los pastos y sólo los carneros y las cabras buscan su alimento en
los pastizales. Anteriormente y ante la pobreza del rendimiento,
tanto de cereales como del ganado, los terratenientes, que vivían en
Zaragoza, tomaban a la vez que colonos, un administrador, y como a
pesar de todo sus tierras daban muy escaso rendimiento, hacían de
ellas cotos de caza.
Pero
a fin de asegurar la producción de carne necesaria para el consumo,
la colectividad ha comprado 110 cerdos de recría que están
momentáneamente al cuidado de las familias porque ha faltado tiempo
para construir porquerizas, y además ha aumentado el ganado lanar.
Antes,
el pueblo pobre de Bujaraloz criaba pocos carneros. Los rebaños
pertenecían a los grandes propietarios, que pagaban a los pastores
sueldos miserables y vendían la carne a Zaragoza. Los campesinos se
contentaban con criar y consumir unos 50 animales cuando no debían
venderlos para comprar cosas más imprescindibles, tales como ropa
para sus hijos.
Hoy
los rediles expropiados están en nuestras manos. Los carneros nos
pertenecen. Hubo que matar muchos para alimentar a la columna
Durruti, que ahora se ha desplazado al frente de Madrid. Poco
importa: en los apriscos balan centenares de corderos; en las
praderas, las ovejas aportan otros; en la montaña, los pastores de
la colectividad, hoy considerados humanamente iguales que los demás,
apacentan los rebaños y los reúnen por la noche bajo los techos
colectivos.
Todo
esto lo hemos visto en Bujaraloz, lo hemos visto en todo Aragón.
También hemos visto, en la llanura parda y rojiza que las águilas
trasvuelan, esforzarse a los grupos de trabajadores. Uno de ellos se
componía de 12 hombres; cada uno conducía, tirando el arado, un par
de mulas. Iban y venían surcando una superficie previamente
establecida, labrando parte del campo que el trabajo de otros
transformaba rápidamente. Al cruzarse, se interpelaban, sin pararse
jamás. Unos cantaban, y su voz estimulaba a los animales. Muerta
está la impresión de aislamiento en la inmensidad. Aquí reina la
alegría, la unión fraternal, tan grata al alma del hombre social y
sociable que hay en la gran mayoría de los españoles.
Seguimos
caminando por la llanura ligeramente ondulada que tan admirablemente
se prestaría al trabajo del tractor. Pero cada cosa en su tiempo. Y
llegamos a otro grupo: idéntica distribución de trabajo, idéntico
esfuerzo común, idéntica alegría fraternal. Y más allá todavía,
vemos a un tercer grupo, más nutrido, compuesto por hombres menos
jóvenes, que arrancan las plantas parasitarias en una parte del
campo dejada en barbecho.
¡Los
grupos, los grupos de trabajadores unidos y hermanados! Los hemos
visto en las tres provincias labrando, segando, reuniendo las
gavillas, trillando el trigo. Y comparamos su trabajo, su vida, sus
manifestaciones, su espíritu, con el trabajo, la vida, las
manifestaciones, el espíritu de los que ayer vivían en el régimen
individualista, y de los que -pequeña minoría- se obstinan hoy, por
incomprensión, en continuar el pasado. ¡Cuánta miseria! ¡Cuánta
belleza!
LA
SOCIALIZACIÓN AGRARIA EN LEVANTE
Parte
integrante de la Confederación Nacional del Trabajo, la Federación
Regional de Levante, compuesta por sindicatos obreros y campesinos
tradicionalmente organizados por los libertarios españoles, ha
servido de base a la Federación paralela de las colectividades
agrarias de la misma región. Comprende cinco provincias, de Norte a
Sur: Castellón de la Plana, Valencia, Alicante, Murcia y Albacete.
La importancia de la agricultura, que coloca a las tres primeras
-todas mediterráneas- entre las más ricas de España, y la de su
población -cerca de 3.300.000 habitantes en el año 1936- dan, a las
realizaciones sociales que fueron llevadas a cabo, proporciones
generalmente insospechadas. Es en Levante donde, merced a sus
recursos naturales y al espíritu creador de los organizadores, la
obra de construcción libertaria ha sido la más amplia y completa.
No nos fue posible estudiarla tan a fondo como la de las
colectividades aragonesas, pero basándonos en nuestra encuesta
directa -a la que nuestros compañeros respondieron con cuantas
informaciones les pedimos- y sobre testimonios y documentos de
primera mano, aportamos una visión de conjunto completada por
algunas monografías que permitirán apreciar en forma directa la
profundidad de la transformación social realizada.
De
las cinco provincias mencionadas, era natural que la de Valencia
figurara en primer plano. En primer lugar, por causas demográficas.
La provincia de Valencia contaba con 1.650.000 habitantes en el
momento de la revolución.[66]
En orden decreciente venía después la provincia de Murcia, con
622.000 habitantes, donde los famosos jardines se extendían sobre
una pequeñísima parte del territorio, y que fue siempre tierra de
miseria y de emigración. Más rica, Alicante ocupaba el tercer lugar
con 472.000 habitantes, seguida por Castellón de la Plana con
312.000; en fin, Albacete figuraba último con 238.000 habitantes.
Quien
conoce, por poco que sea, la historia social de esta región no se
sorprenderá que en la provincia de Valencia, especialmente en cuanto
a las realizaciones agrarias, la socialización haya avanzado en
forma más firme y más acelerada. Desde 1870, el movimiento siempre
había contado -particularmente en los campos- con militantes a
menudo heroicos. El caso de los «mártires de Cullera» es de los
más celebres en el historial social de la región. Hubo otros, como
ha podido comprobar el lector del capítulo titulado Hombres
y Luchas. Y mientras en las ciudades
levantinas el republicanismo dominaba la oposición antimonárquica,
los combatientes del campo valenciano mantenían a menudo la antorcha
del antiestatismo. Así es como, en los años 1915-1920, es a ellos,
a menudo pequeños propietarios, a quienes apelaron los
propagandistas libertarios venidos de otras regiones, para ayudarles
a hacer resurgir el movimiento que las esperanzas nacidas de la
Revolución rusa contribuyeron a suscitar.
Teníamos,
pues, en numerosas localidades levantinas, militantes económica y
políticamente libres, para quienes la revolución no era sólo
cuestión de agitación ni de simples cambios políticos, sino ante
todo de expropiación de los medios de producción y reorganización
de la sociedad por el comunismo libertario.
En
el año 1936, los pueblos de la provincia de Valencia, donde nuestro
movimiento había arraigado, se agrupaban en 23 comarcas, cada una
con su capital respectiva: Adamuz, Alborache, Alcántara de Júcar,
Carcagente, Denia, Catarroja, Chella, Foyos, Gandía, Jarafuel,
Játiva, Lombay, Moncada, Onteniente, Paterna, Puerto Sagunto,
Requena, Sagunto, Utier, Villar del Arzobispo, Villamarchante,
Alcantare y Titaguas.
La
provincia de Murcia contaba con diez federaciones cuyas capitales o
cabezas de partido eran: primero, la misma ciudad de Murcia, luego
Caravaca, Cartagena, Elche de la Sierra, Hellín, Lorca, Mazarrón,
Mula, Pacheco, Vieza.
En
la provincia de Alicante existían nueve federaciones, siempre
comarcales: la de Alicante, Alcoy, Almansa, Elda, Elche, La Nucia,
Orihuela, Villajoyosa, Villena.
La
provincia de Castellón de la Plana contaba con ocho comarcas, que,
como todas las comarcas de todas las provincias, englobaba un número
más o menos importante de pueblos organizados: Castellón mismo,
Albocácer, Alcora, Morella, Nules, Onda, Segorbe y Vinaroz.
En
fin, en la provincia de Albacete, la menos favorecida por la
naturaleza, donde además durante la guerra civil las colectividades
tuvieron que sufrir por la presencia de los hombres mandados por el
célebre comunista francés André Marty, llamado «el carnicero de
Albacete», sólo teníamos cuatro comarcas organizadas.
Observemos
que muy a menudo la estructura de nuestra organización comarcal poco
tenía que ver con la de las comarcas tradicionales de la
administración pública o del Estado. Lo mismo que en Aragón,
nuestros compañeros habían modificado a menudo las anteriores
delimitaciones según las necesidades de la producción, de los
cambios, de las facilidades de transportes. Más que a una finalidad
o a un criterio político, se obedecía a la necesidad vital de unión
directa y a ese espíritu de cohesión humana que, sin duda alguna,
ha ejercido una influencia decisiva en la obra constructiva de
nuestro federalismo organizador.
----------
El
desarrollo y la multiplicación de las colectividades levantinas
causaron la estupefacción hasta de los propagandistas y teóricos
que se habían mostrado los más optimistas en cuanto a las
posibilidades de reconstrucción social libertaria. Porque a pesar de
las muchas dificultades, de la oposición de nuestros adversarios
-republicanos de tendencias diversas, autonomistas valencianos,
socialistas, sindicalistas reformistas (ugetistas), comunistas,
elementos numerosos de la burguesía y la clase media-, se contaron
340 colectividades en el Congreso de la Federación de los Campesinos
de Levante celebrado los días 21, 22 y 23 de noviembre de 1937;
cinco meses más tarde se contaban 500, y a fines de 1938, el número
alcanzado era de 900 y el de los cabeza de familia, de 290.000. En
conjunto, puede afirmarse sin exageración alguna que por lo menos el
40% de la población agraria formaba parte de las colectividades
libertarias.
Para
apreciar mejor estas cifras apelaremos a otro cálculo. Las cinco
provincias levantinas contaban, en total, desde la ciudad más
importante hasta la última aldea, 1.172 localidades. Fue, pues, en
el 78% de estas localidades de la región agrícola más rica de
España donde aparecieron colectividades libertarias. Reconozcamos
que no alcanzaban un porcentaje tan elevado como el de las
colectividades aragonesas. En Aragón, la presencia casi exclusiva de
las fuerzas militares libertarias impidió, durante largo tiempo, ya
sea a la administración del Estado, a la Policía Municipal o
Nacional, al Ejército, a los partidos apoyados por las autoridades
gubernamentales, por los guardias de asalto y los carabineros,
constituir obstáculos a los cambios de estructura social. Mientras
en Levante -no olvidemos que desde noviembre de 1936 el Gobierno
Central estaba establecido en Valencia, transformada en capital
legal- todas esas fuerzas existían, y que con los pequeños
comerciantes, con la burguesía liberal antifranquista -pero también
antilibertaria-, se oponían por todos los medios, a menudo
violentos, al progreso de las colectivizaciones. Hubo batallas
campales donde hasta los carros de asalto intervinieron. En tales
condiciones lo realizado causa verdadero asombro.
Y
esto con mayor motivo si tenemos en cuenta que en la región
levantina, a consecuencia de la densidad de población en ciertas
zonas, las localidades son a menudo conglomerados de 10.000 a 20.000
almas, donde las clases sociales y las fuerzas en lucha están bien
organizadas y pueden coordinar mejor sus esfuerzos. En consecuencia,
cuando nuestros compañeros tomaban la iniciativa socializadora, la
resistencia era proporcionalmente más vigorosa que en otras partes
-en Aragón, por ejemplo-. Fue precisa toda la flexibilidad, la
ingeniosidad, el espíritu creador, la fuerza de carácter, la
inteligente y útil adaptación que les caracterizaban, para que, a
pesar de todo, pudiera cumplirse su obra de transformación social.
Esta
situación explica en parte por qué en la mayoría de los casos las
colectividades levantinas nacieron por iniciativa de los sindicatos
campesinos adherentes de la CNT, que aportaban a un mismo tiempo la
garantía moral, la tradición organizadora, la práctica del combate
y el poder material.
Pero
a pesar del contacto estrecho con estos sindicatos -a menudo vemos a
los mismos hombres al frente de las dos organizaciones- las
colectividades constituyeron, al principio, un organismo autónomo.
Los sindicatos de la CNT continuaron agrupando la mayor parte de sus
adherentes, pero también a los «individualistas» no colectivistas
-sin por eso ser reaccionarios-, y retenidos ya sea por un concepto
discutible de la libertad individual, ya sea por el aislamiento en el
cual estaba su tierra, ya sea por un temor más o menos justificado a
una reacción gubernamental republicana después de la victoria, o
aun por la aprehensión de un triunfo final del fascismo.
Los
sindicatos desempeñan, pues, una misión sumamente útil.
Constituyen una etapa, un factor de atracción. Hacen también otra
obra positiva. Es a ellos a quienes los individualistas sindicados
aportan sus productos que serán cambiados con las colectividades. Se
han organizado en su seno comisiones para el arroz, las naranjas, las
plantas hortícolas, etc. En cada localidad, el sindicato poseía su
almacén de abastecimiento, del que se surtían los colectivistas.
Pero también la colectividad tenía el suyo. Se comprendió pronto
que se malgastaban así energías y se decidió la fusión en
provecho de las colectividades, con igual número de administradores
por parte, generalmente dos. Los individualistas sindicados siguieron
aportando sus productos, y fueron abastecidos, lo mismo que los
colectivistas.
Además
fueron creadas comisiones mixtas para la compra de máquinas,
semillas seleccionadas, insecticidas, productos veterinarios. Se
utilizaron los mismos camiones, y siempre la solidaridad se extendió,
procurándose evitar la confusión entre los dos organismos.
Como
se ve, la socialización descansa sobre dos bases. Con la
flexibilidad maravillosa que observamos a menudo en los constructores
libertarios españoles, abarca tanto las realizaciones integrales
como las parciales. Los elementos de captación son
complementarios.[67]
Pero
rápidamente las colectividades se pusieron a unificar, a
racionalizar lo que podía serlo. Se estableció el racionamiento y
el salario familiar en la escala comarcal, ayudando las localidades
más ricas a las más pobres por medio de la caja común.[68]
En cada capital de comarca fue constituido un grupo especializado,
que comprendía contables, un técnico en agricultura, un
veterinario, un ingeniero, un arquitecto, un perito en cuestiones
comerciales para las exportaciones, etc. Estos grupos estaban al
servicio de todos los pueblos.
La
mayoría de los ingenieros y de los veterinarios de la región
estaban sindicados en la CNT, y los que trabajaban por la economía
no colectivizada colaboraban también, por lo general en forma
desinteresada, en la elaboración de planes y proyectos, pues el
espíritu creador de la revolución conquistaba a los que querían
contribuir al progreso económico y social.
Así
los agrónomos proponían iniciativas necesarias y realizables:
planificación de la agricultura, trasplante de cultivos, que hasta
entonces la propiedad individual o los intereses de determinadas
categorías sociales no habían permitido adaptar a las condiciones
geológicas o climáticas favorables. El veterinario de la
colectividad organizaba científicamente la cría de ganado. En caso
necesario, consultaba al agrónomo sobre los recursos alimenticios
correspondientes. Y, con las comisiones de campesinos, este último
organizaba la producción. Pero el arquitecto y el ingeniero estaban
también movilizados en lo referente a la construcción de
porquerizas, establos, granjas colectivas. El trabajo se planificaba,
las actividades se integraban.
Merced
a los ingenieros, gran número de acequias y pozos han sido
construidos, permitiendo cambiar tierras de secano en tierras
regadas. Por medio de motores eléctricos se procedió a la elevación
y a la distribución del agua, a menudo en sectores enteros. Las
características del suelo, muy poroso y arenoso, y la escasez de
lluvias -400 milímetros por término medio, cuando era necesario el
doble- dificultaban mucho la extracción del precioso líquido que
era preciso ir a buscar a grandes profundidades. Esto implicaba
gastos que sólo los grandes terratenientes (cultivando -o haciendo
cultivar- productos de buen precio, como la naranja) o la
colectividad podían afrontar.
Es
probablemente en la región de Cartagena y de Murcia donde se
hicieron los mayores esfuerzos de esta clase. Cerca de Villajoyosa,
en la provincia de Alicante, la construcción de un pantano permite
irrigar un millón de almendros que hasta entonces habían sufrido la
sequía permanente.
Pero
los arquitectos de las colectividades no se ocupan solamente de
alojar a los animales. Recorren la región dando consejos para el
alojamiento humano. Estilo de las casas, elección del lugar,
exposición solar, materiales, higiene, etc.: son dados todos los
consejos indispensables y tomadas las medidas a las que hasta ahora
se oponían muy a menudo la ignorancia de unos, los sórdidos
cálculos de otros.
La
proximidad de los pueblos entre sí facilita esta solidaridad activa
que pone todos los recursos al servicio de todos. A menudo, el
trabajo práctico es intercomunal. Tal grupo constituido para
combatir las enfermedades de las plantas, sulfatar, podar, injertar,
trabaja en los campos de varias localidades; tal otro grupo se
desplaza del mismo modo para descuajar árboles, practicando en su
lugar labranzas improvisadas o improvisando nuevos cultivos. Todo lo
cual facilita la coordinación de los esfuerzos y su armonización en
un plan general que se elabora no sólo según los conceptos
abstractos de tecnócratas o técnicos sin experiencia, sino también
según las enseñanzas prácticas del trabajo, del contacto con los
hechos y los hombres.
Veamos
más o fondo la organización general de esta región. Las
novecientas colectividades están reunidas en 54 federaciones
comarcales que se agrupan y se subdividen al mismo tiempo en el grado
más elevado: en el Comité Regional de la Federación de Levante.
Este
Comité, que reside en Valencia y coordina el conjunto de las
actividades, es nombrado directamente por los congresos anuales y es
responsable ante estos congresos y ante los centenares de delegados
campesinos elegidos por sus compañeros, quienes no se dejan
deslumbrar por los discursos de burócratas, líderes o aspirantes a
dictadores porque saben lo que quieren y adonde van.
Es
también por iniciativa de los congresos que la federación levantina
ha sido dividida en 26 secciones generales, correspondientes a las
especializaciones de trabajo y actividades. Estas 26 secciones y por
lo tanto la federación levantina abarcan, sin duda por primera vez
en la historia considerada fuera del Estado y de las estructuras
gubernamentales, toda la vida social,
constituyendo un verdadero mundo nuevo, una sociedad libertaria
integral dentro de la vieja sociedad capitalista, estatal. Las
reuniremos en cinco grupos principales:
Agricultura.
– Cereales (particularmente trigo, cuyo cultivo ha sido a menudo
improvisado, o intensificado, como consecuencia de la ocupación de
las zonas cerealistas por el ejército franquista); naranjas,
limones, mandarinas; fruticultura varia (almendras, melocotones,
manzanas, etcétera); viñedos; horticultura; ganado ovino, caprino,
porcino, bovino.
Industrias
de la alimentación. – Siendo la
Federación esencialmente campesina, las industrias que dependen de
ella derivan sobre todo de la agricultura. Las secciones
especializadas son las siguientes: vinificación; conservas de
hortalizas y frutas; aceite; fabricación de alcohol; zumo de fruta;
licores diversos; perfumes y productos derivados.
Industrias
no agrícolas. – Sección de la
construcción, carpintería; ropa y vestido en general; embalajes
para la expedición de las frutas. Observemos aquí una tendencia a
la integración del conjunto de las actividades, lo que reduce el
papel del sindicato como organizador único de la producción
industrial. Estos problemas se resuelven en el mismo terreno de las
actividades, amigablemente, entre organizaciones hermanas.
Sección
comercial. – Aparte de las
exportaciones en vasta escala, de las que trataremos más adelante,
se procede a las importaciones de máquinas, medios de transporte
motorizados -terrestres y marítimos-, de abonos y productos
diversos.
Salubridad
y enseñanza. – Agreguemos la sección
de higiene y salubridad, que coordina los esfuerzos tendentes a
asegurar y mejorar la salud pública, y la sección de enseñanza que
gracias a sus maestros y al aporte de las colectividades proseguía
con entusiasmo su labor específica.
Todas
estas actividades estaban sincronizadas en la escala de las 900
colectividades, muchas de las cuales abarcaban varios millares de
personas. Se comprenderá mejor, ahora, la magnitud de estas
realizaciones y la superioridad de estos métodos de organización.
Se comprenderá también que nos sea imposible exponerla en todos sus
detalles. Añadamos, sin embargo, algunas precisiones referentes a
ciertos aspectos ya mencionados.
Tomemos
el cultivo del arroz. En la sola provincia de Valencia 30.000
hectáreas sobre las 47.000 del total nacional se hallaban en manos
de las colectividades. La región famosa de la Albufera, tan descrita
por Blasco Ibáñez, estaba enteramente colectivizada. La mitad de la
producción de naranjas, o sea, cuatro millones de quintales sobre
ocho millones, estaba en manos de la Federación de colectividades y
de los sindicatos; el 70% de la cosecha total, o sea, más de
5.600.000 quintales eran vendidos en los mercados europeos gracias a
su organización comercial, llamada FERECALE[69],
que a principios del año 1938 había establecido en Francia
secciones de venta en Marsella, Perpignán, Burdeos, Seta, Cherburgo
y París.
Observemos,
de paso, que la importancia de la distribución era superior a la de
la producción. Basándonos en datos fidedignos podemos establecer
las comparaciones siguientes: como hemos dicho, los productores de
las colectividades levantinas componían el 40% del total, pero la
superioridad de su organización técnica les permitía suministrar
de un 50 a un 60% de la producción agraria. Por las mismas razones,
el sistema colectivista aseguraba, en beneficio de toda la población,
de un 60 a un 70% de lo distribuido.
La
organización de conjunto y la potencialidad de los recursos por ella
asegurada hacían posibles otras realizaciones y métodos de trabajo
sin los cuales a menudo ciertas empresas habrían fracasado por falta
de recursos técnicos, insuficiencia de los rendimientos o costo
excesivo.
El
espíritu de solidaridad activa, la voluntad de coordinación estaban
presentes siempre y en todas partes. Cuando, por ejemplo, los
miembros de una colectividad creían útil la fundación de una
fábrica de licores, de zumo de frutas o alimentos nuevos para los
hombres y para el ganado, participaban su iniciativa a la sección
industrial del Comité Federal de Valencia. Este estudiaba la
proposición y cuando era necesario convocaba a una delegación, con
la cual examinaba las ventajas o los inconvenientes de la iniciativa.
Si de acuerdo a la demanda probable, las materias primas disponibles,
los gastos y otros factores previsibles, esta iniciativa parecía
útil y rentable, era adoptada; en caso contrario, era rechazada, con
las explicaciones debidas. Otro motivo del rechazo era la existencia
de fábricas similares ya instaladas.
Pero
el aceptar la iniciativa no implicaba que sus autores fueran
propietarios de la nueva unidad de producción, incluso tratándose
de la colectividad local. Por emplear en su fundación los recursos
suministrados por el conjunto de las colectividades, la Federación
era dueña de la fábrica -si de fábrica se trataba- y la
colectividad local no tenía derecho de vender en provecho propio
exclusivo los productos obtenidos.
Gastos
y ganancias eran, pues, la cosa de todos. Y también era la
Federación la que repartía las materias primas distribuidas, a
todas las fábricas y localidades, según su clase de producción y
sus necesidades.[70]
La
situación general obligaba también a innovar con rapidez, lo cual
era imposible en la escala del campesino o del comerciante aislado, o
en las organizaciones meramente corporativas donde predominaban el
espíritu y la moral individualistas. Por ejemplo, antes de la
revolución se perdían inmensas cantidades de frutas que se pudrían
bajo los árboles productores o en los almacenes de expedición por
la insuficiencia de compras nacionales e internacionales. Era el caso
de las naranjas que, en Inglaterra, tropezaban con la competencia de
las otras naciones mediterráneas, lo que obligó a bajar los precios
y a reducir la producción.[71]
Pero
a la guerra civil y al cierre de parte de los mercados europeos y del
mercado interior en las regiones ocupadas por las tropas de Franco se
agregaban los obstáculos opuestos solapadamente a la creación
socialista libertaria por el Gobierno y sus aliados. Y además no
sólo hubo exceso de producción naranjera: los hubo también de
tomates y patatas. Entonces, una vez más, apareció la iniciativa de
las colectividades.
Se
procuró aprovechar las naranjas sobrantes aumentando las cantidades
de esencias habitualmente producidas. Se fabricó un alimento nuevo
llamado «miel de naranja»; se empleó la pulpa para conservar la
sangre en los mataderos, lo que procuró un alimento nuevo para las
aves de corral; se aumentó la conservería de hortalizas y frutas.
Las fábricas más importantes se hallaban en Murcia, Castellón de
la Plana, Alfafar y Paterna. Así como los campesinos alemanes lo
practicaban desde hacía mucho tiempo en sus cooperativas
especializadas, se organizaron secaderos de patatas a fin de fabricar
fécula para el alimento humano y animal; lo mismo se hizo para los
tomates.
La
sede de las federaciones comarcales había sido generalmente
establecida en poblaciones situadas cerca de las carreteras o de los
ferrocarriles, a fin de facilitar el transporte de las mercaderías.
Es en estas poblaciones donde se almacenaban los excedentes de lo
producido por las colectividades. Las secciones correspondientes del
Comité Federal de Valencia estaban regularmente informadas de la
importancia de las variedades, de la calidad, de la fecha de
producción de los bienes almacenados y conocían las reservas
disponibles para las entregas, las exportaciones, los cambios o el
reparto necesario entre las comarcas y las colectividades.
La
intensificación de la cría de ganado confirma este espíritu
creador. Los gallineros, las vastas conejeras, los parques de
avicultura fueron multiplicados. En julio de 1937, la sola
colectividad de Gandía producía en sus incubadoras 1.200 polluelos
cada veintiún días. Aparecieron razas de conejos y aves de corral
desconocidas para el campesino, a menudo apegado a sus variedades
poco productoras; las colectividades dieron los primeros pasos
ayudando a los que, por causas diversas, habían quedado rezagados.
Por
fin, los esfuerzos de organización y justicia económica fueron
completados por otros. Aquí, como en todas partes, el apetito de
cultura, el deseo intenso de difundir la instrucción ha sido uno de
los grandes motivos y de los grandes objetivos de la revolución.
Cada colectividad ha creado una o dos secuelas con la misma rapidez
con que ha procedido a sus primeras creaciones económicas. El
salario familiar y la nueva ética permiten enviar a clase a todos
los niños en edad escolar. En su esfera de influencia, las
colectividades españolas darán, con una prontitud sin igual, el
golpe de gracia al analfabetismo. Y no olvidemos que en el campo
España contaba, al estallar la guerra civil, con un 60% de
analfabetos.
Para
completar este esfuerzo y con fines prácticos inmediatos, se abrió,
a fines de 1937, una escuela para la formación de secretarios,
contadores y tenedores de libros. Más de 100 alumnos fueron
inmediatamente enviados por las colectividades.
Pero
la última innovación de envergadura fue la Universidad de Moncada
(provincia de Valencia). Su objetivo era la formación de técnicos
agrícolas. En las clases y en los cursos prácticos se enseñaba a
los alumnos, también elegidos por las colectividades las diversas
especialidades del trabajo de la tierra y de la zootecnia (modo de
cuidar los animales, métodos selectivos, características de las
razas, horticultura, fruticultura, apicultura, silvicultura,
etcétera). Pronto el establecimiento contó con 300 alumnos, y
hubiera contado con más si se hubiera podido hacer las cosas en
mayor escala y si los profesores hubieran sido más numerosos.[72]
Situada en la falda de una loma cubierta de naranjos, la Universidad
de Moncada estaba también a disposición de las otras regiones.
Ultimo
aspecto de la solidaridad practicada: las colectividades levantinas,
lo mismo que las aragonesas, tal vez en mayor número que éstas, han
acogido mujeres y niños refugiados de Castilla ante el avance
fascista. Centros de acogida fueron organizados en pleno campo, y
colonias donde los jóvenes, bien alimentados, fraternal y
paternalmente atendidos, olvidaban la guerra. Largas columnas de
camiones partían, abasteciendo gratuitamente a la población
madrileña. Las colectividades de Beniopa, Oliva, Gerosa, Tabernes de
Valldigna, Beirrairo, Simat (todas de la comarca de Gandía),
enviaron, en los seis primeros meses de guerra, 198 grandes camiones
de víveres. Poco después de la caída de Málaga, un simple
telefonazo bastó para que se enviara a Almería, lleno de
refugiados, siete camiones sobrecargados de alimentos.
Porque
ante las necesidades y las responsabilidades de la vida, nuestros
compañeros no estaban paralizados ni insensibilizados por el
espíritu burocrático y la papeluchería del Estado. Perfectos
libertarios, practicaban un humanismo nuevo, sin engaño de ninguna
clase, sin especular sobre el valor propagandístico que podía
causar su actitud, sin más recompensa que la alegría intensa de la
práctica solidarista.
CARCAGENTE
De
estilo predominantemente campesino, Carcagente, situado en la
provincia de Valencia, contaba, durante mi primera visita -en
noviembre de 1936, con 18.000 habitantes. Aunque su historia social
fuera menos dramática que la de Sueca o Cullera, nuestro movimiento
estaba sólidamente implantado desde hacía mucho tiempo y grande era
su importancia. Elemento de prueba: nuestro sindicato de campesinos
contaba a la sazón 2.750 adherentes, incluyendo a varios centenares
de pequeños campesinos; el de los embaladores de frutas -o más bien
de las embaladoras, pues este trabajo era más de las mujeres que de
los hombres-, 3.325; añádase 320 trabajadores de la construcción,
150 ferroviarios, 120 metalúrgicos y 450 miembros de profesiones
varias. En total, el 41% de la población adherida a la CNT.
En
la zona de Carcagente, es decir, en la jurisdicción de la localidad
y en las localidades cercanas pero menos importantes, las grandes
explotaciones agrícolas se habían especializado en la producción
naranjera, que era dominante. Y buen número de pequeños
propietarios, que no podían vivir del producto de su tierra,
completaban sus ingresos trabajando en los naranjales de los ricos o
haciendo otros trabajos diversos. Situación muy frecuente en España
y que debía concurrir a inclinar hacia la revolución social la
resistencia nacida contra la amenaza fascista. La consecuencia lógica
fue la influencia predominante de nuestra organización sindical, que
sin tardar empezó a socializar las grandes propiedades agrarias.
Esta
empresa fue facilitada por la huida de los terratenientes y porque
era preciso evitar que los bienes de producción ahora disponibles
fueran repartidos entre nuevos beneficiarios que habían
reintroducido -modificado en ciertos aspectos pero idéntico en el
fondo- el régimen de explotación, desorden y desigualdad que
acababa de ser eliminado.
Simultáneamente
y prosiguiendo la realización del ideal comunista libertario
emprendido desde hacía tanto tiempo, nuestros compañeros dirigieron
sus esfuerzos hacia la eliminación de la pequeña propiedad
tradicional, transformando en cuanto fue posible las parcelas
individualmente cultivadas, esparcidas y subdivididas en vastas
extensiones racionalmente explotadas merced a la propiedad común y a
las técnicas superiores de trabajo.
He
tenido la alegría de encontrar en Carcagente a compañeros que había
conocido anteriormente en Barcelona o en Buenos Aires, donde habían
emigrado durante la dictadura de Primo de Rivera. Me afirman que las
transformaciones realizadas se hicieron sin que fuera necesario
apelar a la fuerza, especialmente en lo que se refiere a los pequeños
propietarios. Las adhesiones han sido voluntarias, imitándose a
nuestros militantes que dieron el ejemplo aportando sus tierras, sus
animales de tiro, sus aperos de labranza. Hubo algunos reacios, pero
los colectivistas libertarios tienen una fe absoluta en la
superioridad del trabajo colectivo y en los resultados prácticos y
morales del apoyo mutuo. Están firmemente persuadidos de que el
ejemplo acabará por convencer a los que todavía vacilan. Tan grande
es su convicción que en varios casos -y el mismo hecho me será
señalado en ocasiones posteriores- no han vacilado, para completar
ciertas tierras colectivizadas en medio de las cuales se hallaban
fincas pertenecientes a individualistas, en ofrecer a estos últimos
tierras mejores que las que poseían e incluso ayudarles a
establecerse en ellas.
Bastaron
algunos meses para que los resultados estuvieran a la vista. En
primer lugar, una crisis económica local fue dominada. Las
dificultades nacidas de la guerra civil y de sus repercusiones habían
causado una parálisis comercial que dificultaba la venta de los
productos cosechados, y los pequeños propietarios, contando con sus
solas fuerzas, conocieron dificultades inquietantes. Pero después,
el cambio de métodos y de relaciones ha permitido hallar
posibilidades de venta, sea en Carcagente mismo, sea en Valencia o
sea en otras provincias.
Con
todo, las soluciones aportadas han remediado muy relativamente la
crisis parcial. La parálisis causada en el mecanismo habitual de las
exportaciones, y el bloqueo, o semibloqueo de España han creado una
situación difícil. Y no se trata de aportar como remedio la
organización municipal de beneficencia. Todo lo cual acentúa la
obra de transformación social. Así es como, de continuo, los
campesinos ofrecen sus tierras a la colectividad, solicitando su
ingreso en la misma. Porque sólo la colectividad es capaz de tomar
iniciativas revolucionarias y de encontrar soluciones valederas para
reorganizar la vida local.
He
leído pedidos de ingresos presentados -después de otros muchos- el
día de mi visita. En ellos se enumeraba la superficie de las tierras
ofrecidas, la calidad de las mismas, el lugar por ellas ocupado, el
número de miembros de la familia, los instrumentos de trabajo. En
esta enumeración no se reflejaba el menor indicio de violencia.
Con
todo y ante la gravedad de las circunstancias creadas por la guerra
civil, la libertad individual o la autonomía de los productores que
han permanecido al margen no significa que éstos puedan libremente
frenar o interrumpir la producción. Nuestros compañeros han
comprendido, desde el primer día, que era preciso colaborar para la
victoria multiplicando los esfuerzos. Y sin esperar que las
autoridades municipales y los partidos políticos asuman esta
responsabilidad, el Sindicato de Campesinos ha nombrado una comisión
de control del trabajo que recorre la zona agraria y cuida de que
tanto los individualistas como los colectivistas no relajen su
esfuerzo.
Naturalmente,
es en primer lugar la colectividad organizada por el Sindicato de
Campesinos la que predica con el ejemplo. He recorrido varios
naranjales, uno de los cuales abarcaba la jurisdicción de cinco
pueblos y he observado cuán grande era la limpieza, el cuidado
prestado a los cultivos. Cada pulgada cuadrada era como peinada con
un cuidado minucioso a fin de asegurar al árbol todos los elementos
nutritivos del suelo. Bien conocido es el amor con que el campesino
valenciano cuida su tierra y lo que en ella cultiva. Esto se imponía
a la mirada. Nuestros compañeros no utilizaban los abonos
habituales. Antes, me decían los que me acompañaban por las
plantaciones, el trabajo era hecho por asalariados bastante
indiferentes a los resultados. Los patronos compraban grandes
cantidades de abonos químicos o de guano, cuando bastaba cuidar
debidamente la tierra para obtener buenas cosechas.
Y
después me mostraban, con alegría y orgullo, los resultados de los
injertos practicados por ellos a fin de seleccionar los árboles y
mejorar la calidad de los frutos.
Pero
he observado que en ciertas partes aparecían plantas distintas entre
los naranjos. He pedido explicaciones. Entonces, mis compañeros me
dijeron que si la guerra se prolonga las ciudades carecerán de
víveres. Y en este suelo, generalmente arenoso y aunque poco
propicio para esta clase de cultivo, han sembrado patatas tempranas.
Han hecho más: aprovechando los cuatro meses que transcurren entre
la cosecha del arroz y las siembras que siguen, han sembrado, en los
arrozales valencianos, trigo de rápido crecimiento.
Después,
ya que se trataba de mi primer contacto con una colectividad agraria,
he pedido explicaciones sobre la organización general del trabajo. Y
he descubierto que era a la vez mucho más sencilla y completa de lo
que había imaginado. Como base, actúa una asamblea pública de
trabajadores de la agricultura, en la que participan productores
sindicados y no sindicados. A propuesta de los presentes,
individualistas y colectivistas, se nombra por unanimidad o por
mayoría de votos un comité dividido en dos secciones: la sección
técnica, compuesta de seis miembros, encargada de dirigir la
producción y los problemas de venta en el mercado español y
extranjero, y la sección administrativa, compuesta por seis miembros
y encargada de la contabilidad. La sección técnica cuenta con
exportadores profesionales cuya competencia es reconocida, que
cumplen bien su cometido y parecen haberse incorporado realmente a la
nueva estructura social.
En
Carcagente la socialización industrial ha empezado después
de la socialización agraria. Pero sus primeros pasos inspiran
confianza. El trabajo de la construcción está en manos del
sindicato único correspondiente; el de la metalurgia, en manos del
sindicato de los metalúrgicos; el sindicato de la madera ha reunido
a todos los pequeños patronos y artesanos en un vasto taller único
donde cada uno cobra una remuneración decidida en común, donde no
se necesita ahora esperar con impaciencia al cliente y preguntarse si
será posible pagar las deudas a fin de cada mes.
Los
otros oficios, menos importantes, están agrupados en el sindicato
único correspondiente. Las peluquerías, donde la luz, la
organización, la limpieza, escaseaban tanto anteriormente, han sido
sustituidas por varios establecimientos colectivos limpios y
acogedores. Los que ayer eran competidores son ahora compañeros de
trabajo.
Como
se ha visto, en el embalaje de naranjas para la exportación está la
mano de obra más numerosa. Varios almacenes de vastas proporciones
especialmente organizados están destinados a este trabajo. Cada uno
está dirigido por un comité nombrado por los trabajadores que
comprende un perito profesional en materia comercial y un delegado
para cada tarea específica: fabricación de cajas de madera,
selección y clasificación, acondicionamiento, etc.
En
las distintas operaciones obreros y obreras trabajan activamente,
siguiendo el ritmo de las máquinas cerca de las cuales las cajas de
naranjas, adornadas con el espíritu artístico que corresponde al de
los habitantes de la región, están puestas en orden, en espera de
ser cargadas en los camiones del sindicato.
Estos
frutos deben ser enviados a Inglaterra, Suecia, Francia y Holanda.
«Queremos que se vea en el extranjero que con la producción
socializada trabajamos mejor que antes», me dicen mis compañeros.
La
industria de la construcción está también dirigida por un comité
nombrado por la asamblea de los trabajadores. No se construyen casas
nuevas -y sin duda no se construirán mientras dure la guerra- no
sólo porque en los períodos de crisis la industria de la
construcción es la primera que se paraliza, sino también porque
buena parte de las casas que pertenecían a los ricos y a los
fascistas locales han sido entregadas a los habitantes más
desfavorecidos. Pero se procede a arreglos nuevos, adaptaciones y
transformaciones. Parte de los patronos se han adherido al sindicato
y trabajan tan bien como antes. Uno de los dos arquitectos de
Carcagente ha ingresado con ellos.
Las
fábricas de ladrillos y materiales de construcción funcionan según
los mismos principios y las mismas normas de retribución. Lo mismo
ocurre en las otras ramas de la industria.
Cuando
volví a Carcagente a principios de febrero de 1937, la rama de
comercio socializada era la exportación naranjera. Pero con algunas
novedades. La sección local de la UGT se había adherido a las
realizaciones revolucionarias y por otra parte las actividades
exportadoras estaban armonizadas con el Comité Regional de Valencia.
Cuando este Comité formulaba una demanda, los seleccionadores de
Carcagente se desplazaban hacia las zonas donde era posible hallar
las variedades y las cantidades pedidas. Los mismos seleccionadores
indicaban cuándo se debía recoger las frutas, según la duración y
las circunstancias del viaje previsto, y los países compradores.
Para
el conjunto de la distribución y a pesar de los consejos que yo
había dado a fin de escapar al alza de los precios lenta, pero
persistente, que contrarrestaba parte de los resultados obtenidos en
el terreno de la producción, el pequeño comercio existía todavía.
Constituía un factor negativo y había llegado el momento de
preguntarse si no convenía emprender una nueva etapa, complementaria
de la primera.
Se
había dado un primer paso, del que se encuentran bastantes casos,
especialmente en la región levantina, constituyendo un Comité de
Abastecimiento que se encargaba de suministrar víveres no producidos
en la misma población, y necesarios para la vida local. Este mismo
Comité organizó los intercambios en la mayor escala posible. Mi
amigo Grañén, que sería más tarde fusilado por los fascistas,
proyectaba la organización de centros de distribución, en los
diferentes barrios, lo que permitiría controlar tanto el mecanismo
de los precios como la distribución de los bienes de consumo. El
proyecto, que iba concretándose en Carcagente como en otras muchas
localidades, no debía tardar en realizarse. Pues al mes, la mitad
del comercio de Carcagente estaba socializada. Y Grañén tenía
esperanzas fundadas de socializar la otra mitad.
En
la misma época, parte de los naranjos cuyos productos no se vendían
en las mismas proporciones ante las dificultades del comercio
exterior habían sido arrancados y sustituidos por la horticultura.
Se producía una integración económica que por lo demás se operaba
también en otras partes.
En
la noche de mi primera visita, en noviembre de 1936, yo debía dar
una conferencia que mis compañeros me habían pedido, y que había
sido una de las principales razones de mi visita a Carcagente. Antes
de ir a la tribuna quise informarme sobre las realizaciones llevadas
a cabo, para no hablar de generalidades desprovistas de interés. Y
cuando compenetrado con lo que se me había explicado, me dirigí a
esos hombres, a esas mujeres que esperaban mis palabras con un fervor
que hacía más intenso el brillo de su mirada, declaré honradamente
que yo había venido para aportarles indicaciones útiles, como me
habían pedido, pero que en realidad yo era el que había aprendido
de ellos. Y salí del paso explicando lo que sería la nueva vida en
España si ganábamos la guerra y extendíamos a todo el país la
construcción colectivista.
Última
pincelada a este cuadro de conjunto: mis compañeros quisieron tener
para mí una de esas atenciones tan frecuentes en sus prácticas de
hospitalidad, y me convidaron a comer con ellos una paella en el
jardín de una de las torres más hermosas expropiadas en la parte
exterior de Carcagente. Desde la loma donde nos encontrábamos se
distinguían, en la parte llana, extensiones cubiertas de naranjales
magníficos. Mis amigos me hicieron observar la belleza del lugar, lo
saludable del clima, cuán descansada era la atmósfera y cuán verde
la colina cercana cubierta de pinos que dominaba las inmediaciones.
Pensé inmediatamente que el lugar era ideal para establecer una casa
de reposo o de convalecencia. Pero en este caso tampoco necesitaban
de mis consejos los libertarios de Carcagente. Después de haber
consultado con los médicos, habían decidido transformar la bella
morada en sanatorio para tuberculosos.
JÁTIVA
Como
Carcagente, Játiva está situada en la provincia de Valencia.
Imposible es, al evocarla, no ver resurgir en el pensamiento su
estilo, árabe como su nombre, el hermoso valle en que ha sido
construida, su clima maravilloso y la intensa pureza de su cielo
añil. Con algunos de los compañeros del lugar, fui a visitar las
ruinas del castillo moro erectas a lo largo de las cumbres que
dominaban la ciudad y donde mimosas magníficas crecían entre las
grietas de las murallas entreabiertas por el tiempo. Desde allí, un
paisaje de ensueño se extendía ante la mirada, ofreciendo a nuestra
admiración cultivos varios, y más allá, amplios naranjales donde
las frutas de oro, en número infinito, pendían como cascadas a lo
largo de ramas sobrecargadas y enmarcadas en follaje que rutilaba al
sol.
La
fundación de la colectividad de Játiva no ha sido tan rápida como
la de Carcagente; sin embargo, muy cercana. Empero, el movimiento
social era de lejana fecha, y siempre habíamos contado buenos
militantes en esta localidad. Sobre 17.000 habitantes, 3.000 estaban
adheridos a la CNT. Dominaba la apicultura; la industria, mucho menos
importante, derivaba de la producción agraria, sobre todo de
naranjas y de las actividades consecuentes, de arroz, preparado y
molido en el mismo lugar, de aceitunas transformadas aquí en grasa
líquida. El ataque fascista había reunido a todas las facciones de
izquierda que, como en tantos lugares, convergieron en el Municipio.
Y muy pronto éste se compuso, según la importancia numérica de las
fuerzas representadas, de cinco miembros de la CNT, cinco de la UGT,
un socialista, un comunista, un republicano de izquierda y un miembro
del partido autonomista valenciano.
Y
aunque la industria no fuera sino consecuencia de la agricultura,
ella mostró el camino de la socialización. No en forma generalizada
desde el primer momento, sino escalonadamente, de modo que en enero
de 1937 los peluqueros se disponían -entre los últimos- a
colectivizar, junto con sus patronos, los establecimientos que hasta
entonces se habían limitado a controlar.
En
estas actividades no agrícolas la estructura y el funcionamiento son
los mismos que hemos visto ya: secciones técnicas de organización,
secciones administrativas; los sindicatos dirigen las actividades de
los talleres donde los obreros eligen los comités encargados de la
dirección en el mismo lugar del trabajo.
Pero
la Colectividad agraria, nacida el 16 de enero de 1937, tres meses
después de nuestra primera visita, nos parece más importante porque
arrancaba con tal fuerza que nos dejó una impresión casi
fulgurante.
Existía
al respecto una razón fundamental, que nos explica muchos casos
análogos que hemos tenido ocasión de observar: el mayor número de
los miembros de la CNT eran campesinos, hombres esforzados,
acostumbrados al trabajo responsable, a crear directamente, mientras
en la sección local de la UGT predominaban los empleados de
administración pública y privada, numerosos comerciantes, y la
parte conservadora de los pequeños campesinos cuyos intereses
pretendía defender la central socialista reformista, al mismo tiempo
que la propiedad tradicional de la tierra.
Actitud
que contradecía los postulados esenciales del marxismo y los
conceptos de Marx y Engels, pero el marxismo de los socialistas
españoles no se teñía de rojo vivo, sino de color de rosa anémica.
¡Y Marx como Engels y sus continuadores dijeron tantas cosas
contradictorias!
Sin
embargo, nuestros compañeros no pretendían quitar por fuerza los
medios de producción de quien fuera -a no ser que se tratara de
fascistas, de terratenientes o de caciques-, exceptuando casos
aislados que admitimos como hipótesis, pues en un hecho histórico
de esta magnitud se producen excesos que, en este caso, serían
excepciones que confirman la regla general. Por el contrario, en la
Revolución agraria española que se ha producido, sorprende ver cuán
grande fue -siempre considerado en conjunto- la tolerancia hacia los
individualistas. Aducimos en este libro bastantes ejemplos para que
nuestra afirmación sea considerada como reflejo de la verdad.
La
pujanza del nacimiento de la colectividad agraria de Játiva se
explica también por otras razones, que completan las ya expuestas.
Antes del ataque fascista, los libertarios del lugar ejercían una
influencia constructiva
con relación a numerosos campesinos agrupados en una sociedad
mutualista local. Y son ellos quienes ahora constituyen el núcleo
organizador, el elemento de base del microcosmos en estado de
formación. Contrariamente a lo que se supone tan a menudo, es
difícil convertirse de golpe en organizador, y muy a menudo se
encuentra en los antecedentes de esta revolución una actividad
práctica que explica la seguridad del acierto, la rapidez del éxito.
Al
mismo tiempo. Játiva ofrece otros rasgos notables de conciencia
humana y social. Tal es el caso de un fabricante de aceite de oliva,
cuyo molino constituía una fortuna en la escala local, y que dio
espontáneamente sus máquinas, su instalación y sus tierras a la
colectividad. Tal el caso de su hijo, privilegiado él también, que
aportó todo su dinero y el de su mujer. Y el del secretario de la
Colectividad, que hizo lo mismo.[73]
Se comprenderá, pues, el optimismo idealista que se leía en las
miradas, en los gestos, en la actitud, en el andar casi, de los que
se daban por entero a las tareas múltiples que les estaban
encomendadas o que se imponían con entusiasmo.
Este
espíritu aparece en el Reglamento redactado, después de numerosas
deliberaciones, y publicado en un pequeño carnet blanco que el autor
conserva siempre con religioso fervor. Reproducimos a continuación
los artículos que nos parecen más característicos:
Art.
1º. La denominación de esta colectividad es Colectividad de
Productores Agrícolas.
Art.
2º. La colectivización se efectúa entre los campesinos, colonos y
propietarios que voluntariamente soliciten ingresar en la misma y se
les acepte su propuesta[74]
en asamblea general.
Art.
3º. Cuando una parcela se encuentre en medio de tierras
colectivizadas y constituya un estorbo para la colectividad, se
permutará por otra, aunque con ventaja para el que se le obligue a
permutar.
Art.
4º. Las viudas de campesinos que no tengan vida propia de otra
procedencia que la tierra pasarán, si lo desean, a formar parte de
la colectividad.
Art.
5º. Cada familia cultivará la tierra que se le señale.[75]
Los que queden al margen de la colectivización deberán reservarse
sólo la tierra que podrán laborar por sí. Su exceso de terreno
pasará a esta colectividad, o bien a personas controladas por una de
las dos sindicales.[76]
Art.
6º. Será norma admitir en la colectividad a productores de otras
ramas que sean complemento de nuestras necesidades.
Art.
10º. La defensa de nuestra producción y regulación de cultivos
estará a cargo de las siguientes comisiones:
a)
Estadística.
b)
Riegos.
c)
Abonos, semillas y nuevos cultivos.
d)
Plagas, desinfección y fumigación.
e)
Economato, compras y precios de venta.
f)
Ganadería, avicultura y apicultura.
g)
Herramientas y maquinarias.
h)
Envases y conservación de la producción.
i)
Análisis.
j)
Piensos.
k)
Transportes.
l)
Producción y dirección técnica para
realizarla, y
ll)
Labradores.
Art.
11º. De la administración de la colectividad serán responsables:
Presidente;
Secretario;
Tesorero;
y un Vocal
por cada una de las comisiones indicadas en el artículo anterior,
que procedan de las mismas.
Art.
12º. Todos los delegados de las comisiones que se citan tendrán
obligación de laborar la tierra, las horas que los demás
campesinos, exceptuando, únicamente, las que precisen para sus
gestiones.
Art.
14º. La producción de los colectivizados no podrá efectuarse más
que en los trabajos relacionados con la colectividad.
Art.
15º. El alquiler de las viviendas que habiten los colectivistas será
abonado por la colectividad, aparte del salario que se asigna.[77]
Art.
16º. Los muebles para casarse, por primera vez los colectivistas,
serán abonados por la colectividad hasta la cantidad de…
pesetas[78]
siempre que el beneficiado pertenezca a la misma más de seis meses y
su conducta haya sido merecedora de ello.
Art.
21º. No se permitirá el trabajo a los menores de catorce años, los
cuales vendrán obligados a concurrir a la escuela desde los seis
años.
De
la no asistencia a dicho centro escolar, serán responsables los
padres o tutores, y por cada falta no justificada se les deducirá un
día de haber, o sea seis pesetas al colectivo responsable.
Art.
22º. Se seleccionará, para seguir estudios superiores, los hijos de
colectivos más capacitados en bien de la humanidad, y los gastos
serán atendidos por esta colectividad.
Art.
24º. Todos vendrán obligados a trabajar el tiempo que se precise en
bien de la economía de la colectividad.
Art.
25º. Todo colectivista viene obligado a prestar ayuda allí donde se
encuentre, en los trabajos urgentes, como por ejemplo la recogida de
una cosecha, la carga de un vehículo, etc.
Art.
28º. Siempre que se observe mala conducta por un colectivizado, será
sancionado hasta por segunda vez, pero la reincidencia hasta la
tercera producirá la expulsión del mismo, sin derecho a
indemnización alguna.
Art.
29º. Todo compañero podrá salirse de la colectividad cuando lo
desee, avisando con ocho días de anticipación y con pérdida de
todos sus derechos.
Art.
30º. Habiéndose acordado por el Sindicato Agrícola «La
Protectora», en su asamblea general, celebrada el 24 del corriente,
traspasar a esta colectividad su activo y pasivo, se procederá a
practicar un inventario reconociendo esta colectividad el activo de
los socios de aquellas que no se colectivicen, y a los cuales se les
facilitará abonos, y se les devolverá el capital que resulten tener
a medida que lo soliciten.
Art.
31º. Se celebrarán cuantas juntas y asambleas sean necesarias para
la buena marcha de la colectividad, y al final de cada año agrícola,
que se considerará el 1º de octubre, se presentarán cuentas para
la aprobación por la asamblea general.
El
documento, fechado el 30 de enero de 1937, va firmado por Rafael
Llopis, presidente, y Rafael Pardo, secretario, pero suponemos que
debió ser el secretario de actas.
Si
algo ha sido olvidado, la experiencia se encargará de revelarlo, y
los estatutos serán completados o mejorados. Agreguemos, por de
pronto, que no sólo la enseñanza será obligatoria, sino que será
impartida en la escuela de la colectividad, que ya tiene sus
maestros, y que desde el principio se preparó a poner en condiciones
tres edificios escolares para las clases, y un cuarto para que, en
las horas no escolares, los niños pudieran estudiar o recrearse.
Proyectos
de tal envergadura deben basarse en una situación material pujante.
Y así es. En quince días, cerca de 500 familias han solicitado su
ingreso, ofreciendo todos sus bienes. La mayoría pertenece a la CNT,
la minoría a la UGT, porque como hemos consignado, y merece
repetirse, en casi todas partes miembros del Partido Socialista, o de
la organización sindical reformista que él inspira o dirige, se han
negado a respetar las órdenes de sus líderes. Y las adhesiones
serían mucho más numerosas si los organizadores de la colectividad
no observaran una cierta cautela para evitar ser desbordados, o
estorbados por colectivistas aún inseguros.
Al
adherir, cada miembro nuevo llena una fórmula donde figuran su
identidad, la de su mujer e hijos, de los padres a su cargo, el
capital productor y el activo que aporta, su pasivo y sus deudas en
tierra, dinero, herramientas, animales de tiro.
La
superficie total proveniente de lo expropiado a los fascistas, a los
latifundistas, o aportado por los adherentes, se eleva a 5.114
hectáreas, de las cuales 2.421 son de regadío y 2.693 de secano.
Quince días después de haberse inaugurado oficialmente la
colectividad, el comité técnico dirigía el trabajo en una
extensión de 446 hectáreas. Gracias a la iniciativa general y al
entusiasmo de todos, se habían desbrozado 75 hectáreas de tierra
nuevamente dedicada a la producción, a las que se había sembrado de
trigo temprano y de patatas en previsión de la penuria que amenazaba
a las ciudades.
Según
el proyecto establecido por los técnicos, el 25% de las tierras está
dedicado al cultivo del arroz, 25% a los naranjales y 50% a la
horticultura.
Se
ha decidido innovar la cría de ganado. En tres semanas, 400
carneros, ovejas y cabras (las famosas cabras de Murcia) han sido
encargados. Se espera poder suministrar así y en muy breve plazo la
carne necesaria para la ciudad, tanto más necesaria cuanto las
principales zonas productoras (Castilla, Extremadura, Galicia) están
en manos de las fuerzas franquistas.
Igual
iniciativa para las aves de corral y los huevos. Se han comprado dos
incubadoras, elementos de arranque para una mayor producción. La
apicultura figura como simple proyecto, pero pronto será
desarrollada porque en esta región las flores y los árboles
frutales ofrecen posibilidades para una producción hasta ahora
descuidada. En fin, se toman las medidas para una plantación de
pinos -cuyos elementos han sido ya comprados- en la parte de la
sierra que no puede ser entregada al cultivo de víveres, y que la
erosión va desnudando cada vez más.
En
muy poco tiempo la colectividad ha comprado tres camiones; ha
emprendido importantes obras para mejorar y extender el regadío de
las tierras de secano. En una semana se ha profundizado parte de las
acequias y emprendido la construcción de otras. El procedimiento
adoptado consiste en elevar el agua por medio de motores eléctricos
en puntos estratégicos, desde donde será distribuida en tierras
que, hasta el presente, habían sido condenadas a la esterilidad
porque la pequeña propiedad no tenía ni los recursos necesarios ni
la iniciativa para emprender tales trabajos.[79]
En
el reglamento figura la creación de un economato. Los miembros de la
colectividad podrán proveerse en él de los productos que
necesitarán. Incluso podrían pedir estos productos en grandes
cantidades e ir pagándolos a precio de costo; de este modo, las
dueñas de casa no tendrán que desplazarse diariamente para ir a
comprar jamón, tocino, aceite o carbón de leña.
Como
en todas las colectividades, los animales de tiro -asnos, mulos,
caballos- son guardados en vastas cuadras especialmente organizadas
según se trate de animales empleados para trabajos ligeros o
pesados. Por la mañana, los hombres encargados de estas tareas uncen
los animales en los carros, lo que aligera el trabajo de los
labradores. Por la noche, cuando regresan, cansados, no tienen que
trabajar aún media hora más para atender a los animales antes de
presentarse en su hogar. Sus compañeros cumplen estas labores. Si
deben descargarse materiales o productos, otros acuden a ayudarles. A
menudo son tan numerosos que se estorban unos a otros.
Apenas
dos meses después de constituirse la Colectividad de Játiva,
recibimos de su secretario una carta-informe que consideramos útil
reproducir integralmente:
Játiva,
8 de marzo de 1937.
Al
compañero Gastón Leval.
Estimado
compañero:
He
ido demorando el escribirte, a pesar de mi promesa de que lo haría a
la mayor brevedad, por mi deseo de informarte lo más ampliamente
posible sobre la marcha económica de esta Colectividad, pero como
para hacerte el estudio que yo desearía se prorrogaría demasiado,
me he decidido a enviarte de momento los datos de que ya dispongo, y
dejo para más adelante el ampliarte mi información.
El
número de carnets expedidos hasta el día es de 408. De ellos hay
afiliados a la UGT, 82, y los restantes a la CNT. Hay además 23
solicitudes en espera de que la Comisión Revisadora les admita o
rechace, y existe un ambiente favorable para colectivizarse frenado
por el acuerdo tomado por la colectividad de no ir a prisa, pues la
moral de los colectivistas es hoy enorme al abundar en la misma los
elementos afectos, y debido a ello se trabaja más que nunca, el
personal rinde casi el doble que antes de la sublevación, y
preferiríamos que la entrada del personal que ha quedado al margen
se realice poco a poco con miras a que no puedan enturbiamos este
ambiente tan magnífico que es la garantía del éxito.
Los
salarios que corresponden a los 408 carnets aprobados representan
semanalmente 22.811 pesetas, de las cuales hemos de deducir 1.108.50
que familiares de los colectivizados obtienen en otras profesiones, y
que de acuerdo con el Reglamento entregan.[80]
Además, hemos de añadir al
año: